Fuera del espacio, fuera del tiempo, las distancias se acortan cuando el vehículo acelera. Su destino llegaba tras el desvío a las afueras de la ciudad, lugar de desechos donde las prisiones dejan atrás todas aquellas personas cuya vida quedó en el olvido por sus actos. Más allá, el reformatorio, niños nacidos con maldad, rebeldes sin causa en proceso de integración. Y un poco más lejos, el orfanato, un lugar para aquellos que no tienen destino. Allí se les proporciona uno pero... ¿Cuándo?
El vehículo, un antiguo monovolumen rojo, un simple logotipo comercial, un Citroën C4 VTS, daba distancia al reformatorio para frenar ante la puerta metálica del orfanato. La gran puerta de metal se abrió para que el coche accediera. Hoy, un niño o una niña, obtendría un regalo. Un destino.
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Una puerta se abrió dejando ver el correr de los niños, el patio donde todos parecían felices y despreocupados.
–¿Están todos? –preguntó la dama.
–Sí, a esta hora todos están en el patio. –respondió una de las encargadas.
–Me alegra oírlo. –dijo la dama mirando hasta el fin de los muros que ofrecía el recinto.
–Vuestro permiso vigente tan solo os permite quedaros a uno. Daos una vuelta, hablad con ellos. ¡Ah! Y recordad, ellos también deben querer estar con vosotras. –advirtió la encargada mientras se iba, dejando a la corresponsal como guía de las cuatro visitantes.
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Desde su altura, dejaba en el viento sus pensamientos mientras la música resonaba en sus auriculares, no quería hacer alusión a la existencia, hasta que la brisa se llevara lejos sus malestares, aunque fuese temporalmente. Impasible a todo, hasta que un grito clamó su nombre en busca de su atención.
–¡David! ¡Baja de ahí antes de que te hagas daño! –gritó la corresponsal.
Dejaron el patio tras de sí, y cruzaron la esquina del gran edificio, algunos niños más solitarios buscaban la calma y la paz alejándose de barullo. Desde el suelo, una de las visitantes quiso ver mejor el edificio a su costado, y lo recorrió con la vista, pero no esperaba encontrar en una cornisa a la altura de un primer piso, a un niño. Un chaval recostado que parecía totalmente ajeno a su entorno.
–¡Ya bajo! –respondió el niño sin mirar abajo, conocía bien esa voz, se limitó a guardar en su bolsillo el teléfono móvil y a dejarse caer al vacío. Nada mas tocar suelo, rodó sobre su hombro y se puso en pie frenando con las punteras la velocidad que guardaba de la caída.
–¿Se puede saber cómo demonios has subido ahí? –cuestionó la corresponsal con notable sorpresa al repentino descenso del niño.
–Parkour. –respondió David sin mucho interés en dar explicaciones.
–¿Continuamos? –preguntó la corresponsal a las visitantes.
–No, espera, me gustaría hablar con él. –dijo una de las chicas acompañado de una dulce sonrisa.
Su pelaje blanco roto lucia unas largas púas con mechas en las puntas, el algunas partes rosas, en otras color caramelo. El mismo caramelo que lucían sus ojos un poco más oscuros. En cuanto a la vestimenta, llevaba una chaqueta fina blanca a juego con su pelaje; el “98” marcaba grande en su pecho. Más abajo, la palabra “TOWN” más pequeña y acompañante de borde a la ropa. Los vaqueros desgastados bañan la gloria de los recuerdos en un morado oscuro. Sus zapatillas negras deportivas no dejaban indiferente ni a la braga que llevaba en el cuello, ni la diadéma que cruzaba su cabeza por detrás de las orejas luciendo el mismo color. Otros dos complementos no tan peculiares llamaron su atención, en sus muñecas, dos brazaletes rojos metálico brillantes. Simples alhajas vistosas. Abandonó el análisis cuando la chica comenzó a caminar para acercase a él, extraño, ya que de los brazaletes se escapaba un destello rojizo luminiscente que dejó atónito al chaval. A medida que se acercaba, se alejaba de las otras chicas dejando ver así, una larga, preciosa y voluminosa cola, con las mismos colores de mitad hacía arriba, que las mechas de su pelo.
En total y sin contarse a sí mismo, eran cinco chicas. Una era la corresponsal, una cuidadora, todas imbéciles y gruñonas cansadas de su trabajo. Luego, las otras cuatro, eran las visitantes. La mayor que parecía ser la madre, y las otras tres, que seguramente serían las hijas. Una era la que se había acercado a él, otra de ellas tenía un pelaje gris que acompañaban sus ojos dorados, o amarillos, no sabia bien que tonalidad eran, pero con sus destellos blancos y negros, eran preciosos, a juego con sus guantes y en combinación con su ropa y botas azules. De las cuales salía pelo del calzado haciendo juego con la braga que en un azul celeste.
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Editado: 20.08.2019