En varias ocasiones, cuando mi vida era «normal», cometí actos deshonrosos. Más de una vez me valí de mi posición y el dinero para cometer crímenes. Incluso, cuando Cristina murió me alegré de no tener que lidiar con problemas. No sucedió lo mismo cuando me enteré que García murió, cuando me dieron la noticia, sentí dolor.
No sé por qué rayos, cuando el mundo cayó en el abismo, cambié. No pude sentir alivio cuando García murió en manos del humanoide. Sus soldados me contaron su muerte, me contaron cómo ese ser lo engañó. —Él caminó directo hacia el humanoide, y gritó que había recuperado a su hijo —mencionó uno de los soldados—. No pudimos detenerlo. En el instante en que tocó a los gusanos, su carne se deshizo y murió.
Por ellos también me enteré que, cuando su esposa no encontró a su hijo y vio a los no muertos, se suicidó. Comprendí que su odio y rabia, estaban dirigidos a quien sea que provocó esto; por eso me odiaba, por eso me llevaba como prisionero, pero yo no sabía nada.
Los transportes nos dejaron algunos kilómetros lejos de la masacre. Las ondas QR estuvieron disparándose cada hora. Llegamos a una pequeña ciudad caminando, misma que tenía mucha presencia militar. Los soldados que estaban resguardando las carreteras, llevaban ese uniforme negro; tenían cubierto su rostro con caretas y cascos que inspiraban temor.
Después de ese punto, había una «sociedad». Las personas se adaptaban a sus nuevos hogares, había orden y un gobierno provisional. Todos los refugiados tuvimos que pasar por un filtro; nos enviaban a centros de revisión, ahí fue donde me reencontré con Kevin y Marcus.
Las largas filas para recibir un pase, eran lentas y torpes. Cientos de personas se formaban para obtener su nueva ciudadanía. Muchos se arrojaban con desesperación, pero los soldados los devolvían a su sitio. Pensamos que al fin estábamos seguros, pero observamos un acto que nos dejó conmocionados.
Un hombre de unos cuarenta y tantos años, se arrodilló cuando estuvo a punto de pasar, sacó un medallón de su bolsillo y juntó sus manos. Ni siquiera pudo decir su plegaria, porque uno de los ciudadanos —los diferenciabas por su ropa—, lo golpeó directo en la cara. El puñetazo lo mandó al suelo; después, le arrebató el medallón. —¡Tenemos un religioso! —gritó lleno de rabia.
Varios ciudadanos se unieron a la golpiza. Un grupo de soldados estaba cerca, pero no hicieron nada; dejaron que lo golpearan. Marcus quiso intervenir, pero el río de gente no permitió que pasáramos. Cuando estuvieron a punto de matarlo, un soldado intervino. —Aquí no puedes profesar tu religión, fanático —señaló.
Lo levantaron casi sin vida, y lo llevaron hasta una mesa. —Este es un nuevo mundo sin religiones —aseguró uno de los soldados—, las religiones terminaron con nuestra sociedad. Si quieren seguir, deberán renunciar a su fe.
Ese pobre hombre, apenas podía sostener el bolígrafo que le dieron; escupió sangre cuando intentó hablar. Un ciudadano de facciones andróginas, tomó su mano y acercó la hoja. —Debes renunciar —aseguró—, renuncia y todo el dolor se irá.
Durante unos segundos, los dedos temblorosos de aquel hombre se movieron sin sentido por todo el documento, después tiró el bolígrafo; el ciudadano alzó la mano y afirmó que él quería decir algo. —¿Cuál es tu nombre? —preguntó.
—Matthew…
—¡Matthew quiere hablar! —gritó—, guarden silencio.
—No quiero… —escupió sangre— renunciar a mi fe.
—Debes firmar el documento —aseguró, acarició su cabello y sonrió—, o te mataremos. Aquí no hay lugar para los fanáticos.
Otro ciudadano se acercó por la espalda, tomó el hombro de Matthew y le apuntó con un arma en la cabeza. —Déjame bendecirte… —pronunció Matthew—, antes de que me mates, déjame bendecirte.
De un disparo acabaron con su vida. La sangre salpicó el rostro de la persona andrógina, quien ni siquiera se inmutó. —¡Nadie! —gritó—, no permitiremos que nadie nos vuelva a dividir. Si quieren una ciudadanía, tendrán que renunciar a sus creencias.
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Editado: 17.11.2018