Nada más salir del restaurante busqué rápidamente un taxi. Necesitaba mandar a Camila a casa, sana y salva, y así dar una vuelta y tomar el aire antes de poder hablar con ella. La quería, claro que la quería, pero en el momento de furia ciega y absoluta que me encontraba, le diría cosas que no sentía y por más que haya montado este circo, no quería herirla. Le prometí que nunca le haría daño.
Desde que nos conocimos me fijé en ella. Una belleza que parecía inocente pero a la vez peligrosa. Era hermosa, eso era innegable; su cabello largo y rubio, sus ojos azules como el mar, su sonrisa alegre e imborrable, junto a su nariz respingona, hicieron que me fijase en ella desde el primer momento. La conocí por casualidad, ella lucía pérdida en medio de una fiesta y como buen samaritano que soy, acudí a su rescate. De manera inexplicable, conectamos nada más se cruzaron nuestras miradas, y desde entonces tengo totalmente claro que fue un flechazo, no hay otra explicación.
Unas semanas después le pedí salir, me había vuelto completamente loco por ella, realmente era una droga para mí y cuando aceptó, creo que fue uno de los días más felices de mi vida.
Por ello me enfurecía todo lo ocurrido esta noche.
Cada día estoy más enamorado de ella, de cada parte de su ser, salvo una: Sus celos. Lleva mucho tiempo actuando así, aunque he de admitir que parte de la culpa es mía. Al principio de nuestra relación, cuando se celaba de alguien, yo nunca le dije nada, ni que me molestaba ni traté de frenarle, por lo que ella pudo entender que tenía razón. Pero ahora mismo, dos años después, por más amor infinito que sienta por Camila, la situación se está volviendo insostenible. El espectáculo que ha montado en el restaurante, por suerte o desgracia, no ha sido de los peores, Camila ha llegado a agredir a una de mis amigas por abrazarme. Joder, eso sonaba muy enfermo.
Pasé mis manos nervioso por mi cabello al no encontrar ningún maldito taxi libre, parecía que ese día habían hecho un complot para acabar con mis nervios. Decidí que era buen momento llamar a uno, por lo que marque el número, dejé mis datos y esperé paciente a que el taxista llegase. No tardó ni diez minutos en venir, algo que agradecí enormemente ya que el silencio, la incomodidad y la frialdad con la que nos estábamos tratando, estaba siendo de lo más violento.
Tras abrirle la puerta y dejar que entrase en aquel coche, le di al conductor la dirección y cerré la puerta quedándome fuera logrando que mis pulmones, finalmente, se llenasen de aire. Vi como Camila miraba desconcertada a su alrededor, incluso por el cristal de la parte trasera del coche tratando de entender que ocurría consiguiendo tan sólo una negación de mi parte. Y eso fue suficiente para que no detuviera aquel taxi, para que me diese mi espacio y tiempo para lograr calmar a la fiera de mi interior.
Fue entonces cuando una gran cantidad de recuerdos de nuestras discusiones acribillaron mi mente. Cada pelea provocada por los celos, por sus inseguridades parecían querer quemarme el cerebro por lo que decidí tratar de tranquilizarme y centrar mis pensamientos en otra cosa que no fuera tan doloroso ni dañino.
Comencé a andar sin rumbo fijo, era la única manera que conocía de relajarme, y así poder concentrarme en que mi mente dejase de pensar, de analizar lo ocurrido y plantearme que es lo que había hecho mal. De alguna manera sus inseguridades eran por mi culpa, pero no lograba detectar el momento en el que me había equivocado y eso estaba acabando conmigo.
"—Mierda, basta ya, tengo que dejar de pensar —me regañé a mí mismo deseando que eso lo arreglase todo. Que equivocado estaba".
[Abril y Alejandro]
El baño de espuma estaba siendo tan maravilloso que me negaba rotundamente a salir de la bañera a menos que se estuviese quemando mi piso.
Estaba disfrutando de una de las maravillosas canciones de Vanesa Martín, cuando unos golpes en la puerta atrajeron toda mi atención. Pensé que eran los vecinos para quejarse del ruido por lo que bajé el volumen de la música un par de rayitas. Volví a cerrar los ojos pero de nuevo, y de manera más fuerte, se oyeron los golpes en la puerta.
- ¡No estoy! —grité de mala gana mientras me removía en la bañera negándome a que los malditos y amargados vecinos me jodiesen el momento. Me lo había más que ganado después del día que había tenido.