7 Sellos

24 | El séptimo sello

 

La noche se ceñía sobre ello como su misma ropa. Levantó el brazo de amor para caminar por el pasillo hasta la puerta, y salir alzando el vuelo que, tras de sí, iluminaba la noche por el fuego en sus plumas negras perseguidas a los rayos del alba alcanzándole por la espalda.

La luz hizo despertar a todos, sabían que David ya no estará, pero confiaban que volviese pronto. Algo que en la aburrida mañana no ocurrió, se limitaron a leer los libros, practicar algún hechizo o mejorar su estrategias al luchar. Cosas entretenidas; hasta la hora de comer. El reloj caía y el niño seguía sin aparecer. Era demasiado rato hasta para el caso de haber tenido que pelear. Era desesperante, pero nada podían hacer. La tarde transcurrió tensa, así hasta caer la noche...

El erizo seguía sin aparecer y los oscuros pensamientos temiendo su muerte ya estaban demasiado presentes en las mentes de todos. Cada minuto caía más lento que el anterior sobre Slick y sus hermanas, más que en ninguna otra.

Las diez, las once, las doce, la una... El niño seguía sin aparecer, y el cansancio hizo a las hermanas caer rendidas junto al resto para así, irse a la cama.

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Un leve chirrido, y un muy suave golpe resonó en el lugar. A diferencia de los pasos, pesados... La mano arrastrada por la pared del pasillo, dejando un rastro de sangre y muerte desde sus dedos. El suelo y la parte baja de la pared chorreaban igual, al paso de sus alas. La puerta del baño se cerró, despertando a las residentes de lugar. Tras el sonido, Slick y sus hermanas, Rosa, Tec y Valery observaban con curiosidad, miedo, temor incluso a la sangre que esparcida por el lugar se bañaba. Y tras la puerta del baño, agua sonando.

 

–¿David? –preguntó Slick con algo de miedo tras golpear la puerta suavemente con los nudillos.

 

No obtuvo respuesta, pero algo la hacía creer que era él. Algo que, tras girarse; fue confirmado. En el suelo se encontraba una pluma negra; manchada en sangre. La cogió y se dirigió a la sala de estar, allí esperaría a que David saliese del baño. Creía sola estar en el lugar al sentarse en un sillón, y desechó el pensamiento al ver a sus compañeras y hermanas entrar tras ella y sentarse por los sillones y sofá.

Al fin se abrió la puerta, el niño vio luz en el comedor, y allí se dirigió. Apareció por el marco,viendo a todas mirando, esperando a que saliese, y viéndose hacia a él. Todavía mojado; con los ojos rojos, cristalinos, hundidos y mojados pero no por el agua. La expresión desolada marcada en su rostro notablemente. Todavía tenía las alas y las espadas a la espalda, goteando con una cuerdas atadas al cuerpo. Sin camiseta ni zapatillas, solo el pantalón negro. El niño agachó la cabeza y cerró el puño con rabia.

 

–David, ven. –dijo Slick ténuemente. Él pequeño no respondió, puso las manos sobre el mango de sus espadas, y las desenvainó volteándolas por las manos y haciendolas desaparecer tras rozas los brazaletes. Se acercó y sentó encima de Slick, las rodillas dentro del asiento, sobre su regazo, cara a cara. La zorro peliblanca lo abrazó sin más, las manos bajo los brazos y subiendo por su espalda con el pelaje húmedo aun, y llegando hasta su cabello, acariciando tanto su cuerpo, como sus alas.

–Has tardado mucho en volver... –dijo Zoe en voz baja intentando romper el silencio.

–Lo sé, y lo siento. Las cosas se alargaron más de lo que creía. –respondió David suspirando.

–¿Qué tal fueron las cosas? –cuestionó Slick intentando saber el por qué estaba así. Al escuchar la pregunta, David se puso en pie.

–Voy a ir a por una camiseta, tengo frío. Ahora cuando vuelva os contaré... –dijo el erizo poniéndose el collar y caminando por el pasillo hasta la habitación.

 

Un minuto de reloj y el niño volvió a aparecer poniéndose una camiseta de manga corta naranja con los bordes marrones.

 

–Está bien. Cuando me fui esta madrugada, no encontré a nadie en el lugar, por eso tuve que esperar. O eso creía. Deambulando por el lugar encontré el símbolo del séptimo sello grabado en un árbol, junto a una nota en Arameo. Uno de los lenguajes del Averno. –Zoe interrumpió a David.

–¿Un juego?

–Efectivamente. Fui siguiendo las pistas, hasta llegar a nuestra ciudad, en el lugar al que no me atreví a volver desde la muerte de mi madre. Allí estaba ella, y... –Tec le interrumpe.

–¿¡Estaba tu madre!?

–No, el séptimo sello.

–Ah, vale. Bueno, continua.

–Estuvimos hablando, pues ella estaba de parte de los demonios y quería que me uniese a ellos. Pero me negué, entonces comenzamos a pelear. Destrozamos la casa y salimos volando por la ventana. Fue una dura pelea, nos chocábamos contra los edificios y nos intentábamos tirar al suelo. Pero ninguno lo hizo, llegamos a las afueras, al fin la tiré yo, pero estábamos cerca de la carretera, lo que no me esperaba era que me agarrase la mano. Y sí, caímos los dos al suelo, rodando seguimos peleando. Cuando me la quité de encima echó a volar para huir y tuve que seguirla. Pasamos dos ciudades, creo. Así hasta llegar a un acantilado, se podía ver una vieja cabaña de madera. Allí peleamos con las armas, estuvimos hasta cansarnos. En un momento que giré para atacar, yo esperaba que lo esquivase, pues intentaba no hacerle daño. Pero adelanté el pie más de la cuenta, y ella no se inclinó lo suficiente, dejando el cuello al descubierto... Se lo corté, casi la decapito, así que imaginaos la herida. Muró al instante. La sangre que dejé en la pared, es suya, me he manchado entero. Luego... Necesitaba descansar, así que me fui a aquella cabaña, por eso la mencioné antes.




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