66 días ante el reinado de la bestia

Nota del autor:

Déjame contarte algo sobre esta novela, tú decides si creerlo o no.

 

Hace más de 10 años, ocurrió un suceso en mi vida que denominaré como una «anécdota». También, por la misma época, comencé a escribir. La anécdota es una situación que ocurre todos los días —hablo de algo que puede sucederle a cualquiera—, pero fue increíble, tanto que la obvié. Me pareció un tema interesante, pero nada probable. ¿Quién puede creer la historia del reinado de la bestia sobre el mundo… del «Apocalipsis»?  

 

A raíz de lo que sucedió, empecé a tener sueños terribles. Empezaron como pesadillas, de las que despertaba y no podía conciliar el sueño.  Y se transformaron en «vivencias» palpables, de las que despertaba con marcas de golpes, incluso quemaduras.

 

Durante mucho tiempo viví de esa forma; a través de eso, fui recopilando más información. Tal vez haya sido el subconsciente, pero siempre encontraba más sobre el supuesto reinado de la bestia. Desde escritos, investigaciones, sueños propios y de otras personas…

 

Lo curioso de todo esto —por eso hago mención del subconsciente—, es que yo no buscaba nada. Los datos que construyeron esta novela, se presentaron por sí mismos. En algún punto todo se detuvo. Fue súbita la forma en la que pasó, pero me alegré de que pasara. Sin embargo, hay algo peculiar que debo acotar aquí: yo dejé de cuestionarme. Y no hablo de esta clase de temas, sino de todo. Me embarqué en una vida monótona que iba del trabajo a la escuela y a un bar los fines de semana. Dejé de pensar y me dediqué a «vivir».

 

Hace un año —suscribo esto en noviembre del 2018—, decidí recobrar mi gusto por la escritura. Sin embargo, desde que empecé con la idea, me pasaron cosas terribles. No quiero contarte un drama lleno de melancolía, así que digamos que me fue muy mal. Desde perder el trabajo, hasta enfermedades y accidentes. Y —si tú quieres— podemos asegurar que el subconsciente es tan poderoso, que me hizo estar en el lugar menos indicado, a la hora menos indicada. Siempre, desde hace un año.

 

La constante que resurgió, fue la anécdota. Día y noche, no importaba lo que quisiera escribir o en lo que estuviera pensando, siempre terminaba plasmado parte de lo que recopilé. No me daba cuenta, simplemente pasaba.

 

Conforme ha avanzado este último año, las desgracias han aumentado. Hace un mes, decidí escribir por catarsis para desahogar la desesperación. Ni siquiera me percaté de lo que hice, solo lo hice. Creo que fue en menos de dos semanas que escribí una historia de terror —un tema que siempre evito—; las 40 mil palabras salieron de la nada, pero no lograba terminar el final. Me frustré porque la idea —de la anécdota— no me dejaba pensar como yo quería.

 

Antes de tirar el escrito a la basura, lo leí. Lo que había hecho, me pareció interesante, pero me percaté de que había usado parte de la información que recopilé.  

 

Pensé en borrarlo, pero me gustó la historia; el final, era todo lo contrario. Lo cambié una docena de veces, y siguió sin parecerme bueno. ¿Cómo explicarlo? Me pareció falso. No importaba cuánto lo cambiara, siempre me parecía falso —como si la historia de verdad existiera y algo no me permitiera cambiarla—.

 

Aquella madrugada —suelo escribir a altas horas de la noche para forzar mi mente— decidí ponerle un punto final, pero un conocido me pidió que le ayudara con la edición de un texto. Tuve que dejar la novela, porque el tema del dinero era mucho más urgente.

 

A la siguiente madrugada, volvió a ocurrir otro imprevisto. La segunda ocasión, fue un tema con la luz. Esta constante se repitió por muchos días. Cuando no era cansancio —siempre he dormido muy poco, y nunca he tenido problemas con el sueño—, era un imprevisto, un problema técnico; lo que sea, no podía terminar.

 

Me frustré, y mi ego no me permitió rendirme. Así que decidí escribir desde que me desperté. Dejé de lado todo —hasta cambié el desayuno por un par de cigarrillos—, apagué el teléfono, revisé la luz; busqué ahorrarme imprevistos.

 

Y al comienzo parecía que lo iba a lograr, pero no. La historia se repitió en formas inesperadas. Me desesperé; casi me rendí cuando un fallo técnico borró más de la mitad de la novela.




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