5) Remember

Capítulo 24: La quietud antes de la tormenta

En el refugio de Mataderos, a pesar de su profunda historia de batallas y penas, se había transformado en un santuario para Tamara y Cass. Afuera, Buenos Aires vibraba con la energía de la reconstrucción. Las calles, antes cubiertas de escombros, ahora bullicean con la vida, un testimonio de la inquebrantable resiliencia humana. Pero dentro, en la quietud de los antiguos muros, una paz frágil se había asentado sobre los Arcángeles.

Los meses habían pasado desde que el Creador había borrado la memoria de Rubby de sus mentes y de la de Luke, los Winchester y hasta Lucifer. El precio de ese olvido, la dolorosa ausencia de un recuerdo que no podían nombrar, seguía siendo una presencia sutil. Habían hablado de ello, de ese "hueco", de esa "melodía perfecta" que ya no podían recordar, y la conversación siempre terminaba en la misma conclusión: no volverían a ser padres. El dolor de esa pérdida sin nombre, la culpa incomprensible de un fracaso olvidado, era una cicatriz invisible pero profunda.

Esa noche, sin embargo, el peso de esa ausencia se sentía un poco más ligero. Habían pasado el día supervisando la reforestación de grandes áreas de la Patagonia, devastadas por el caos del Vacío. Ver la tierra sanar, las semillas brotar, el verde extenderse por los paisajes desolados, había traído una extraña sensación de esperanza.

De regreso en el refugio, la atmósfera era diferente.

Las luces eran tenues, proyectando largas sombras en las paredes cubiertas de libros. El aire, normalmente cargado con el olor a polvo y conocimiento antiguo, ahora parecía más fresco, más límpido.

Tamara, la Oscuridad, se había despojado de la fatiga del día, su esencia vibrando con una calma inusual. Cass, el Ángel del Señor, sentía una conexión profunda con ella, una que trascendía las palabras y las memorias perdidas.

Se encontraron en la sala principal, cerca de la gran mesa de mapas donde solían planificar sus movimientos. No había necesidad de hablar. Sus ojos se encontraron en la penumbra, y en esa mirada, la Oscuridad y la Luz se reconocieron. Era una conexión forjada en eones, en batallas cósmicas, en un amor que había desafiado las leyes divinas y había sacrificado la memoria por el bien mayor.

Tamara se acercó a Cass, sus pasos suaves, casi etéreos.

La esencia de la Oscuridad que la rodeaba era un velo suave, no amenazante, sino envolvente. Extendió una mano y tocó el rostro de Cass, su piel fría y suave.

—La Creación… está sanando —susurró Tamara, su voz era un bálamo en la quietud—. Hay esperanza, ¿verdad?

Cass cerró los ojos por un instante, sintiendo el toque de Tamara, la inmensa energía de la Oscuridad mezclada con la suya.

—Siempre hay esperanza, mi amor. Incluso en las sombras más profundas, la luz persiste. Y en la oscuridad, la vida encuentra un camino.

Sus dedos se entrelazaron, la luz de Cass y la oscuridad de Tamara danzando en una perfecta armonía.

La tensión de los últimos meses, el peso de las responsabilidades, la carga del olvido, todo se desvaneció en la intensidad de ese momento. Había una profunda comprensión entre ellos, una aceptación mutua de sus cargas, de sus sacrificios.

Tamara se inclinó, su rostro cerca del de Cass. Sus miradas se encontraron de nuevo, y en sus ojos, el universo pareció detenerse. No había necesidad de recordar el pasado para sentir la profundidad de su conexión, la fuerza de su amor. Era un amor que trascendía la memoria, un amor que era parte de la misma estructura de la existencia.

—Te amo, Cass —susurró Tamara, la verdad de sus palabras resonando en el corazón del Ángel del Señor.

Cass cerró los ojos, y cuando los abrió, la pureza de su luz brilló con una intensidad que solo Tamara podía soportar.

—Y yo a ti, mi amor. Con cada fibra de mi esencia.

Lentamente, sus labios se unieron en un beso. No fue un beso apasionado de urgencia, sino uno suave, profundo, cargado de eones de afecto, de sacrificio y de una comprensión silenciosa. Era un beso que sellaba un pacto no de guerra, sino de amor, de consuelo, de una unión que había soportado las pruebas más grandes. En ese instante, el mundo exterior dejó de existir. Solo existían ellos dos, la Oscuridad y el Ángel del Señor, encontrando un momento de pura dicha en el corazón de un refugio olvidado. Era un suspiro en la eternidad, un momento de paz que habían ganado con un precio incomprensible.

La luz de Cass pareció envolver a Tamara, y la oscuridad de ella se entrelazó con la luz de él, creando un aura de perfecta armonía, un testimonio de que incluso en el olvido, el amor podía florecer.

Se aferraron el uno al otro, buscando consuelo, buscando la conexión que había sido su ancla a través de toda la tormenta.

El tiempo se detuvo.

Los segundos se estiraron en una eternidad, y el refugio, testigo silencioso de innumerables tragedias, parecía contener su aliento. Era un momento de vulnerabilidad, de conexión pura, de la Oscuridad y la Luz encontrando su propio cielo en medio de la Tierra.
Pero la paz, especialmente para seres como ellos, nunca dura mucho. El equilibrio cósmico es una danza constante, y el Creador, el gran observador, rara vez interviene sin un propósito.

Justo cuando el beso se profundizaba, justo cuando Tamara y Cass se perdían el uno en el otro, una presencia se manifestó en el lugar de un modo perceptivo. No fue un sonido, ni una luz deslumbrante, ni una voz que resonara. Fue una interrupción sutil, una alteración del aire, una sensación de que la vastedad del universo se había condensado en esa sala.

La sensación de esa presencia, inmensa y omnisciente, fue tan abrupta que Tamara y Cass se separaron, sus ojos se abrieron de golpe, un atisbo de confusión y sorpresa en sus rostros. La atmósfera romántica se disipó como humo, reemplazada por una tensión palpable.
Miraron alrededor, sus sentidos divinos buscando la fuente de la interrupción. La presencia era inconfundible. Era la presencia del Creador. Dios.




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