7. Contigo, en todos los idiomas

29. Alcanzar el Cielo con las manos

Zack:

Esto es una locura.

Tenía pensado pasar el día con mi novia, disfrutar junto a ella de sus dieciocho primaveras en una fiesta íntima; pero tengo la mala costumbre de olvidar que esa palabra en nuestra numerosa familia, no existe. Y, precisamente por esa razón, mi chica ha sido capturada por todos. Cada vez que la veo y que siento que por fin podré intercambiar más de tres palabras con ella, viene alguien y se la lleva.

Es frustrante.

Lo juro; le doy diez minutos a Damián y a su esposa para que conversen, la feliciten, le hagan su regalo si lo van a hacer, pero, justo después, me la llevo. No sé cómo y pueden llamarme dramático si quieren, pero, aunque tenga que utilizar los métodos poco ortodoxos de mi padre, entiéndase el secuestro, la sacaré de aquí.

Suspiro profundo y llevo mi cerveza a mis labios dándole un trago más amplio de lo normal. Miro a mi alrededor y veo a Erick jugando con el resto de mis sobrinos lo que me hace infinitamente feliz; me encanta ver cómo lo han acogido como uno más de la familia.

—Oye, Zack —dice Lucas, saliendo de la nada y esa sonrisa de medio lado que me dedica la conozco demasiado bien, así que me preparo mentalmente para lo que esté a punto de decir.

Bebo el resto de mi cerveza y dejo la lata sobre la mesa sobre la que estoy apoyado desde hace siete minutos aproximadamente mientras me aseguro de que mi novia no sea acaparada por nadie más.

—Lo que sea que se te haya ocurrido, Lambordi, no estoy de acuerdo. —Pongo el parche antes de que caiga la gotera.

He terminado en problemas en innumerables ocasiones por sus locas ideas y, aunque por lo general no me importa, no quiero arruinar la fiesta.

—Qué poca fe me tienes, hombre. Mis ideas siempre son geniales.

Ruedo los ojos. Ni él mismo se lo cree.

—Esta definitivamente te va a gustar. —Mueve las cejas arriba y abajo—. Te permitirá pasar un rato a solas con cierta rubia preciosa de ojos azules.

Ok, me da igual el plan descabellado que se le haya ocurrido; me apunto si eso significa poder quedarme con ella a solas, aunque sea una hora.

—Más te vale que valga la pena, Lambordi.

Su sonrisa se hace más amplia y, honestamente, no sé si debo tomarlo como algo bueno o malo.

Saca su billetera de su pantalón, me tiende un ticket y juro que me alegro de tener la quijada pegada a mi boca, si no, estaría arrastrándose por el suelo.

Está loco.

O sea, siempre lo he sabido, pero hoy le ha puesto el corcho a la botella.

Una reservación al mejor jodido hotel de Malinche para dos personas que, por si me quedaba alguna duda de que se hubiese equivocado, tiene nuestros nombres.

Hace un instante, cuando dijo que su idea me permitiría pasar un rato a solas con Annalía, pensé que se refería a un rato en cualquier maldita habitación de la casa, no dos días y una noche en un hotel. Está loco.

—¿Te gusta?

¿Está de coña? Tendría que estar desquiciado para no gustarme.

—¿Qué es esto? —pregunto como un tonto porque, me guste o no, no entiendo de dónde ha salido un regalo tan ostentoso.

—Es mi regalo de cumpleaños para Lía; solo mío, por supuesto. Aunque Tahira diga lo contrario, es absolutamente mío; tienes que dejárselo claro.

Es que son el uno para el otro.

—¿Y por qué me lo das a mí?

—Porque no quiero ilusionarla en vano si su padre dice que no cuando le pidas permiso.

Abro los ojos de par en par ante sus palabras y busco, inconscientemente, a mi suegro con la mirada mientras mi amigo sigue parloteando ajeno a los latidos desenfrenados de mi corazón contra mis costillas.

—Es que, aunque ya sea mayor de edad; tendrás que pedirle permiso y convencido estoy de que al señor Andersson no le gustará mucho.

El mencionado, que conversa tranquilamente con Maikol y Abigail, mira hacia mí y yo aparto la mirada inmediatamente.

Que no me haya visto por favor.

—Pero tú tranquilo, ¿vale? —Continúa el italiano, llamando nuevamente mi atención—. Dudo que Kyle te haga algo por proponer un viaje a un hotel en el que, obviamente, le robarás la pureza a su pequeña, pues ella te ama y si te mata, ella se enojará y…

—Lucas… —Lo interrumpo sin ser capaz de procesar nada más, ya que mi cerebro se ha quedado estancado a mitad de su verborrea: “…en el que, obviamente, le robarás su pureza…”.

—¿Te crees capaz de pedirle permiso? —pregunta, ignorándome completamente.

No. Obvio que no.

¿Cómo carajos se supone que le diga a mi super celoso suegro que pretendo llevar a su hija a un hotel paradisíaco? Por más que le jure que no pasará nada, no se lo creerá.

Lo miro con mala cara como única respuesta y su maldita sonrisa hace acto de presencia.

—Eres valiente, amigo mío; sé que lo harás y creo que podrías aprovechar este momento. Viene para acá.




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