La alegría de Tamara al tener a Rubby de nuevo en sus brazos fue tan intensa que cegó sus sentidos a la sutil disonancia que Cass había percibido. El Ángel del Señor, sin embargo, no pudo ignorar la inquietud que se aferraba a él. La esencia de Rubby era allí, inconfundible, pero había una capa de corrupción, un matiz que no pertenecía a su hija, una sombra que danzaba bajo la superficie. Lucifer, envuelto en su aura de triunfo disimulado, observaba la escena con una sonrisa satisfecha, sabiendo que su engaño se había incrustado.
En el búnker que estaba la mayoría de los sobrevivientes, la atmósfera era una mezcla de alivio y extrema cautela. Dean y Sam Winchester, junto a Bobby, mantenían sus armas listas, sus ojos fijos en Lucifer, aunque la presencia de Rubby en los brazos de Tamara los desarmaba. Era un milagro que desafiaba toda lógica.
Tamara acunaba a Rubby, su rostro lleno de lágrimas de dicha. Su Oscuridad primordial, que había estado tan marcada por la pena, ahora vibraba con una nueva esperanza, una que eclipsaba cualquier advertencia interna. Lentamente, los ojos de Rubby se abrieron.
No hubo un parpadeo de confusión, ni un brillo de reconocimiento. Sus ojos, antes de un azul vibrante, ahora eran de un dorado intenso, un color que nadie había visto en ella. Una sonrisa se dibujó en sus labios, pero no era la sonrisa de una hija que se reencuentra con sus padres. Era una sonrisa fría, afilada, llena de una malicia ancestral.
—Hola, mami —la voz de Rubby era la suya, pero con una resonancia gutural, áspera, que heló la sangre de Tamara. Era una voz teñida de un conocimiento oscuro y una intención profana.
En ese instante, la disonancia que Cass había sentido se manifestó con una fuerza brutal. La esencia de Rubby se encendió, no con la luz o la oscuridad de sus padres, sino con un aura carmesí y negra, el poder crudo de un demonio. Sus ojos dorados se fijaron en Tamara, y una ferocidad inaudita brotó de ellos.
—¡Muérete! —rugió Rubby, pero no era su voz, sino una cacofonía de ecos demoníacos.
Con una velocidad sobrenatural, Rubby se liberó del abrazo de Tamara. Sus manos, que segundos antes habían sido las de una hija, se transformaron en garras afiladas, envueltas en una energía oscura. Se lanzó contra Tamara con una furia cegadora, una intención asesina que era inconfundible.
Tamara, en shock, apenas pudo reaccionar. El ataque de su propia hija, la criatura que acababa de recuperar, la tomó completamente desprevenida. La energía de Rubby la golpeó con la fuerza de un rayo, lanzándola contra una de las estanterías de libros del búnker. Libros antiguos y tomos de conocimiento se esparcieron a su alrededor mientras Tamara caía, su esencia oscura parpadeando dolorosamente.
—¡Tamara! —gritó Cass, la ira y el horror ardiendo en sus ojos.
Su espada angelical se materializó en su mano, y se lanzó hacia Rubby, pero esta se movía con una agilidad diabólica.
Rubby, con sus ojos dorados fijos en Cass, emitió una risa cruel.
—¡Tú eres el siguiente, ángel! Siempre tan leal a tu Padre. Es hora de que pruebes la verdadera libertad.
La "Rubby" que tenían delante no era la misma. Era una marioneta, un recipiente. Cass lo comprendió en ese instante. El demonio. Lucifer no había mentido sobre traerla de vuelta, pero la había corrompido, la había infundido con el alma de una criatura del Infierno.
Lucifer, que había estado observando la escena con una sonrisa de complacencia, no hizo ningún movimiento para intervenir. Se deleitaba en el caos que había sembrado, en el dolor de sus hermanos y la desesperación de su hijo.
—¡Rubby! —gritó Dean, disparando su arma.
Las balas, inútiles contra una entidad demoníaca fusionada con un híbrido divino, rebotaron sin efecto.
Sam y Bobby también dispararon, pero Rubby era demasiado rápida, esquivando los ataques con una facilidad escalofriante. Su poder crecía, alimentándose del terror y la desesperación de sus víctimas. Estaba clara la intención: quería matar a sus padres.
Rubby se lanzó sobre Cass, sus garras intentando alcanzar su corazón. Cass bloqueó con su espada, el choque de energía creando una onda expansiva que hizo temblar el búnker. La fuerza de Rubby era inmensa, potenciada por el demonio que la habitaba, y Cass luchaba por contenerla. Él no quería herirla, no quería dañar el cuerpo de su hija, lo que le hacía dudar en cada movimiento.
—¡Maldito sea, demonio! —rugió Cass, su voz distorsionada por la frustración y la rabia—. ¡Libera a mi hija!
—¡Ella es mía ahora, ángel! —la voz de Rubby, con el eco de Azazel, era una carcajada triunfante—. ¡Una posesión, qué irónico! ¡La Oscuridad y la Luz creando el recipiente perfecto para mi regreso!
Tamara, recuperándose del golpe, se puso de pie. Su esencia oscura se arremolinó a su alrededor, una manifestación de su furia. Había creído en la promesa de Lucifer, había permitido que la esperanza la cegara. Ahora, su hija era un arma contra ella, un horror que la superaba.
—¡Lucifer! —rugió Tamara, sus ojos incandescentes con una mezcla de dolor y traición—. ¡Devuélveme a mi hija! ¡Esto es tu engaño!
Lucifer se encogió de hombros, con una inocencia fingida que solo él podía lograr.
—Yo no mentí, tía. Dije que la traería de vuelta. No especifiqué cómo.
En ese momento de caos, mientras Cass luchaba por contener a Rubby sin dañarla fatalmente, y Tamara se preparaba para una confrontación que no deseaba, una figura se materializó en el centro de la sala. Era Luke. Su rostro, una máscara de fría determinación, no mostraba el alivio que había sentido al ver a Rubby regresar. Ahora, solo había la furia contenida de un pacto traicionado.
Había sentido la explosión de energía demoníaca desde la distancia, el despertar de la verdadera naturaleza de la "Rubby" que Lucifer había traído de vuelta. Había sentido la traición, el engaño de su padre. Lucifer no había mentido, no en el sentido estricto, pero había manipulado la verdad para su propio beneficio, y Luke lo había comprendido. La promesa de Rubby no era la redención, sino una cadena más para él.
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Editado: 06.08.2025