66 días ante el reinado de la bestia

Día tres

Cuando pasas tanto tiempo entre las sombras y la desesperación, hay muchos momentos que no significan nada por la monotonía de pelear para sobrevivir. Huyes todo el tiempo, vives con miedo y haces lo posible por mantenerte vivo. Por eso es que, hay días que deben ser omitidos, porque lo importante solo ocurre durante unos segundos.

 

Entendí esa verdad durante las primeras horas que corrí para salvarme, y eso fue lo que me permitió sobrevivir. Tuve que abandonar mi arrogancia, para entender que debía presionar en los momentos precisos. Así fue cómo me hice con el mando del grupo que encontré. Gracias a ellos, sobreviví tres días en la ciudad.

 

La primera madrugada ocurrió todo. El indiscutible jefe era Daniel —el tipo del revólver—; él dirigía al grupo con mano de hierro. Nadie iba en contra de sus reglas, pero yo no permití eso, sino que conseguí privilegios porque pronuncié las palabras adecuadas en el momento indicado.

—Sácame con vida de este lugar —le dije la primera madrugada—, y te daré una nueva vida, otra identidad y mucho dinero. 

 

Esas palabras quizás no hubieran tenido sentido, pero los «no muertos» cambiaron todo a mi favor. Los soldados del apocalipsis, fueron llamados no muertos; describirlos es tan aterrador como repulsivo, son peores que animales rabiosos, no tienen piedad, ni lástima, ni emociones. Son temibles abominaciones que escupen las peores pesadillas de la humanidad.

 

Aquella «primera madrugada», fue aterradora. Tres no muertos nos encontraron durmiendo en la azotea del edificio en el que nos refugiábamos, estábamos ahí esperando a que un helicóptero nos viera. Treparon por las paredes y atacaron con brutalidad. El grito de dolor de Abbie —la mujer que aseguró ver a los demonios—, nos despertó a todos. Esa cosa enterró los dedos en su vientre, y la empezó a comer.

 

Daniel, le disparó dos veces, pero ese monstruo —de apariencia putrefacta y semihumana— ni siquiera se movió. Solo desencajó su mandíbula y tragó las tripas de Abbie, quien no dejaba de gritar. Los otros dos no muertos, saltaron sobre un chico de unos 24 años; se abalanzaron sobre él y lo golpearon. No hicieron esfuerzos por comerlo, solo lo golpearon una y otra vez; carcajeaban cada que lo hacían.

 

La novia de ese tipo, los golpeó con un pedazo de madera, pero ellos siguieron carcajeándose en su histeria sangrienta. Ni los disparos de Daniel pudieron detenerlos. El miedo se apoderó del grupo, corrimos hacia la salida sin mirar atrás. Escuchamos los gritos de esos tres cuando los abandonamos.

 

Corrimos por las calles a escondernos en otro edificio. Fue entonces cuando encaré a Daniel, y le expliqué quién era. No pensaba pasar otra noche huyendo para salvar mi vida, así que le prometí una salida del infierno con todo y lujos. —¿Cómo sé que dices la verdad? —me cuestionó.

—Esto debería quitarte las dudas —extendí mi mano y le entregué el reloj de oro puro que llevaba—, no se hacen muchos, incluso tiene mi nombre.

—Lo quiero todo —aseguró con una sonrisa.

—Lo tendrás —mencioné—, pero debes proteger mi vida por encima de los demás.

 

Después de eso —durante la primera mañana—, Daniel aseguró que necesitábamos armas. Muchos debieron pensar como él, porque lo primero que saquearon fueron las armerías. Con un par de escopetas y algunas municiones, pensábamos abrimos paso hacia un almacén de autos confiscados en las afueras de la ciudad. Una sobreviviente nos contó sobre ese sitio.

 

Nuestra meta, era conseguir automóviles para alcanzar un refugio en Texas, del que escuchamos por una transmisión de emergencia en la radio. Sin embargo, el camino hasta el almacén era largo. Tuvimos que refugiarnos en un centro comercial durante la segunda noche.

 

Desde que empezó todo, el cielo se nubló, apenas hay un poco de claridad por las mañanas, pero las noches son terribles. Hasta la luz artificial brilla con miedo, como si fuera una endeble flama que está por extinguirse.

 

No encontramos a muchos no muertos por las calles, pero Daniel logró matar a uno —o eso creyó él—. La segunda noche —cuando irrumpimos en el centro comercial—, una de esas cosas estaba adentro, había asesinado a un grupo de personas y comía los gusanos que pudrían la carne.

 




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