La carretera dejaba atrás la ciudad que había visto el alumbramiento de quienes en el coche se encontraban. Una ciudad en ruinas, sumida en la desesperación y la muerte. Edificios derribados, grandes trozos de piedra tirados, carreteras resquebrajadas, farolas, señales y semáforos arrancados y cuerpos por las calles. Lo único que podían ver desde las ventanas. La carretera los alejaba cada vez más, ya no se veía nada de aquella horrible odisea. Otra vez, en la misma gran recta que una vez llevó a David a la felicidad, ahora volvía a recorrerla con la esperanza de poner a salvo a sus hermanas, y compañía.
Slick lo miraba desconcertada, no entendía nada. Solo el silencio ahogado en el motor haciendo mover los pistones y las ruedas en el asfalto ahogaban el sobrevivir del silencio. Una curva cerrada más adelante y el niño advirtió que se agarrasen con fuerza antes de llegar, pues un frenazo brusco girando el volante a izquierda y rápidamente a derecha para compensar la desviación, junto al freno de mano y el embrague, un nuevo acelerón tras el derrape, y de nuevo en la carretera de los exiliados.
–David... ¿A dónde vamos? –cuestionó cohibida la zorro peliblanca.
–A un lugar seguro. –respondió el erizo fríamente sin apartar la mirada clavada en la carretera. De nuevo, el silencio ahogado por el motor se apoderó del vehículo.
Atrás quedaba todo, la carretera que los llevaría a la ciudad vecina. El viento silbante a la ventana entreabierta no parecía tener fin, así como la mirada de David se hallaba perdida en la nada. Unas palabras temblorosas lo rescataron de aquel mudo pensamiento.
–David, ¿Estás bien? –cuestionó la zoro peliazul cabizbaja.
–Creo que sí... –respondió David con aquellas palabras resonando en su mente.
–David. ¿Qué te ha pasado en el ojo?
–Es una larga historia...
–Puedes decirme... Sí quieres.
–Verás. Cuando, caí por aquel agujero, llegue a... ¡No puedo! Te lo diré, lo prometo, pero ahora no. Lo siento. –dijo David golpeando con un puño volante.
–No pasa nada, tranquilo. –dijo Zoe agachando las orejas.
Los kilómetros y el tiempo pesaban sobre el reloj del coche para hacer caer ya una hora sobre el volante. Mas la entrada a la ciudad ya se veía muy a lo lejos y algo más que llamó la atención de todos.
–¿Q-qué es eso? –cuestionó Slick
–No lo sabremos hasta estar cerca, pero una cosa es segura. No son amigos. –dijo David airado.
–¿Y qué hacemos? –cuestionó Mia.
–Slick, ¿¡Coge el volante!? –dijo abriendo la ventanilla y saliendo por el, se agarro con una mano al techo y la otra al parabrisas, sacando un pie para pasar al capó y ponerse de pie–. Cuando te diga... ¡Frena en seco!
–¡Espera! ¿¡Qué vas a hacer!? –preguntó Slick alarmada.
–¡Ahora lo veras! –dijo David apretando los puños.
La fuerza que acumulaba pasaba como electricidad por su cuerpo para poner de punta sus pelos hasta convertirse en fuertes púas. Y no era pelo, ahora si hacía mención a su especia, erizo.
–¡AHORA! –gritó David.
Las ruedas del coche frenaron en seco haciendo que el mismo derrapase por la fuerza, y el niño saliese disparado como una bala de cañón, encogiéndose para hacerse una bola rodante con afiladas púas como cuchillas directo a un gran ser rojizo con dos correas de metal cruzadas en el pecho y unos pantalones de tela resquebrajada. Armado con un gran martillo y dos cuernos que miraban a su espalda. En un instante que se percató de un silbido rompiendo el viento,el niño impactó en el vientre de aquella bestia abriendo un agujero en el mismo, triturando sus entrañas con las púas y saliendo por su espalda tras destrozarle la columna vertebral. El niño cayó al suelo rodando un par de veces sin control, tomó conciencia esperando el momento idóneo para saltar y dar una vuelta en el aire cayendo casi de rodillas. Pudo ver caer el coche a través del agujero que había abierto en el monstruo, que cayó al suelo, podía sentir su púas mojado por la sangre que goteaba de las mismas, al igual que la que manchaba parte de su rostro y ropa. Vaciló un momento observando a cuatro cuerpos muertos en vida, la brisa caliente le traía el olor a putrefacto, era asqueroso. Pero no iba a quedarse allí esperando, se puso en pie y rozó sus brazaletes para dejar caer las espadas con mango de Fénix hasta sus manos. Su mirada se tornó más maligna frunciendo el ceño y cobrando un halo naranjado e las pupilas. Apretó el mango y el fuego se desató por el filo.
Desde lejos, a través de la ventanilla del coche, quienes estaban dentro observaban el baile de fuego que el niño organizaba, aquellos movimientos ágiles y rápidos junto al fuego no eran algo normal. Era como si hubiese aprendido en los mese que había desaparecido, años de entrenamiento. Más allá de las miradas, Zoe no podía creer su presencia allí, pues ella había ocasionado su muerte, y la de su madre. ¿Cómo podía estar allí? Era inconcebible, además, parecía estar muerto, tan pálido... No había explicación. En cuanto a Tec, Valery y Rosa que no parecían entender nada, a todo esto era surrealista, así como Mia y Slick, que simplemente no sabían que decir.
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Editado: 20.08.2019