7 Sellos

17 | Nuevos compañeros - Zylia

 

Los rayos del sol entraban por la ventana al llegar el alba a la tierra e iluminarla en un nuevo día. El momento de levantarse llegó junto al molesto sonido del despertador, la zorro peliblanca se levantó batallando con la pereza e impulsado por el hambre, seguida por sus hermanas en el pasillo por sus tres amigas y compañeras. Una mañana de bostezos y pesadez hasta entrar en la entrada y buscar a David, el pequeño estaba tumbado en el suelo con las piernas encima del sofá y con las alas extendidas por la sala; durmiendo, y por la cara que tenía junto a un hilillo blanco de silaba, bien a gusto.

 

–David, David despierta... –decía Slick mientras mecía el cuerpo de su hermano intentando que abriese los ojos.

–Eh...¿Qué, que pasa? –respondió el niño entreabriendo los ojos.

–Vamos perezoso, es hora de levantar.

–… Cinco minutos más. –dijo el niño girando la cabeza.

–No. Venga. Que hay que ir a por el desayuno. –replicó Slick.

–Ta bien... –dijo David levantándose poco a poco y yendo junto a sus hermanas hasta la puerta–. Espera un momento... ¿Qué cojones hago con..? –dijo mirándose las alas–. Aaaah, es verdad. No hay que ir a por el desayuno, fui yo anoche.

 

El erizo rozó sus brazaletes para dejar caer la piedra morada de colgante y así hacer desaparecer sus alas. Después volvió a tocar las piedras; y las bolsas de comida cayeron a sus manos haciéndole casi caer también a la repentina aparición de las mismas y su peso.

 

–Buen erizo. –dijo Mia riendo y ayudándole con las bolsas para llevarlas por el pasillo.

–¡Qué no soy una mascota! –replicó el niño fingiendo enojo y aguantando la risa floja.

–David, ambos sabemos que sí. –comentó aún con la risa.

 

El pequeño volteó los ojos soltando una risa sarcástica y entrando a otro pasillo de su izquierda, al fondo. Dentro de una habitación dotada de fogones, horno, frigorífico, armarios, microondas y una pequeña isla de cocina en el medio. Dejaron las bolsas encima y comenzaron a sacar cosas para desayunar. Leche, zumo, pan, fiambre, tostadas y algo de bollería. Una vez acabado, comenzaron a guardar el resto de alimentos en respectivo lugar de lo que ahora era; su hogar.

Todo en orden, hasta la repentina aparición por la puerta de la erizo de pelaje amarillo. Los miró un instante con miedo, se sentía confusa y no recordaba gran cosa, al primer paso de Zoe para acercarse salió corriendo, y ellos también para encontrarla. Desde allí la vieron girar por el pasillo que llevaba a la salida. Continuaron hasta verla de nuevo por los caminos del lugar, era muy rápida, pero no le perdían la pista. Cruzó un puente de madera por encima de un riachuelo y siguió corriendo. No tardó mucho en darse cuenta de la valla con pinchos que tenía no muy lejos. Debía escapar ya, pues la fatiga comenzaba a llegarle. Llegó hasta la valla y vio que el camino se dividía. Optó por a izquierda y continuó corriendo para parar a pocos metros, salir del camino y esconderse entre la frondosidad de las plantas, arboles y matojos. Podía ver a sus perseguidores mirando incrédulos el lugar sin rastro de la eriza que intentaba recuperar el aliento poco a poco para no alertarlos. Un segundo sin respirar al ver a uno de ellos mirando hacia ella, y se fueron.

La chica de pelo amarillo dejó escapar un grito dándose la vuelta rápidamente e intentando golpearla, pero esta vez ya esperaba dicha reacción y lo esquivó; sin ver venir una patada que rozó su pierna sin llegar a darle al apartarla en un acto reflejo. Al segundo echó a correr por donde había venido, apareciendo un pequeño grupo frente a ella. Se dio la vuelta y corrió para parar al momento al ver al resto allí. Estaba atrapada, pero no tan fácil, corrió hacía los matojos para salir y chocar directa con David; cayendo ambos al suelo. Se puso en pie e intentó correr, pero todos estaban ya allí. Solo le quedaba pelear con todas sus fuerzas. No abría una segunda vez, se abalanzó con puñetazos y patadas, mordiscos y tirones del pelo a quien se le acercaba. Un momento que se dio la vuelta, y la eriza se vio en el suelo. Todas la agarraros de brazos y piernas para inmovilizarla, tarea difícil a sus fuertes espasmos y gritos en intentos de liberarse. David veía la escena recordando, y se acercó a ella.

 

–Tranquila. Chicas, soltadla. –dijo David.

–No, hasta que no se calme. –replicó Valery.

–Tal como la tenéis no va calmarse. Además, no podemos retenerla si no quiere estar aquí.

–¿Seguro qué sabes lo que haces? –dijo Mia.

–Sinceramente; no.

–Chicas, soltadla.

 

El erizo de pelo castaño se acercó a ella mientras se ponía de pie para cogerle la mano.

 

–No te vamos a hacer daño. ¿Estás bien? –preguntó ayudándola a levantarse. Ella vaciló un momento antes de responder y asintió con la cabeza–. ¿Tienes hambre? –dijo David, al momento; la chica asintió. – Si vienes con nosotros te daremos algo para que comas, tenemos que ir de donde nos hemos ido, allí esta todo. Ella asintió de nuevo sin alejarse de él y pasando de las demás durante el camino hasta llegar.



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En el texto hay: adolescentes, demonios, apocalipsis

Editado: 20.08.2019

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