Zack:
No quiero ir a trabajar.
Por primera vez desde que entré al hospital, deseo con todas mis fuerzas quedarme acurrucado en mi cama.
Sí, mi cama.
El plan inicial era dormir en casa de mis padres y venir todos juntos por la mañana; pero, como un cobarde, hui alrededor de las cuatro de la madrugada. No quería enfrentar Annalía.
Sé que es algo ridículo ya que tarde o temprano voy a tener que hablar con ella; pero prefiero que sea tarde. Necesito pensar cómo voy a abordar esa conversación porque estoy convencido de que no le gustará. Joder, a mí no me gusta.
En nuestra última conversación antes de llegar a su casa, le dejé claro que lo que teníamos que hablar, iba a ser bueno para los dos, ¿y resulta que ahora tengo que retroceder?
La conozco. Se va a enojar y con toda la razón del mundo; aun así y, a pesar de que cada célula de mi cuerpo me pide estar con ella, me mantengo firme en mi decisión. Voy a esperar a que sea mayor de edad. Para enfrentarme a su familia, necesito estar bien conmigo mismo, no sentir que hago las cosas mal al seducir a una menor.
Honestamente, entre más lo pienso, más confundido me siento. Unas veces siento que soy la peor persona del universo por desearla; otras veces me siento ridículo al pensar así porque, ¿qué diferencia hay entre hoy y de aquí a tres meses? ¿Un número? Es absurdo, aun así, creo que me sentiría mejor conmigo y para con su familia si espero a que todo sea legal.
Releo el mensaje que recibí hace alrededor de diez minutos.
Lía: ¿En serio te fuiste? ¿He hecho algo mal?
Coloco mi almohada sobre mi rostro y chillo contra ella, frustrado.
Bloqueo el teléfono y me obligo a levantarme. Por más que lo desee, no puedo faltar al trabajo,
El maldito aparato comienza a sonar y mi corazón sube a mi garganta ante la idea de que pueda ser ella, pero se acelera aún más, cuando me doy cuenta de que es mi madre.
Joder, joder, joder.
Me fui sin despedirme de ella, así que puedo imaginar el cabreo que tiene.
La llamada cae y segundos después vuelve a sonar. Consciente de que no contestar solo hará que las cosas empeoren, respiro profundo y descuelgo.
—¡ZACK BOLT KANZ! —Separo el auricular ante su grito encolerizado.
Mierda.
—¿Cómo está la madre más linda del mundo?
—Más linda ni leches. —Continúa por todo lo alto—. ¿Cómo has podido marcharte en plena madrugada?
—Tenía algunas cosas que hacer aquí muy temprano.
—Si le das esa excusa a Annalía y te la cree, es su problema; pero yo te parí y te conozco bien, mocoso malcriado.
¿Es necesario mencionarla?
—Mamá…
—¿Te fuiste por Lía? —Me interrumpe y yo revuelvo mi cabello con frustración.
No quiero hablar de esto. No necesito otra charla.
—¿Por qué me iría por ella?
—Tú y yo sabemos bien por qué, cariño. —Su voz baja unos tonos, algo que agradezco, pues era casi imposible sostener el móvil cerca de mi oreja—. ¿Te gusta?
—No.
—Soy tu madre, Zack. A mí puedes contarme.
—Mamá…
—Si te soy honesta, me ha sorprendido mucho saber que ustedes son víctimas de la maldición Scott, pero luego de pensarlo, me encanta la idea.
Frunzo el ceño mientras mi corazón hace una voltereta feliz. Saber que al menos a alguien le gusta la idea y que no lo ve como lo que es, un delito, me alivia.
—Es decir, jamás me lo imaginé porque son casi ocho años de diferencia y, no lo sé, siempre pensé que te casarías con alguien de tu edad, así que…
—Mamá, ¿te estás escuchando? Solo han sido unos accidentes y ya tú estás hablando de casamiento.
—Nunca he dicho que te casarás con ella.
—Te conozco, señora, y me apuesto lo que quieras a qué es justo lo que estás pensando.
Una risita se escucha al otro lado de la línea confirmando mis sospechas.
—Voy a hacerte una videollamada.
—¿Qué? No, mamá, voy a llegar tarde al trabajo —digo a toda velocidad, pero es demasiado tarde. La mujer que me trajo al mundo ya ha colgado y, con asombrosa rapidez, entra la videollamada.
Suelto el teléfono sobre la cama, revuelvo mi cabello con desespero y juro que lo único que me queda para parecer un niño pequeño, es pataletear. Cojo el móvil nuevamente y, resignado, acepto la llamada.
El rostro hermoso de mi madre hace acto de presencia y yo intento sonreír.
—No dormiste nada anoche, ¿verdad?
—Tomé unas copas de más. —Miento.
—¿Qué te he dicho sobre mentirle a tu madre?
Suspiro profundo.
—Voy a llegar tarde al trabajo.
—Solo será un minuto; necesito hacerte una pregunta.