Doce minutos más y mi infierno de estar todo el maldito día trabajando habrá acabado. Al menos hasta el día siguiente.
Mi nueva compañera era algo lenta pues era uno de sus primeros días por lo que sufrí más de lo que esperaba, mis pies dolían al igual que mis brazos de llevar tantas bandejas y ahora comenzaba a dolerme la cabeza. Esa era la guinda de mi pastel por haber trabajado todo el día.
"—Basta de quejas, Abril, no te servirán para que el día acabe antes —me regañé tratando de ser algo más positiva. Obviamente no funcionó".
Volví a mirar mi muñeca de manera inconsciente, once minutos me separaban de mi libertad así que trataría de hacer algo ligero para que las agujas del reloj avanzasen más rápido. Empecé por recoger las mesas, eso me llevo cuatro minutos de mi tiempo, por lo que aún quedaban siete. Seguí ayudando a la chica nueva, cuyo nombre no recuerdo, a adelantar alguna labor para el día siguiente, y cuando habían pasado escasos minutos más, Alejandro apareció por la puerta de la cocina con una amplia sonrisa.
— ¿Cómo estáis por aquí? —preguntó de buen humor mientras se quedaba apoyado en el marco de la puerta observándonos trabajar.
—Acabando, en cuanto termine de guardarlo todo en la nevera, podré irme al fin —respiré con fuerza casi pudiendo saborear la libertad. Sentí como me seguía con su mirada conforme me movía a dejar todos los productos en su sitio.
— ¿Y tú, Rebeca, como fue tu día? —preguntó con interés haciendo que la chica de manera consciente se ruborizase al escucharle. No tengo claro si fue porque le gustaba nuestro jefe o porque era muy tímida, ambas opciones me daban lo mismo. Mi mente estaba concentrada en salir de aquí cuánto antes.
—Muy bien, señor, hoy he conseguido no romper nada. —sus palabras, seguidas por una risita nerviosa, me recordaron el incidente que había tenido con la bandeja haciendo que un ligero cabreo me invadiera haciendo hervir mi sangre.
—Enhorabuena, entonces —la felicitó de buena gana haciendo que le sonriese de manera amplia y sincera. Había buen ambiente por aquí, casi como si las cosas fluyeran por su propia causa, algo que por las mañanas parecía ser imposible. No se podía respirar el mismo aire que esas dos arpías que decían ser mis compañeras.
Tras aquel breve y totalmente cómodo intercambio de palabras, Rebeca decidió salir para acabar de recoger los platos que quedaban y hacer la caja. Sus acciones ayudaron a que me quedase sola con Alex y que él, tuviese el valor suficiente para abrazarme por la espalda mientras rodeaba mi cintura con sus manos.
—Te ves preciosa hasta cuando estas cansada —susurró en mi oído mientras que sus dientes se adueñaban del lóbulo de mi oreja mordisqueándolo con suavidad.
—Tienes mucha labia, vaquero —bromeé sin saber de dónde había sacado esa pizca de buen humor y me dejé hacer mientras que cerraba los ojos disfrutando cada mordisco.
—Para ti toda la que haga falta —soltó mi oreja y se separó de mi despacio dándome así la posibilidad de darme la vuelta —Y espero que tu plan no se haya enfadado porque no hayas podido ir —finalizó haciéndome analizar sus palabras, o más bien, comprenderlas. Esa última frase tenía una intención, sino no habría sentido en que la soltase de la nada.
¿Es que acaso le había molestado que tuviera un plan? Y de pronto todo parecía tener lógica. Se creía que iba a quedar con alguien, tenía que ser eso. Pero yo no le había dado a entender nada por el estilo en ningún momento, ¿Y si fue esa la razón por la que me hizo trabajar más horas? No podía ser, no podía ser tan inseguro respecto a lo que tenemos. Bueno, lo que tenemos no porque tan solo somos jefe y empleada que se divierten de vez en cuando. Que lio, esto se estaba enrevesado demasiado para lo sencillo que tenía que ser. Debía cortar antes de que se me escape de las manos.
La norma fue que siempre podíamos pasárnoslo bien, pero no estaba permitido mezclar sentimientos. Y no pensaba romper mi norma por más que odiase seguir una regla.
—Alejandro, creo que sería mejor que dejásemos esto —hablé de manera pausada y suave haciendo que, sin dificultad alguna, entendiera cada palabra.
— ¿De qué estás hablando? —me preguntó confundido, haciéndome recordar lo mala que soy explicando las cosas o lo locos que se podían hacer los hombres cuando no aceptaban tu decisión.