7 Sellos

8 | Nuevos amigos

 

Los días pasaban y las pesadillas habían cesado, hacía dos semanas desde su encuentro cara a cara con su padre. Podían volver a los túneles sin miedo a...

Aparte, el curso ya tocaba su fin, apenas quedaban otras dos semanas, más hoy. Tras salir de clase y comer, el niño había quedado con su amigo. Bueno, su hermano. Iro. Iro era un chaval de un año más mayor que él con el pelo algo rizado en las puntas. Al alisárselo podía verse como le llegaba hasta los hombros. Pero rubio y piel blanquecina. Ojos azul clarito y en el borde de la pupila, un halo marrón. La gracia estaba en que Iro era humano. De todos modos era una gran persona.

Esa tarde ambos salieron camino a su segunda casa. Aquella bajo tierra. No había un lugar más tranquilo del que disfrutar en su ciudad. Recostados en la rampa, disfrutando de la luz, ya no había nada por lo que preocuparse. El calor era la causa por la que ellos llevaban manga corta más allí dentro no lo hacía. Se podía sentir una fresca brisa correr a ras del suelo. Ahora el niño vestía con sus vaqueros negros, una camiseta naranja con los bordes marrones y unas zapatillas negras, diferenciadas por los cordones, blancos y negros, en cada una de ellas más en sus muñecas se podían ver dos brazaletes de oro desgastado y en la parte del antebrazo, una piedra verde brillante.

 

–David, ¿Desde cuándo llevas esos brazaletes? Están muy guapos. –cuestionó Iro.

–¿Sinceramente? Desde que tengo memoria.

–Sí, es verdad, me lo dijiste. Joder, con los exámenes ya no sé dónde tengo la cabeza.

–Es normal, tío. Anda, ¿Pillamos los Red Bull?

–Estamos tardando

 

David metió la mano en la mochila y sacó dos latas de bebida energética. El color morado y las letras grises bordeadas de negro, ese Red Bull con sabor a túneles, un sabor monótono pero único, conocido pero especial.

 

–Salud, hermano. –dijo Iro chocando las latas.

–Salud, hermano. –dijo David correspondiendo al choque y dando ambos un trago.

–Por cierto, ¿Siempre vas con esa mochila? –preguntó Iro.

–Siempre que quedamos. Pues así no tenemos que llevar las cosas en la mano y tampoco me cuesta nada llevarla.

–Eres un Dios. –dijo Iro tomando otro trago.

–...Joder. –dijo David entre risas antes de beber de nuevo.

 

David sacó el teléfono y puso música. Los túneles eran todo y, con la amplitud del hogar, era un altavoz gigante. Inmediatamente, el sonido de las guitarras y la batería inundaron el lugar.

 

–Tierra Santa. Indomable. –comentó David.

–Eeeehhh... –dijo Iro alzando el puño para chocarlo con el de David.

–Control. –dijo el erizo chocando nudillos.

 

Música, Red Bull y ahora, el momento de luchar. Ambos salieron a la parte de arriba. Cerca de las vías habían cañas. Arrancaron unas cuantas y volvieron a bajar. En las manos de David, dos cañas. En las de Iro, solo una, a dos manos.

 

–¿Preparado? –dijo Iro sonriente.

–...Eso creo. –dijo David.

 

Iro esperaba y, David, nervioso, dio el primer golpe. Iro defendió y contraatacó. Golpes, uno tras otro. David defendía y atacaba más el miedo le impedía atacar bien. Era incapaz de ir en serio contra su amigo. Juego o no, la pelea no le gustaba. Bueno, lo que no le gustaba era el temor a hacerle daño, pues le encantaba luchar con espadas y desde que descubrió que lo suyo era el estilo doble. Aún estaba más entusiasmado y temeroso, pues de esa forma era más rápido. Un ataque bajo e Iro tocó la pierna de David perdiendo así, el combate.

 

–Vas mejorando, David. –dijo Iro poniéndose de nuevo en guardia.

–G-Gracias. –respondió David poniéndose en guardia de nuevo.

 

Un nuevo asalto y una nueva oportunidad. Defendiendo bien y atacando temeroso, de nuevo David quedó tocado y perdido. Intento tras intento, el resultado siempre era el mismo. Lo único que le faltaba era valor para dar un buen ataque.

 

–Lo haces bien, pero no puedes solo defender. –dijo Iro,

–Lo sé.

 

Un nuevo asalto y esta vez, el niño intentaba ir en serio más Iro también daría más. Golpes rápidos, esquivos y pasos atrás. El miedo, tanto a los golpes fuertes y veloces de Iro como al temor de hacerle daño a su amigo, llevaron a David contra la pared y la espada en el cuello. Perdida la batalla pero no la guerra, un nuevo intento. Nuevos golpes. Esta vez a por todas. Golpes. De izquierda a derecha. Uno, dos, tres, cuatro... Y un nuevo golpe en defensa de Iro hizo volar una de las cañas de David hasta el fondo. Un ataque con la otra espada y al bloqueo, la caña se partió quedando reducida a un cuarto de lo que era. El niño lo miró fijamente e Iro dio de golpe final.

 

–Joder, siempre igual. Algún día te ganaré. –comentó David.

–Sigue practicando y lo conseguirás. –dijo Iro tirando la caña.



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En el texto hay: adolescentes, demonios, apocalipsis

Editado: 20.08.2019

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