5) Remember

Capítulo 16: La promesa

El mundo, aún en recuperación de las heridas del Vacío y la furia de Lucifer, se extendía ante Luke como un mosaico de ruinas y resiliencia. Después de la agónica liberación de Rubby y la partida de su padre, Luke se había distanciado. No podía regresar al búnker de los Hombres de Letras. La traición de Lucifer, el conocimiento de su propio papel en la manipulación, pesaba sobre él como una losa. Además, la presencia de Tamara y Cass, vacíos de la memoria de su hija, era un recordatorio constante de su propio error, del pacto que había roto, del caos que había desatado al liberar a su padre.

Luke vagó. Atravesó los continentes, sintiendo el pulso herido de la Tierra, las almas en duelo, la lenta, dolorosa marcha de la recuperación. No había un destino en su mente, solo el impulso de huir, de encontrar un lugar donde el eco de la guerra celestial no lo persiguiera. Se movía entre las sombras, un observador silencioso, sus poderes híbridos permitiéndole pasar desapercibido entre los mortales.

Aterrizó en las afueras de una pequeña ciudad costera en el sur de Argentina, casi al fin del mundo. El aire salino del Atlántico, mezclado con el tenue olor a humo de incendios recientes, llenaba sus pulmones. Aquí, la devastación no había sido tan cataclísmica como en Buenos Aires, pero el miedo se aferraba a la gente, y la vida se había detenido.

Era el anochecer cuando la encontró. Sentada sola en los restos de lo que había sido un pequeño café, sus rodillas pegadas al pecho, la figura frágil de una joven destacaba en la penumbra. Su cabello, de un rubio ceniza, estaba sucio y enredado, y sus ropas, raídas y polvorientas. No lloraba, pero en sus ojos, de un azul profundo y cansado, Luke vio un dolor que trascendía la pérdida material. Era la desesperación. Una soledad tan profunda que resonó en el propio ser de Luke, quien había cargado con su propia soledad por eones.

Se acercó, su forma etérea apenas perturbando el aire. La joven no lo notó, perdida en su propio mundo de desolación.

—¿Estás bien? —la voz de Luke era suave, apenas un susurro, pero la joven se sobresaltó.

Levantó la vista, sus ojos azules, sorprendidos, se posaron en él. No había miedo en su mirada, solo una curiosidad cansada. Quizás la devastación que había presenciado había agotado su capacidad para sentir temor, aunque los mundanos ya estaban acostumbrados a ver a los sobrenaturales, así que tal vez eso también había influido más de lo que Luke creía.

—¿Quién eres? —preguntó ella, su voz ronca, como si no la hubiera usado en mucho tiempo.

Luke dudó. ¿Cómo presentarse? ¿Como el hijo del Diablo, uno de los que había liberado al caos que había causado su sufrimiento?

—Me llamo Luke —respondió, omitiendo su linaje. No tenía un nombre para ella, así que, con una intuición, se lo preguntó—. ¿Y tú?

—Aurora —dijo ella, su voz suave, y el nombre resonó en el corazón de Luke con una extraña familiaridad, una promesa de luz en la oscuridad.

—¿Necesitas ayuda, Aurora? —preguntó Luke, su voz un poco más fuerte.

Aurora sonrió tristemente, una sonrisa que no llegó a sus ojos.

—Todos necesitamos ayuda. No tengo a dónde ir. Mi familia… mis padres… se fueron cuando el cielo se rasgó. Mi casa… escombros.

Luke sintió una punzada en su propio ser. La soledad de Aurora, el trauma, la desorientación. Eran sentimientos que él conocía bien, aunque en una escala cósmica. La pérdida de Rubby, su propia soledad eterna como un ser híbrido, se reflejaron en la mirada de esta joven mortal.

—Puedo ayudarte —dijo Luke, y no era una oferta casual, sino una necesidad que brotaba de lo más profundo de su ser.

Quería ayudarla, no por un pacto, no por una estrategia, sino por una necesidad que no comprendía del todo.

Aurora lo miró con escepticismo, pero también con un atisbo de curiosidad.

—No creo que haya mucha ayuda que se pueda dar en este momento. La ciudad está… rota.

—Puedo sanar —dijo Luke, extendiendo una mano.

Su mano no brillaba con la luz de Cass, pero había una energía latente en ella, una que sentía muy diferente a la de su padre. Una energía que podía restaurar, no destruir.

Aurora lo observó. No había miedo en sus ojos. Quizás la inocencia que había en ella, una inocencia que había sobrevivido al cataclismo, le permitía ver más allá de lo que otros verían. Lentamente, extendió su propia mano y la colocó en la de Luke.

En el instante en que sus pieles se tocaron, una corriente de energía, sutil y cálida, fluyó de Luke a Aurora. No fue una curación dramática, sino una infusión de vitalidad. Los rasguños en sus brazos se cerraron, el cansancio en sus ojos disminuyó, y un rubor rosado apareció en sus mejillas. El hambre y la sed que la habían atormentado durante días, disminuyeron.

Aurora abrió los ojos, su sorpresa genuina. Retiró su mano, mirándola como si no le perteneciera.

—Yo… ¿cómo hiciste eso?

Luke sonrió, una sonrisa pequeña, apenas perceptible, pero genuina.

—Soy… diferente.

Ella lo miró con una intensidad que lo desarmó.

—Lo sé. Lo sentí. Hay algo… en ti. Algo que no es de este mundo.

Él no negó. No podía. Sentía una conexión con ella, una atracción que no había experimentado en eones. Su existencia había estado marcada por el deber, por la soledad, por la búsqueda de un propósito que siempre se le escapaba. Pero en los ojos de Aurora, en su resiliencia, en su inocencia, vio algo nuevo, algo que lo atraía como un faro en la noche.

—¿Tienes dónde ir? —preguntó Luke.

Aurora negó con la cabeza, sus ojos de nuevo llenos de una tristeza latente.

—No.

—Entonces, ven conmigo —dijo Luke, y la invitación no era una obligación, sino un deseo que brotaba de su propio ser.

Aurora dudó, pero algo en la mirada de Luke, en la calma de su presencia, le dio una confianza que no había sentido en mucho tiempo. Se puso de pie, su forma delgada y frágil, pero con una nueva vitalidad que la había infundido.




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