72 horas: Bajo tu poder

4| Cruda Realidad

20 de septiembre de 2017

Hora: 07:23 A.M.

Amaia

Estaba alterada, escondía mi cara entre mis rodillas, rezando hasta lo que no sabía. Deseaba que no fuera cierto lo que acababa de escuchar:

Un disparo.

¿Damien estará bien?

Me abofeteé mentalmente por preocuparme por él, cuando claramente él no lo hace por mí. Resoplé indignada, levantando la cabeza y observando el lugar con aburrimiento.

Mis pensamientos vagan sin rumbo fijo hasta que mi lado racional, notando el sarcasmo, comprende el peligro de la situación.

Estaba en medio de la nada, secuestrada en una cabaña por un asesino en serie con evidentes problemas mentales. No solo yo corría peligro, sino también mis familiares y mis amigas. La idea de que algo malo les pase me nublaba la vista

Me sentía ingenua . ¿Cómo dejé que todo esto ocurriera? ¿En qué momento pasó? Las preguntas rondan y rondan sin ninguna respuesta clara.

No he tenido la oportunidad de tener una conversación clara con Damien; cada vez que nos vemos o hablamos, solo me recuerda lo obsesionado que está conmigo y lo inútil que sería intentar escaparme de él. Porque, según él, le pertenezco.

— Eres fuerte, no te dejes doblegar.

Me animo en un débil susurro. Frustrada e impotente, las lágrimas empiezan a caer por mis mejillas, creando un ligero rastro. El líquido salado resbala por mis labios y cae hasta mi barbilla. Mis pensamientos se consumen, mi miedo crece, mientras mi valentía se desmorona.

—¿Por qué tenía que pasarme esto a mí? ¿Por qué precisamente yo?

Pregunto al aire, casi gritando. Mis lágrimas siguen fluyendo sin control. Nunca me había sentido así. Nunca había pasado por una situación tan bizarra y siniestra como esta.

Suelto una triste risita, enterrando aún más mi cara entre mis rodillas, creando de alguna forma una barrera protectora contra cualquier amenaza.

—No tienes por qué llorar —doy un respingo al escuchar una voz a mi costado. Es Damien, parado en el umbral de la puerta, con las manos ensangrentadas y una expresión de desinterés en su rostro.

—Siéntete afortunada —añade, cerrando la puerta detrás de él. En ese momento, me percato de que lleva un arma en su mano derecha. Inconscientemente, retrocedo, sintiendo cómo mi cuerpo se tensa.

Mis ojos no se despegan de los suyos, atentos a cualquier movimiento de su parte.

El miedo me recorre la espina dorsal en un leve escalofrío. No sé si es por las circunstancias, pero siento que el aire está más frío que nunca. La angustia y la adrenalina se instalan en mi estómago.

Me congelo en mi lugar, observando cómo poco a poco se acerca a mí.

—¿Vienes a matarme? —pregunto con amargura, teniéndolo a centímetros—. ¿Ya te has cansado de mí? ¿Es eso?

Cuestiono en un débil susurro. Sus ojos no se despegan de los míos y en esa mirada se libra una batalla silenciosa. Su profundidad me transporta a un mundo donde solo existimos él y yo, nadie más.

Damien desarma la pistola a mi costado con una rapidez sorprendente y la tira lejos de nosotros, al otro extremo de la habitación.

Sus ojos siguen reflejando la misma pregunta de antes, esperando alguna respuesta de mi parte. Pero, ¿qué más da? Diga lo que diga, haga lo que haga, hará conmigo lo que se le antoje. No tengo voto ni opinión cuando se trata de él.

Al no recibir ningún movimiento de mi parte, Damien se acerca a mí como una bestia cazando a su presa. Sus pasos son medidos y cautelosos, como si temiera que en cualquier momento pudiera salir corriendo. Y lo curioso es que, aunque quisiera, no podría.

Me encuentro esposada al espaldar de la cama. Y sumando a eso, mi lado masoquista y insano no me lo permitiría. Quiero quedarme, saber qué ocurre... ¿Se atrevería a matarme?

En un abrir y cerrar de ojos, lo tengo a centímetros de mi rostro. Su nariz se roza con la mía y nuestras respiraciones se entremezclan. Lo único que pienso es en besarlo, en sentir esos suaves y delineados labios sobre los míos.

Suelto un pesado suspiro. Es increíble todo lo que puede causar en mí solo con su mera presencia e imagen.

Siendo consciente de que nada nos separa, giro el cuello, incitándolo a posar sus labios.

Lo escucho reír a lo bajo.

—¿Crees que me atrevería a matar a semejante obra de arte? —suelta una sonora carcajada—. Sería un total desperdicio. Todavía hay muchas cosas que quiero hacerte.

Cierro los ojos, dejando volar mi imaginación.Tengo al hombre de mis sueños justo delante de mí.

Sintiendo que estoy a punto de desmoronarme, abro los ojos y encuentro un panorama distinto al de hace unos instantes

Trago grueso ante la situación.

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Hora: 09:32 A.M.

Todo mi cuerpo está tenso e incómodo. Sigo sin creer lo que hice.

La culpa me carcome por dentro. El pecho se me contrae al imaginar la reacción de mis padres... de mi madre y de mis superiores. ¿Qué pensarán de mí cuando se enteren de que su paciente tocó de forma inapropiada a su psiquiatra?

Pienso en sus manos, las que se adentraron en mí, las mismas que usó para asesinar a cientos de personas.

Retomo los golpes en mi cabeza, aumentando la intensidad. Los fríos azulejos chocan contra mi frente repetidamente. Ser la hija mayor no es nada fácil; vives con presión y expectativas. Todos creen en ti menos tú. Estoy cansada de ser tan ingenua, de ser tan manipulable.

Grito con fuerza, sintiendo cómo arde mi garganta.

—¿Estás bien? —pregunta Damien, tocando la puerta repetidamente—. ¿Necesitas algo?

Alcanzó la toalla, envolviéndome en ella y abro la cortina de la ducha. Al salir, el frío cerámico de los pies me estremece.

—Sí. Todo bien —aseguro, recogiendo mi húmedo cabello en una coleta.




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