Despierto echada en el sofá, tapada con una manta que mi madre me regaló hace años, si no recuerdo mal, debe de ser lo único bueno que me queda de ella, porque ni un recuerdo feliz.
Miro alrededor extrañada, no recuerdo como llegué aquí abajo. Sería un mal sueño? Miro hacia el techo, la parte donde anoche se oía el ruido de la maldita canica.
Camino a la cocina, las tripas rugen como un león a punto de comer a su presa. Me preparo mi leche caliente con cacao, mis galletas favoritas y uno de los libros que vinieron conmigo.
La lectura es tan apasionante, que no me doy cuenta del tiempo, ya me lo decía Alberto, que podría pasar una semana entera leyendo y no me enteraría del tiempo en que vivo.
El día transcurre sin novedad alguna. Nada que hacer, lo único que voy cambiando de lugar de lectura. Va anocheciendo, enciendo la luz de la cocina, delante de la nevera elijo el tuper de comida, al abrirlo, me encuentro una lasaña de champiñones.
En el fregadero, tengo la cacharrada de todo el día, lo junto todo para que el momento de lavarlo, se me haga largo.
Recojo la cocina, en el momento de ir a apagarla luz, vuelve a hacer lo de la noche anterior.
-Por lo menos tenéis la delicadeza de dejarme cenar y recoger tranquila -hablo al aire, como si alguien me estuviera escuchando.
Vaso de leche en mano, me voy para la sala, cuando llegando al principio de la escalera, miro por si hubiera algo que ver, niego con la cabeza.
-Tranquila Débora, no hay nada que temer, estás tú sola -me digo a mí misma.
Me siento en el sofá cogiendo el libro, subo mis piernas al incómodo cojín y me tapo con la manta.
Estoy ensimismada con la lectura, hasta que un golpe seco me saca de mi lectura, cierro los ojos esperando a que la luz, empiece a jugar conmigo. Pero sigue encendida, ni un ruido, nada.
Oigo las visagras de una puerta, a los pocos segundos, otro golpe fuerte al cerrarse. Hay sí soy más valiente, con la luz encendida, subo las escaleras despacio, de eso sí me acuerdo de que están medio cayendo.
Estoy en el pasillo, no veo ninguna puerta abrirse, me río pensando que son cosas de mi cabeza y de los libros que me gustan leer. Estoy girando, cuando las luces se apagan sin previo aviso.
-Ya estamos -digo en voz baja.
Algo llama mi atención, una puerta a la izquierda del pasillo, se va abriendo poco a poco y sale mucha claridad, algo raro, dado que no tengo luz, lo que me intriga más todavía.
Camino lentamente, como si fuera a despertar a alguien. La puerta sigue abriéndose, entro en el cuarto, miro las paredes y veo sin mucha nitidad, la cantidad de cuadros con fotos de gente a la cual no conozco.
Debajo de cada cuadro pone el nombre, del fotografiado, nada a ninguno he oído mencionar en mi vida. Llego a uno que ese sí lo mencionaban, pero no lo dejaban muy bien parado.
-Por fín te pongo cara, mi bisabuelo querido -le miro, tiene cara de mala persona, pero esos ojos…son como si fueran reales, como si me estuvieran mirando fijamente.
Se me pone la piel de gallina, con solo mirar esa foto. Me giro para ver el resto de la habitación, hay tal cantidad de fotos, que estaría aquí días para verlas.
En el centro hay una mesa, con un álbum de fotos, mi curiosidad es tremenda, al acercarme, veo que hay fotos mías de cuando era un bebé.
Paso las hojas y es como si mi vida entera pasara por delante de mis narices. Incluso hay algunas mías, saliendo de la librería, haciendo la compra, entrando en mi casa…
-Que raro -digo en alto -el viejo murió hace diez años y hay algunas muy recientes.
Oigo una respiración en mi cuello, pero la mía se para de golpe. Cierro los ojos, no se si mirar o echar a correr. Mis pies van girando despacio, mis ojos se van abriendo, pero no hay nadie, solamente la foto del bisa, mirándome fijamente.
Sin quitarle la vista de encima, voy caminando de espalda, cuando veo que nada hay detrás, me giro y me voy acercando a la cama, para ver que es lo que da tanta claridad.
Me vuelvo a girar y la respiración otra vez en mi nuca. Empiezo a repetirme a mí misma, que es mi mente, por si en algún momento, me lo llego a creer.
Doy un paso, el estómago me ruge y os aseguro que no es de hambre. De repente, la luz se apaga y no puedo ver bien, la claridad que sale de la luna, no da para mucho.
Algo hay encima de la manta, me acerco, estiro el brazo por si puedo palpar algo con la mano, toco la manta mugrienta, cuando sigo acariciando, algo me coge por la muñeca, intento zafarme pero no puedo, grito pidiendo ayuda, nadie va a venir y más, si mi voz no sale de mi cuerpo.
Quiero ver lo que me está oprimiendo la mano, de la nada una luz blanca sale del techo y alumbra la cama. Hay dos esqueletos, me miran, sonríen y me tienen cogida de la mano.
-Te dijimos anoche, que te fueras -dice uno de ellos, niego con la cabeza, intentado creerme que es una pesadilla -hay que hacer caso a tu padre, pequeña bastarda.
Lloro a gritos, eso es lo que me llamaba mi padre, cuando estábamos a solas, porque delante de la gente, era el padre dedicado, amable y bondadoso.