La mañana siguiente finalmente me decidí.
Llevaba tiempo deseando recrear mi pintura favorita, que hasta ahora
no me había atrevido a bosquejar. Siempre experimentaba esa extraña
sensación de no querer deshonrar una obra reproduciéndola de pésima
manera. Era algo que me había ocurrido con anterioridad, cuando dibujé
La Última Cena y la Gioconda, cuadros que, pese a que realmente me
fascinaban, no temía tanto arruinar al crear un duplicado poco agraciado.
Por fin me armé de valor y me instalé frente a la réplica colgada en la
pared derecha de la sala, colocando una pequeña mesa y una silla
plegable. Me había dado una deliciosa y relajante ducha con agua tibia
antes de prepararme para el papel y lápiz, por lo que me sentía bastante
lista.
Comencé a dar los primeros trazos, formando delgadas líneas claras que
me servirían de base para darle forma al dibujo completo. Una vez que
las líneas guía estaban listas, me aventuré a comenzar por el rostro de la
hermosa modelo. Mi lienzo era lo suficientemente cómodo como para
poder dibujar detalles pequeños del cuadro sin mayor problema, así que
quise ir más allá. Si finalmente me había atrevido a recrear aquella
hermosa obra, lo haría a lo grande. Además de que fuera una
reproducción, quería darle un tono más original, así que me incliné a
realizarlo con uno de mis estilos artísticos favoritos. El puntillismo.
Me acerqué al cuadro colgado frente a mí, incluso para ser una réplica,
los detalles eran impresionantes. El rostro de Simonetta Cattaneo poseía
una delicadeza y suavidad inefables, y la forma en la que su cabello
parecía estar en movimiento por el viento no tenía comparación.
Comencé colocando un grupo de puntitos en lo que sería la nariz, sin
casi separación, para lograr dar un efecto de sombreado, de la misma
manera en la que iría dando detalles al resto de su rostro.
De un momento a otro, una mano se posó sobre mi hombro,
sobresaltándome. Me volví y advertí que mi mamá decía algo, lo cual no
llegué a entender ya que hablaba muy rápido como para que pudiera leer
sus labios. Le hice una señal con la mano para que esperase un segundo y
me coloqué el aparato en el oído, el cual llevaba en el bolsillo de mi
camiseta.
-Por fin te decides a hacer la Venus, ¿eh? -dijo observando por encima
de mi hombro el boceto. Ya había terminado la cabeza y el torso de la
mujer-. Está quedando genial, Nat.
Asentí sonrientemente.
-Tuve ganas de hacerla antes de que venga mi hermano, a él también le
gusta mucho esta pintura.
Observé los labios de mi mamá moverse cuando se preparaba para decir
algo, pero, sin previo aviso, me sentí como si nos encontráramos dentro
de una enorme caja de zapatos que es ligeramente agitada. Me asusté, y
mamá mostró la misma expresión de alarma y confusión que
seguramente yo poseía.
Intenté ponerme en pie, pero la sensación de la caja de zapatos había
intensificado. Perdí el equilibrio y caí sobre la silla al tiempo que comencé
a ver cómo los cuadros y demás objetos a nuestro alrededor comenzaban
a agitarse con frenesí.
-¡¿Mamá, qué sucede?! -Grité a medida que me esforzaba por erguirme,
mi pulso iba en ascenso.
Ella me observó con un gesto que me decía que me tranquilizara y no
temiera. Se movió con agilidad hasta el balcón a mi lado izquierdo, el
ambiente se había tornado realmente confuso e intimidante. Entretanto,
logré finalmente ponerme en pie, sin embargo, debido a la agitación, el
único medio que tenía para escuchar cayó al suelo. El pánico se apoderó
de mí, sentía cómo todo se movía a mi alrededor y veía los objetos caer,
pero no alcanzaba a escuchar absolutamente nada. Si algo caía justo a mi
lado, no lo sabría. Tampoco podía escuchar a mamá.
Rebusqué entre las cosas que habían caído al suelo, vi el auxiliar
auditivo a un lado de la silla desplegable tumbada. Con mucho esfuerzo,
intentando mantener el equilibrio, me acerqué a él, en vano. Di un
respingo cuando, justo antes de extender mi mano hacia el objeto, un
pesado jarrón de flores cayó sobre él desde el estante, apenas obviando
mi mano.
Sentí que me halaron del brazo y me di media vuelta, ahora mi mamá
lucía más nerviosa y asustada. Llevaba en su mano las llaves del auto y
una cartera.
-¡Debemos irnos! -Pude leer apenas en sus labios.
No se me ocurrió nada que pudiera objetar ante ese mandato. Ni
siquiera me importó salir en shorts cortos y una vieja camiseta.
Las personas en el pasillo se habían aglomerado como hormigas,
intentando bajar frenéticamente por las escaleras, temerosas de que los
ascensores comenzaran a fallar. Mi temor crecía a medida que nos
adentrábamos entre las personas, si me separaba de mi madre y la perdía
de vista, estaría perdida.