La reconstrucción del mundo era un lienzo pintado con lentitud, pincelada a pincelada, con el esfuerzo incansable de incontables manos. Tamara y Cass seguían en el corazón de esa labor, sus poderes ancestrales dedicados a la sanación del planeta. Las ciudades, poco a poco, exhalaban con menos dificultad. El aire, antes denso con el olor a ceniza, comenzaba a llenarse con el tenue perfume de la vida que brotaba de nuevo, pero la paz que envolvía a Tamara y Cass era una cáscara vacía, una tranquilidad forzada por el olvido.
El recuerdo de Rubby había sido borrado de sus mentes. No quedaba un eco, ni una sombra, de su hija. Era como si ese capítulo de sus vidas nunca hubiera existido. Sin embargo, el dolor, aunque sin un objeto específico, se aferraba a Tamara como una sombra persistente. Un vacío. Una sensación de pérdida inmensurable que no podía nombrar. Cass, por su parte, aunque sentía una extraña levedad, también percibía una ausencia. Era una paz agridulce, un alivio que venía con el alto costo de la amnesia autoimpuesta.
Lucifer, frustrado y furioso por el fracaso de su plan, había regresado a los confines del Infierno, su promesa de venganza resonando como un eco lejano. Luke, el hijo de Lucifer, había desaparecido, sumergiéndose en el mundo mortal. Tamara, la Oscuridad primordial, sentía la ausencia de Luke con una mezcla de confusión y resentimiento. Él había sido el último en ver a Rubby, el que la había sostenido, el que había liberado su esencia. Él había sido el testigo de su sacrificio, de su olvido. Y ahora, Luke parecía haberse desvanecido por completo de su existencia.
Pasaron las semanas. Los informes de los Winchester, que mantenían un ojo en las anomalías del mundo, a veces mencionaban avistamientos de Luke. Siempre en lugares remotos, costeros, lejos del ojo público. Al principio, Tamara sentía una punzada de esperanza. Quizás estaba sanando, quizás procesando lo que había sucedido. Pero luego, los informes se volvieron más específicos. Luke no estaba solo. Siempre estaba con una mujer. Una mortal.
La noticia, inocente en su superficie, comenzó a carcomer a Tamara. No podía recordar del todo a Rubby, pero el dolor subyacente de esa pérdida innombrable se tradujo en una ira fría hacia Luke. Él había presenciado su sacrificio. Él había sido el que había sostenido a la hija que ya no recordaban. Y ahora, estaba... ¿feliz? ¿Enamorado?
Una tarde, mientras Cass y Tamara estaban en el búnker, revisando los últimos informes sobre la estabilidad del velo entre dimensiones, Tamara no pudo contener más su frustración.
—¿Has oído algo más de Luke? —preguntó Tamara, su voz más tensa de lo habitual.
Cass, que estaba examinando unos gráficos complejos, levantó la vista. La preocupación se dibujó en su rostro.
—Sí. Los Winchester han estado vigilándolo. Parece… que se ha asentado. En un pequeño pueblo costero. Con una joven mortal. Se llama Aurora.
La mención del nombre de la mortal encendió una chispa de furia en Tamara. No la recordaba, no podía darle un rostro o un nombre a su dolor, pero la idea de que Luke estuviera viviendo una vida idílica mientras ellos cargaban con este vacío era insoportable.
—¿Y eso es todo? —preguntó Tamara, su voz gélida—. ¿Asentado? ¿Con una mortal? ¿Después de todo lo que pasó? ¡Después de…!
Las palabras se le atascaron en la garganta. No podía recordar qué había pasado, pero la emoción de la traición era real, cruda.
Cass la miró, su expresión de ángel, siempre serena, ahora mostraba una preocupación creciente.
—Tamara, entiendo tu frustración. Pero Luke no está obligado a nuestro camino. Él es un ser híbrido, con sus propias elecciones.
—¡Él estaba allí! —la voz de Tamara se elevó, resonando en el vasto espacio del búnker—. ¡Él fue testigo de todo! ¡De nuestro… de su maldito sacrificio! Y ahora… ahora está viviendo una vida normal con una mortal. ¡Mientras nosotros cargamos con esto!
Señaló el vacío en su propio ser, el lugar donde la memoria de Rubby había residido. El resentimiento se manifestó como una ola de energía oscura que se agitó a su alrededor.
Cass se acercó a ella, sus manos intentando calmar la energía que la rodeaba.
—Sé que es difícil. Sentimos… esta ausencia. Pero Luke nos ayudó. Liberó a… a ella. Nos dio la oportunidad de cumplir con el dictado divino.
—¿Y por eso lo perdonamos? —Tamara lo miró, sus ojos verdes y profundos—. ¿Por eso le permitimos olvidarse de todo y seguir con su vida mientras nosotros… nosotros no tenemos nada? ¡No recuerda lo que hicimos! ¡No recuerda a… a ella!
La paradoja era cruel. Tamara y Cass no recordaban a Rubby, pero la ausencia de esa memoria, el sacrificio que la había causado, era una herida que persistía. Luke, que sí había presenciado todos los eventos, que sí había interactuado con Rubby antes de su liberación final, parecía haberse desentendido de todo.
—Él no se ha olvidado, Tamara —dijo Cass, con una comprensión que Tamara no podía alcanzar. Él había presenciado el dolor de Luke al tomar la decisión de liberar a Rubby, la lucha contra su padre. Sabía que Luke cargaba con su propia culpa, con el peso de haber desatado a Lucifer. Y sabía que Luke, a su manera, también había sufrido su propia pérdida con Elisa, la mortal cuya esencia había sido parte de Rubby—. Él lleva su propia carga.
—¡Su carga es una mortal! —replicó Tamara, la amargura en su voz palpable—. ¡Mientras que la nuestra es un vacío! Una eternidad de no saber qué perdimos.
La conversación, cargada de una emoción que Tamara no podía comprender completamente, atrajo la atención de Dean y Sam, que se acercaron, sintiendo la tensión.
—¿Qué pasa, Tamara? —preguntó Dean, con cautela.
Tamara se giró hacia ellos, su furia desbordándose.
—¡Luke! ¡El hijo de Lucifer! ¡Está viviendo una vida feliz con una mortal mientras nosotros…!
No pudo terminar la frase. El dolor, sin un nombre ni un rostro, se manifestó como una frustración abrumadora.
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Editado: 30.08.2025