7 Days - El tallador de muñecas (starker halloween)

Día 4 - Muñeca.

Esta historia contiene muerte de uno o más personajes


— ∞ —

Tony sentía el hormigueo en su cuello, sentía como se tensaban sus músculos, como la adrenalina se estrellaba contra cada una de sus venas y lo hacía jadear pesadamente. Se revolvía en su silla, el olor a cuero y a madera se filtraba por su nariz cuando su respiración entrecortada se agarrotó en su garganta. Sus dedos juguetearon con su cámara, se sentía ansioso, como un infante que hacía una travesura a espaldas de sus padres.

Un libro frente a él parecía tener su atención, pero Tony solo lo veía a él, solo lo sentía a él. No al aire acondicionado, no al calor artificial que le ponía las mejillas sonrosadas y que tan útil resultara a sus propósitos futuros. Solo al que mira sus libros mordiendo sus labios, jugando con el lápiz en sus apuntes en blanco. Él que era todo lo que Tony tenía en mente.

Día, tarde, noche y hasta en sueños. Despierto, en el baño, en la ducha o  comiendo. Todo el tiempo, a toda hora, en cada lugar. Siempre presente reptando en su mente, acosándolo, pidiéndole una y otra vez que le dé su atención.

Antes de él, Tony era disciplinado. Pero desde que llegó se le olvidaban las cosas, le costaba recordar y corría ese tipo de riesgos. Pero se calmaba antes de que la agitación creciera. Se repetía que jamás hubiera ido de no ser que era así de necesario y lo dejó pasar. Cómo cuando se olvidaba de apagar las luces del auto y tenía que pedir un remolque o se le pasaba tomar el café que se preparó y debía tirarlo. No sé juzga, lo culpa a él, a su perfección que le mantiene en vilo creando y creando réplicas, inmortalizándolo.

El chico extendió la mano sobre la mesa y Tony sintió una aceleración cuando la punta de uno de sus grandes libros casi rosó la de él. Nunca lo había hecho, no en un pasó tan prematuro al menos. La sensación era enloquecedoramente adictiva. Lo vio tantas veces a lo lejos, escondido tras gafas, tras un periódico o la pantalla de su celular. Ahora no, ahora podía verlo tan cerca que se sentía enloquecer.

¿Podría tocarlo? ¿Habría una forma casual de lograrlo? ¿Si pasaba junto a él por otro libro y fingía que se caía.

La idea es enfermiza, pero le atrae. Se estremece e solo pensar en algo tan prohibido. Puede olerlo, en cada inspiración huele su shampoo, su perfume barato y su aliento al resoplar frustrado con los libros de texto. No le gusta la historia, prefiere los números, incluso en un entorno tan callado como la biblioteca se distrae. Una sonrisa tira de sus labios y sigue mirándolo con descaro y poco disimulo. Si ya decidió que eso era lo que había que hacer, el no aprovechar la oportunidad era estúpido.

La ansiedad volvió cuando el chico se impacientó y se revolvió los rulos con claro estrés. Tony grabó en su mente la forma en que pequeños destellos cobrizos se marcaban bajo la luz cálida de las veladoras que se extendían sobre sus cabezas. No lo había tenido en cuenta, bajo el sol su cabello mostraba notas más rubias, no rojas. Lo agenda bien y sin querer piensa en los colores que debería combinar para lograrlo.

El chico vuelve a menear la cabeza y Tony vió el rastro de los nervios y la ansiedad en su movimiento. No es la tarea que deteste, ni el ensayo de historia con el cual lleva una semana y media lidiando, es él, son sus ojos, es su escrutinio lo que le impide concentrarse. Sonríe profundamente encantado con la idea de empezar a perturbar su vida como él perturba la suya con su imagen.

Tony nota unas pequeñas imperfecciones en su piel cuando lo ve inclinar la cabeza estirando los tensos músculos de su cuello; en las mejillas sus poros no son tan suaves como pareció a distancia o en fotos, se ven ligeramente abiertos. Completamente perfecto en su imperfección. Tenía una pequeña cicatriz sobre la ceja, en la distancia no se apreciaba, la alta definición de sus cámaras tampoco le daba el suficiente detalle, ahora lo veía todo, lo veía exacto. Veía sus lunares, veía sus labios menos tersos y más carnosos pese a ser finos. 

Sentía cómo sus piernas temblaban, quieren llevarlo a su atelier, quiere ir a modificar su obra, es un insulto su perfección. Se enfada consigo mismo, no puso atención en los detalles y dejó que sus ansias le nublaran el juicio y el criterio. Idealizó una figura y ahora su obra era una farsa en si misma porque no era fiel a nada más que sus alucinaciones.

El trabajo de su vida está siendo amenazado por ese niño que solo lo distraía, que solo hacía cosas en su mente que le impiden ser quien es. Quería amputar sus manos y ver si así aprende. No entiende porqué fue tan ciego pero lo arreglará. Maldita sea que lo hará, porque su obra no estará completa a menos que sea un fiel retrato.

Aprieta las piernas bruscamente cuando empiezan a tamborilearse producto de la furia contenida. El chico frente a él alza la vista y Tony sintió que se le encogía el estómago, que su mente se quedaba en blanco y la sangre empezaba a arder recorriendo su cuerpo. Por un segundo entero y eterno la mirada chocolate conecta con la de él, pero Tony está vestido para la ocasión, su atuendo es corriente, sabe que el chico lo mirará pero no lo verá y así es, baja la vista al ver que él no es nadie, que sus ojos apagados no son nada y que su atuendo de pobretón tampoco llama su atención.

Está muy cerca, mucho, demasiado. Mira sus manos un segundo y el chico se vuelve a acomodar. Debía tomar la foto que tanto se empecinó en necesitar e irse de allí antes de que vuelvan a hacer contacto, pero no podía alejarse. No ahora que el chico alzó la mirada por seguro sintiendo instintivamente que lo observaban. Tony se crispó en su asiento empujando la hoja del libro que fingía leer. Su niño llevaba un rato moviéndose, enderezándose en la silla, rascando su hombro y golpeteando arrítmicamente su lápiz.




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