La hipoacusia es una enfermedad que causa degeneración o disminución
auditiva, puede ser unilateral -afecta un solo oído- o bilateral -afecta
ambos-. La mayoría de las personas la conoce simplemente como
sordera; yo, la conozco como mi peor pesadilla.
Comencé a sufrir dicha condición a los doce años. Desde muy pequeña
sufrí siempre de problemas en los oídos, pero la cuestión empeoró de
manera abismal cuando comencé en natación. La piscina en la que tenía
mis entrenamientos recibía un mantenimiento muy pobre, por lo que una
infección debido a las bacterias se las arregló para colarse en mis oídos; el
resultado, pérdida gradual de la audición.
En un principio el temor se abrió paso en mi interior. Veía clases de
piano, las cuales disfrutaba mucho, pensar en no poder continuarlas ni
volver a escuchar más nunca una hermosa melodía me aterraba a
sobremanera. Cuando una persona con sus cinco sentidos perfectos
comienza a perder alguno de ellos, el mundo se torna un sitio cruel y
oscuro.
Durante el primer cumpleaños sin poder escuchar bien -uno en el que
me encontraba especialmente triste y repleta de miseria- Patrcik, mi
hermano mayor, me obsequió una biografía de un hombre llamado
Beethoven, un famoso compositor reconocido a nivel mundial. Y me
instó a que leyera.
-Adelante, Nat -me animaba mientras yo me esforzaba por escuchar lo
que decía, su voz sonaba distante y difusa-. Te sorprenderá lo que puedes
encontrar rebuscando un poco en la historia.
Y vaya que me sorprendí.
Resulta que el famoso Beethoven no era un compositor cualquiera,
sufrió disminución auditiva alrededor de los treinta años y,
posteriormente, sordera. Sin embargo eso nunca lo detuvo.
Investigué respecto al intrépido compositor y lo que encontré me
resultó realmente fascinante. Al principio se había visto tentado por el
filo de la muerte, sus pensamientos solían ser bastante decadentes y
suicidas incluso, pero con el tiempo fue encontrando la manera de hacer
frente a su situación. Entre la información que fui escrutando pude
encontrar que Beethoven había coleccionado apuntes en sus diarios
durante largos paseos por la pintoresca campiña que rodeaba Viena, en
los que escribía las notas de los temas musicales y las melodías que oía
en su interior con tanta claridad, como cuando escuchaba sin ningún
problema.
Después, laboriosamente, transformaba sus anotaciones en
composiciones acabadas. En sus últimos años, cuando ya estaba sumido
por completo en el silencio -murió a los 56, en marzo de 1827- compuso
algunas de sus mejores obras, incluidos sus cinco últimos cuartetos de
cuerda, la Missa Solemnis y la 9na Sinfonía. Era algo simplemente
increíble.
Incluso encontré que mantenía comunicación con las personas que le
rodeaban mediante un cuaderno; ellos le escribían allí y él contestaba de
manera hablada.
Tras iluminar mi mente al conocer sobre la vida de tan sorprendente ser,
comprendí lo que mi hermano quería decirme: No hay límites reales en el
mundo que una mente audaz y valiente no pueda enfrentar.
Desde aquél día di mis primeros pasos en lo que sería mi obsesión por el
arte, las biografías de artistas, la lectura, todo ese tipo de elementos que
enriquecerían mi mente, y la convertirían en la clase de mente audaz y
valiente que pueda enfrentar esta realidad.
Mientras muchos jóvenes de diecisiete años como yo coleccionaban
calcomanías, videojuegos y gran variedad de cosas triviales, yo
permanecía en la constante búsqueda de coleccionar conocimientos.
Después de todo, mi mente y mi imaginación se habían vuelto mi mayor
y más grata compañía. Tal como había plasmado Théophile Gautier.
“En la lucha contra la realidad, el hombre tiene sólo un arma: La
imaginación.”