El pacto entre Lucifer y Luke había sellado un destino incierto. Lejos de la Tierra, en los confines de la Creación, el Príncipe de la Oscuridad y su hijo se embarcaron en una búsqueda que desafiaba incluso las leyes divinas: la "recuperación" de Rubby. La promesa de Lucifer, envuelta en capas de verdad retorcida, era el cebo que mantenía a Luke atado, su desesperación por traer de vuelta a Elisa, su amor perdido, transformada en una palanca para la ambición del Caído.
Lucifer, ahora con su esencia completamente restablecida, guiaba a Luke a través de los planos existenciales. No iban al Jacarandá, el Árbol Divino que custodiaba los recuerdos más profundos de Dios. Lucifer sabía que era una fortaleza inexpugnable, protegida por la voluntad divina. Su "conocimiento" del Jacarandá era una distorsión de la verdad, una mentira nacida de la no-mentira. Él sabía dónde se guardaban las esencias, pero no podía acceder a ellas directamente.
En cambio, se dirigieron a un lugar más oscuro, una intersección entre el Vacío primigenio y las dimensiones inferiores del Infierno, un rincón del cosmos que Lucifer había explorado durante su exilio. Era un lugar donde las almas perdidas a veces se aferraban, donde los fragmentos de la existencia deshecha podían flotar a la deriva antes de ser consumidos por la nada.
—Aquí es donde la buscamos —dijo Lucifer, su voz resonando con una autoridad fría en el vacío—. Donde los hilos de la vida se deshilachan.
Luke lo miró, su rostro marcado por una mezcla de esperanza y desconfianza. Percibía la oscuridad del lugar, la esencia del Vacío que se filtraba en el aire. No era el Jacarandá, pero se sentía como un lugar de desolación, un pozo de olvido.
Lucifer extendió sus manos, y una energía oscura, maleable y seductora, comenzó a danzar entre sus dedos. No era el Vacío que Rubby había traído consigo, sino una manifestación controlada de la propia esencia de Lucifer, una que podía manipular los fragmentos de la existencia. Él no podía "crear" un alma de la nada, ni revertir el juicio divino, pero podía buscar resonancias, ecos.
La energía de Lucifer se deslizó por el plano, sondando las profundidades, buscando un rastro de la esencia de Rubby. Luke observó, con el corazón en un puño. Cada segundo se sentía como una eternidad, mientras la esperanza luchaba contra el escepticismo que lo carcomía.
De repente, la energía de Lucifer se detuvo, se concentró en un punto. Una pequeña mota de luz, tenue y parpadeante, comenzó a materializarse en el vacío. No era el brillo vibrante de un alma completa, sino un eco, un fragmento. La sonrisa de Lucifer se amplió, una mueca de triunfo.
—Ahí está —dijo Lucifer, su voz llena de una satisfacción apenas disimulada—. El último fragmento. El que el Viejo no pudo o no quiso erradicar por completo. Un eco de su esencia.
La mota de luz creció, volviéndose más definida. Luke sintió una punzada en su pecho. Era Rubby. O lo que quedaba de ella. Un escalofrío le recorrió, no solo por la aparición, sino por la extraña frialdad que irradiaba.
Lucifer extendió su mano, y la mota de luz gravitó hacia él, fundiéndose con su palma. La figura de Rubby comenzó a tomar forma, reconstruyéndose átomo por átomo, hebra por hebra. Su cuerpo, sus rasgos familiares, su cabello oscuro, todo volvió a ser. Pero sus ojos… sus ojos permanecieron cerrados.
Luke se acercó, la respiración contenida. La veía. Era Rubby. Su Elisa.
—Aquí está, hijo —dijo Lucifer, sosteniendo la figura inerte de Rubby—. Tu amor. Como lo prometí.
Pero había un matiz en la voz de Lucifer, una pequeña, casi imperceptible inflexión que solo él notaba, y que se deleitaba en mantener oculta. La verdad, para él, era un campo de minas. Había "traído de regreso" a Rubby, sí. Había extraído un "fragmento" de su esencia del Vacío. Pero lo que no le había dicho a Luke, lo que nadie más sabía, era que esa esencia no era una resurrección completa. No era la Rubby que habían perdido. Era algo más.
Lucifer había manipulado el fragmento, no solo dándole forma, sino infundiéndole una parte de su propia esencia, fusionándola con una energía que conocía a la perfección: el espíritu de un demonio. No cualquier demonio, sino Azazel, su demonio favorito, un Príncipe del Infierno de inmensa lealtad y astucia. Azazel, quien había sido su primer general, ahora sería el guardián oculto de Rubby, una parte de su "alma" unida a su voluntad. Lucifer no había mentido. No había traído a Azazel en lugar de Rubby, sino con Rubby. Su esencia, corrupta y manipulada, era ahora el recipiente de un demonio.
Para Lucifer, esto era un golpe maestro. Había cumplido su promesa, en su retorcida interpretación de la verdad. Había "salvado" a Rubby de la aniquilación, pero la había convertido en su peón, un arma viviente, fusionada con una lealtad inquebrantable. Y Luke, en su desesperación ciega, no lo sabría.
—Ahora, tu parte del pacto —dijo Lucifer, sus ojos brillando con una satisfacción fría.
Luke, ajeno a la verdad oculta, asintió. La felicidad, extraña y agridulce, inundó su ser al ver a Rubby de nuevo, aunque inerte. El alivio lo embargó, y la promesa de no interponerse en los planes de su padre se sintió como una carga más ligera, ahora que su amor había regresado.
Lucifer sonrió.
—Excelente. Ahora, a la Tierra. Tenemos trabajo que hacer.
Con un pensamiento, Lucifer transportó a Rubby y a Luke de regreso al búnker de los Hombres de Letras, donde Tamara y Cass, junto a los Winchester, seguían trabajando en la reconstrucción del mundo. La aparición repentina de Lucifer, con Rubby inerte flotando a su lado y Luke con él, causó un escalofrío en todos.
—¡Lucifer! —rugió Dean, sacando su arma.
Sam y Samuel hicieron lo mismo, la tensión en el búnker palpable.
Cass se materializó frente a Tamara, su espada angelical lista. Su mirada se posó en Rubby, y un aliento se atascó en su garganta. Una mezcla de esperanza y terror inundó sus ojos.
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Editado: 30.07.2025