7 Sellos

3 | La TSS

 

Un pequeño rayo de luz acompañaba la puerta que se abría lentamente. En la cama, la luz alcanzaba parte de las sabanas para ir subiendo poco a poco hasta dejar ver quien o quienes dormían en ella. Las sabanas cubrían el medio cuerpo de Slick y David. Ella se encontraba boca arriba, mientras que el niño a su lado, con un brazo en la abdomen de la chica. Mia y Zoe entraron sigilosamente para despertarlos, pero tras ver la escena se decidieron por dejarlos dormir. No sin antes echarles una foto con el móvil, el flash hizo reaccionar a Slick, y las dos hermanas salieron corriendo entre risas terminando de despertar a la chica. Somnolienta, se dio la vuelta para abrazarse a su hermano y seguir durmiendo.

Pasadas un par de horas, al fin la chica ya comenzaba a despertar de nuevo definitivamente, esta vez se encontraba encima de su hermanastro, el cual continuaba profundamente dormido con un brazo sobre la espalda de la misma. Con un poco de paciencia y afecto, Slick pasa la mano su mano por el pecho de David mientras con una voz tenue intenta hacerlo reaccionar y despertar. Pocos minutos después, el niño comienza a entreabrir los ojos desvelando nuevamente esa chispa de monotonía cromática que encierra el parentesco de su mirada, al color de sus púas. Interesante suceso, pues encerrado en la monotonía de su mirada, algo único sale por encima de todo, algo que alegra y da desigualdad única a su persona, algo indescriptible, un color destelleante que convierte el castaño, en algo más. Al abrir los ojos, David se encontró frente a su hermanastra, aún con peleando contra el abrazo de Morfeo, sus ojos caramelo derretían cualquier sentimiento o carga negativa para convertirlo en dulzura y paz. Ambos se quedaron mirándose perdidos en los destellos de la mañana en sus ojos, ninguno se atrevía a dar el paso a la palabra. Un pensamiento espontaneo irrumpió en la mente de David devolviéndolo de una patada a su imposible realidad y permitiéndole hablar.

 

–Buenos días Slick, ¿Qué tal has dormido? –dijo el niño con voz cansada.

–Bien, ¿Y tú? –respondió la chica somnolienta.

 

Slick se bajó y se puso al lado de David para luego deslizarse por un lado de la cama, al igual, el niño lo hizo por el lado contrario del lecho. La joven se acercó a la silla del escritorio para coger su pantalones morados del día anterior, y seguido, se retiró la camiseta sin importarle a presencia del niño. De todos modos, el chaval se dio la vuelta en acción de respeto hacía su hermanastra y también comenzó a vestirse.

Una vez listos, ambos bajaron a la cocina para desayunar, donde una nota de su madre les esperaba sobre la mesa para explicarles el porqué de su ausencia, pues estaba en el supermercado comprando junto a sus otra dos hijas.

El sonido de la lave al abrir la puerta provocó que Slick hiciese un ligero pero repentino y repetitivo movimiento con las orejas.

 

–¿Mamá?

–Ya estoy aquí

 

Slick estaba en el comedor jugando con David a la consola.

 

–Que, ¿Ya estás viciada otra vez? –cuestiono Mia.

–Y encima quiere enganchar a David. –co-rrespondió Zoe.

–David está jugando porqué quiere. –respondió Slick sin dejar de mirar la pantalla.

–David, ¿Vienes a sacar tus cosas? –preguntó Samanta.

–Claro. Slick, te dejo aquí el mando. –dijo David.

–Espera y voy contigo. –dijo Slick abandonando la partida y apagando la consola.

 

Los cuatro fueron al coche a coger las cajas del maletero y las subieron al piso de arriba. La segunda habitación del fondo. Un gran ventanal a su derecha, el techo inclinado pero alto. Frente a él, una cama pegada a la pare de lado. Un par de estanterías paralelas, dos armarios, uno empotrado y un cajonera frente a la cama. Sobre la misma, una televisión. Bajo la ventana, un escritorio y al lado otra estantería. El cuarto en col azul clarito y la luz blanca del ventanal anonadaban a David, que entraba poco a poco seguido de sus hermanas.

Las cajas descansaron en el suelo y el niño intentó abrirlas, pero el celo estaba ya muy pegado.

 

–Chicas, ¿Tenéis un cútex o algo? –preguntó David.

–Anda, dejame a mí. –dijo Slick mostrando las garras que nacían en la punta de sus dedos, grandes, curvas y afiladas.

–¿Eh...? Vale. –dijo David entre risas nerviosas mirando fijamente la punta de las garras de Slick.

 

La chica pasó la garra por encima del celo, y sin esfuerzo alguno el plástico se rompió limpiamente en la primera caja. Y de nuevo, el sonido del plástico inundó el lugar provocando un ligero pero repentino y repetitivo movimiento arriba y abajo en la oreja zurda de David. Zoe estaba abriendo la otra caja con las manos, o bueno, con sus garras.

 

–Todas tenéis garras ¿Verdad? – dijo David mirándose las manos.

–Sí, pero eso no es todo, mira. –dijo Mia abriendo la boca y mostrando un par de colmillos maestros.

–Me tranquiliza saber que mis hermanas pueden... ¿Eh? Arrancarme un brazo de un bocado. Básicamente, sí.




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