7. Contigo, en todos los idiomas

14. Momento y lugar equivocado

Zack:

En una escala del uno al diez, ¿cómo de escalofriante creen que sea mirar a una persona mientras duerme durante casi una hora?

Me atrevería a decir que muchos lo colocarían en veinte, pero para mí es lo más natural del mundo; fundamentalmente si esa persona es Annalía, una chica hermosa que parece un puto ángel cuando está tan tranquila. Está acostada en mi cama, con su rubia cabellera esparcida por toda la almohada, boca arriba, aunque con el rostro inclinado hacia mí y las manos al lado de su cabeza. Manos que, es válido destacar al ser un hecho que me fascina, están cubiertas por las mangas largas de mi camisa. Esa que, entre tropezones, se puso anoche para dormir más cómoda.

Sonrío al recordar los sucesos de la noche anterior. Desde ese bendito momento en que decidimos cruzar la línea de la amistad y durante cada beso que vino después, hasta que llegamos a mi apartamento no tan embriagados para todo lo que tomamos, pero sí bastante mareaditos. Ella no podía par de reír, es que yo decía mosca y ella se destornillaba de la risa; lo cual me hacía reír a mí también. No sabría decirles el tiempo que tardamos en poder meternos a la cama porque nos deteníamos en cada esquina a reírnos de cualquier estupidez.

Vale… Tal vez sí estábamos bastante borrachos.

En mi defensa, perdí la noción del tiempo y el espacio después del primer beso; aunque eso no me impidió ir a su habitación para asegurarme de que lograra acostarse sin que le pasara nada y luego regresar a la mía. Sin embargo, Lía tenía otros planes, pues cuando yo abrí su puerta, ella abrió la mía y cuando la seguí, ya estaba dentro de mi armario buscando una de mis camisas.

—¿Qué haces? —pregunté, sentándome en la cama.

—Buscar algo para dormir.

—Este es mi cuarto.

Me miró por encima de su hombro con el ceño fruncido.

—No me había dado cuenta ni nada —respondió sarcástica y yo volví a reír.

Ella me siguió y tuvo que sentarse en el suelo, con una camisa en la mano, para recuperar el aliento.

Joder, pensándolo bien, estábamos de borrachos para adelante como tres pueblos.

Como su familia sepa que la dejé beber tanto, me matan.

A duras penas se levantó y no reaccioné a tiempo cuando sujetó el borde de su blusa y la sacó por encima de su cabeza. En mi defensa, mi cerebro estaba más lento de lo normal, pero al ver su sujetador negro de esos tipo chupón, pues se pegan en la piel y… ok… no sé si se llaman así, pero esa es la sensación que me dio.

Bueno, ya me desvié. Cuando vi su sujetador y antes de que osara quitárselos, me di la media vuelta.

—¿Quieres que busque tu pijama? —pregunté cuando comenzó a quejarse por no poder abrochar los botones.

—¿Estás loco? Mi habitación está como a tropecientos kilómetros de aquí. Tardarías mucho en ir a buscarlo…

Me reí porque, ¿a tropecientos kilómetros? Eso fue ridículamente divertido, o al menos así lo sentí en ese momento.

—Estoy lista, mi caballero —dijo y cuando me volteé, no supe cómo reaccionar.

Por un lado, quería reírme por la forma en que mi camisa había quedado abotonada. Le habían sobrado como tres botones y justo en el medio se le veía el ombligo. Por otro lado, quise golpearme por encontrarla tan sexy. Lo juro, nunca nada me ha parecido más sexy que ver Annalía con mi camisa que le quedaba un poco más arriba de la mitad del muslo, descalza y el cabello todo revuelto.

Tuve que hacer uso de todo mi autocontrol para no abordarla y besarla como realmente quería, sin restricciones, hasta el final. Sin embargo, aun en mi estado de embriaguez, sabía que eso estaba mal, así que me metí al baño con un short de nailon y me cambié.

Cuando regresé a la habitación, estaba profundamente dormida en mi cama y yo me permití no ser tan responsable y, en vez de irme a dormir a su habitación, me tumbé a su lado. La forma en que desperté hace exactamente cincuenta y ocho minutos, valió la pena y me hizo desear que todas las noches fueran igual. La tenía abrazada por la espalda, con todo su cuerpo pegado al mío, una de mis piernas entre las suyas y una erección monumental que, gracias a Dios, ella no sintió.

Lamentablemente, por muy bien que se sintiera tenerla tan cerca, tuve que levantarme a orinar y desde entonces estoy despierto observando cómo duerme y las muecas raras que hace cuando le rozo el rostro con mi dedo índice. Le da cosquillas.

Unos golpes en la puerta principal me sobresaltan y, cuando digo golpes, no me refiero a tocar para anunciarte, no, el hijo de puta que está al otro lado y, aquí entre nos, estoy casi convencido de quién es, quiere derribar la madera. Annalía frunce el ceño y se remueve en la cama. Inmediatamente me incorporo y luego de cerrar mi habitación, me dirijo a la sala.

Cuando abro, Lucas, porque sí, obvio que tenía que ser él, tiene el puño cerrado en alto, dispuesto a volver a importunar.

—Te escuché la primera vez —protesto y frunzo el ceño al darme cuenta de que no es solo él—. ¿Qué hacen aquí tan temprano?

—Son las ocho y cuarto, macho, y me parece que tenemos un cumpleaños al que asistir.

Lucas entra sin siquiera ser invitado y Sebas y Sofía lo siguen.




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