7 Sellos

11 | Nueva vida

 

Una mirada al vacío blanco, confuso y molesto, una visión dificultosa y unas sensación cálida bajo su cuerpo. Con lentitud, se pone en pie y observa estar en una cama. Reconoce el lugar y sale por la puerta llamando a sus hermanas. Mia y Slick salieron del baño para ver a su hermana apoyada en el marco de la puerta.

 

–Chicas, ¿Qué hacéis ahí? Joder que frí... ¿Por qué estoy en ropa interior? –cuestionó Zoe confusa.

–Sígueme el rollo. –dijo Mia susurrando a su hermana peliblanca–. Ve a la habitación y tapate, ahora vamos nosotras.

–Está bien. –dijo la zorro peliazul volviendo a la habitación.

 

Las dos hermanas entraron en el baño.

 

–Escuchame Slick, tengo una idea, tú dejame hablar a mí.

 

Las dos zorros terminaron de guardar algunas toallas manchadas de sangre y salieron del baño para ir a la habitación.

 

–Hey, por cierto. ¿Habéis visto a David? –preguntó Zoe al ver entrar a sus hermanas por la puerta.

–Veras, Zoe... Anoche, cuando te fuiste con tus amigos, te emborrachaste. Y mamá fue a buscarte, David la acompañó, pero a la vuelta, tuvisteis un accidente. Tú ibas detrás y sobreviviste, pero David y mama... Han fallecido. –dijo Mia.

–Ma–mamá y David... ¿Han muerto? –dijo Zoe con la voz rota y lágrimas a pie de pagina.

–Eso me temo. –dijo Mia acercándose a su hermana para abrazarla en su llanto.

 

Lágrima a lágrima, la camiseta de Mia se inundó del agua caliente que derramaban los ojos de su hermana. El pecho oprimido y la histeria nerviosa hacían faltar el aire y remover el estomago de la chica de ojos violeta. La zorro grisáceas recostó en la cama, y su hermana se puso encima de ella abrazándola con fuerza. A su lado se puso Slick, cuyo animo había parecido desaparecer.

Pasando el tiempo en la cama, las tres terminaron por dormirse. Pasando lo minutos y las horas por la ventana hasta caer la tarde y dar paso a la noche. Reabriendo los ojos en un bostezo, Mia despertó, e hizo lo mismo a sus hermanas.

 

–M–Mia...¿Tan borracha estaba? –preguntó Zoe tímida y temerosamente.

–No, de haberlo estado es probable que te hubiesen hecho un lavado de estómago. Sin embargo no te hicieron nada de eso. Lo cual me lleva a pensar que te echaron algo en la bebida. –dijo Mia.

–No recuerdo nada...

–No importa.

–Tengo hambre, bajemos a comer algo.

–No creo que sea buena idea. – dijo Slick sin dejar de mirar fijamente el techo.

–¿Por?

–Bajaré yo a preparar algo. –dijo Mia levantándose.

–Está bien. –dijo Zoe.

 

Mia se levantó de la cama y Zoe se acercó a Slick, que parecía haber abandonado su cuerpo. La zorro de ojos amarillo bajó las escaleras, para parar en seco y gritar reclamando a su hermana, Slick.

 

–¿Qué ocurre? –dijo Slick bajando las escaleras junto a Zoe.

–Mira. –dijo Mia señalando el suelo.

–¿¡Pero qué...!? No. ¡Es imposible! –dijo la zorro peliblanca observando el lugar, limpio, impoluto, sin una mancha de sangre, y con todas las tablas de parqué en perfecto estado–. Mia, tú lo viste... ¡Es imposible!

–Lo sé... –dijo Mia mirando atónita el suelo.

–¿Qué pasa? –dijo Zoe confusa.

–Nada Zoe, sube y ponte algo de ropa. No quiero que te resfríes. –dijo Mia bajando los últimos escalones.

–Bueno... –dijo Zoe subiendo las escaleras de nuevo.

 

Una cena tranquila, lenta y silenciosa con la mirada fija en algún lugar que cabizbajas pudieran perder sus mentes en blanco. Fin de la cena, y las tres fueron a la habitación de Slick, donde antes habían estado. Trajeron el somier y colchón de la habitación de Mia y los unieron para así poder dormir las tres juntas.

Otra mañana, y otro día en la casa. La vida de las tres se había estancado por momentos. En la habitación reunidas, Mia miraba a la calle por la ventana sentada en la silla del escritorio. Desde esa misma mañana, el cielo estaba naranja, no azul. Tampoco era un hecho muy importante, podía haber cualquier explicación para ello. Incluso que se hubiese vuelto daltoniana. Nada que le importase. Slick y Zoe, una recostada en la cama, y la otra sentada en el borde.

Algo llamó la atención en instantes de Mia, y la misma a sus hermanas.

Por la calle, un extraño ser caminante. No era el primero que veía, pero sí que sus rasgos estaba mucho más marcados que los que ya había visto antes. A pesar de ser un tigre, lucía una cornamenta de ternero desde detrás de sus orejas hasta rodear su cabeza hacía delante. En su espalda, descansaban pequeñas protuberancias oseas, como pinchos, y unas largas garras.

Al salir del bucle depresivo, Mia comenzó a darse cuenta de que muchos más ciudadanos presentaban estas anomalías, o muy parecidas. Y no solo eso, atenta día a día a los informativos televisados o radio retransmitidos. Los altercados, agresiones, robos, o incluso muertes iban en aumento.




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