66 días ante el reinado de la bestia

Día 25

El ejército trasladó a muchos sobrevivientes al centro de Nueva York. Durante el trayecto, nos encadenaron porque no podían arriesgarse. —No sabemos si están infectados —explicó el soldado que iba con nosotros.

—¿Quién está al mando? —pregunté, pero ese tipo no respondió—, ¿¡Qué no oíste?!, ¿Quién está al mando?

 

El soldado volteó a verme y me golpeó en el rostro con su arma. Marcus y Kevin se interpusieron para evitar que siguiera haciéndolo.

—Guarda silencio —aseguró Kevin—, no puedes hacer nada. Debemos esperar hasta que lleguemos.

 

A las 11 con 38 minutos del día 25, llegamos al refugio de la gran manzana; lo sé porque el soldado registró la hora. Bajamos de los transportes, y nos hicieron pasar por el proceso de «descontaminación del virus».

 

Desnudaron a todos los sobrevivientes; no hicieron distinción, hombres y mujeres nos formamos en una inmensa fila. —¿¡Sabes quién soy?! —le grité al soldado cuando me apuntó con un arma y me dijo que me quitara toda la ropa.

—Serás un no muerto si no obedeces —respondió.

 

Con una manguera a presión, bañaron a todas las personas. Algunos cayeron por la gran fuerza del agua. —Debes levantarte y seguir —aseguró un soldado cuando un hombre pidió ayuda—, sino te levantas, eres un no muerto.

 

Marcus, lo ayudó a caminar. —Ya son dos no muertos —mencionó ese soldado, quien los miró con un gesto de desapruebo.

 

Hacía tanto frío, que mis dedos comenzaban a entumirse. Quizás, solo caminamos unos metros, pero era imposible moverte con las extremidades congeladas. Nos volvieron a formar frente a un edificio, en el que —aún desnudos—, nos pusieron una inyección en el cuello y nos dieron una pastilla. Varios soldados se encargaron de hacerlo.

—Si nos iban a dar la cura, ¿para qué hicieron esa porquería del agua? —la mujer que estaba temblando a lado de mí, intentó tocarme el hombro, pero sus dedos no le respondieron.

—Son unos mal nacidos —respondí mirando con gran odio al soldado que me daba la pastilla.

—No hay cura —el rostro de soldado expresaba fatiga.

—¡¿Qué?! —grité.

—Como lo oíste —el soldado me miró fijamente a los ojos—, no hay cura.

—¿¡Para qué carajos fue toda esa mierda?!

—Para metabolizar al parásito. El frío lo despierta, y la medicina es para acelerar la incubación. Si empiezas a convulsionarte en el piso o tus pupilas dejan de responder, eres un no muerto. ¡Caminen! —gritó.

 

La mujer que estaba al lado de mí quiso golpearlo, pero otro soldado, que estaba detrás, le apuntó. Caminamos unos metros hacia un edificio, muchos disparos y gritos se oían detrás. Había un pelotón completo que revisaba las pupilas con una lámpara.

 

Ni siquiera pude sentir miedo del frío que tenía. La mujer que iba frente a mí, actuó muy diferente. Primero balbuceó maldiciones, después comenzó a caminar fuera de la línea. —¡A tu lugar! —le gritó un soldado.

 

Sin embargo, ella lo ignoró y siguió avanzando. Varios soldados la rodearon, le apuntaron con pistolas eléctricas y siguieron dándole órdenes, mismas que ignoró. Continuó con eso por unos metros, luego se detuvo y vomitó ese líquido verdoso. Los soldados le dispararon al mismo tiempo. Cuando cayó al suelo, uno de ellos le puso el pie en la cabeza, le dio un disparo en la nuca, otro en la mitad de la columna y otro al final, en los huesos sacros.

 

El proceso de selección, terminó con cierta rapidez. Cuando entramos al edificio, nos dieron ropa, mantas y nos colocaron alrededor de una fogata —improvisada con un basurero—; también nos llevaron comida y agua.

—¿Qué sugieres? —preguntó Kevin temblando de frío.

—Que me des tu ración de sopa —mencioné—; no podemos salir de aquí. El tipo que está en aquel pilar, me dijo que estamos en aislamiento.

—Cuando menos, ya no estamos cerca de esas malditas cosas… ¿Cuánto tiempo lleva aquí?




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