21 de septiembre de 2017
48 horas del secuestro
Hora: 12:27 P.M.
Edgar Weiner
—Janeline James, Olivia Martínez, Helen Thompson y Amaia López: víctimas de uno de los asesinos más peligrosos y letales de América, Damien Ferrer. Un hombre al que no le tiembla el pulso a la hora de matar. Es un psicópata...— presiono uno de los botones del control en mi mano—... con más de quince cargos en su contra. Conocido, para algunos, como "la bestia" del bajo mundo. Es cuidadoso con cada uno de sus pasos, aunque en 2010 su inteligencia y aparente inmunidad fueron derrumbadas. Fue atrapado en una pequeña isla del Pacífico y, posteriormente, llevado ante un juez que decidió encerrarlo en uno de los hospitales psiquiátricos más prestigiosos del país.
Durante meses, fue sometido a diversos exámenes, tanto psicológicos como físicos, lo que resultó en un diagnóstico alarmante. Nadie se atrevía a tomar su caso después de que su primera psiquiatra apareciera descuartizada y mutilada en sus brazos. Damien, con una gran sonrisa en el rostro, estaba orgulloso de su "obra de arte", tal como lo describió. —Respiro hondo, dándole la espalda a los presentes—. A causa de sus arrebatos de ira, fue reclutado a la ala este del hospital.
Me giro hacia los agentes, suprimiendo una sonrisa. —Ahí es donde entra nuestra chica: Amaia López, una mujer fuerte y decidida, pero muy susceptible a la manipulación. Sí, es inteligente; sin embargo, cuando se trata de hombres, sus sentidos se nublan. Tiene veintitrés años, nació en Cali, Colombia, pero fue criada en San Diego junto a su familia paterna. Desde pequeña, siempre se sintió atraída por lo diferente, de ahí su decisión de estudiar psiquiatría.— Paso nuevamente las imágenes de la diapositiva, revelando fotos de la fémina.
No tardó mucho en aceptar el caso de Damien; como mencioné antes, se sentía atraída por lo raro y macabro. Tenía la necesidad de comprender por qué Damien es como es, por qué asesina personas, qué lo motiva a hacerlo... y un sinfín de cuestiones. —Muevo las manos con disgusto—. Amaia, desde ese entonces, se volvió responsable de sus actos, lo medicaba y mantenían charlas continuamente. Con el tiempo, se creó una especie de atracción entre ellos.
Para resumir, Amaia nunca cedió a sus insinuaciones, pero mostraba un comportamiento sumiso y servicial ante Damien, lo que en muchas ocasiones alertó a sus superiores. Sin embargo, no hicieron nada al respecto, ya que ella se excusaba diciendo que era un método para ganarse su confianza. —Agarro la carpeta llena de papeles e imágenes—. Una noche, donde nadie se lo esperaba y Amaia seguía en el hospital en su turno nocturno, un grupo de unos cincuenta hombres entró a la fuerza en busca de su líder: Damien.
Rompieron el sistema eléctrico, cortando la luz y la señal telefónica, haciendo imposible que los pacientes y médicos avisaran de la situación en el interior del hospital. Cabe recalcar que el hospital se encontraba en una zona bastante alejada de la ciudad de California. —Intercalo miradas con mis compañeros de trabajo—. Rompieron cosas, dispararon y asustaron, pero, para sorpresa de todos, nadie salió herido. El grupo iba tras su líder, y Amaia, claro, no se iba a quedar atrás. Intentó detenerlo, pero, obviamente, no pudo; más tarde fue encontrada desmayada junto a un colega en uno de los pasillos del hospital.
Suspiro, recuperando el aliento. —Surgieron muchas especulaciones a raíz del incidente. Muchos creían que los habían vendido, ya que era prácticamente imposible que supieran evadir la avanzada seguridad del lugar, mientras que otros pensaban que solo fue suerte para los psicópatas. Da lo mismo cómo escapó. Lo que sabemos con certeza es que este hombre— señalo con rabia la foto de la bestia— secuestró a esa mujer... —señalo la foto de Amaia— y a sus amigas. ¿El por qué? No se sabe. Son muchas las razones, pero la más real y creíble para nosotros es el estúpido deseo que siente Damien por tenerla, por marcarla como suya. Como si fuera un objeto— susurro eso más para mí que para el resto.
Poso mi mirada al frente con seguridad y firmeza. —Llevan más de veinticuatro horas desaparecidas en las misteriosas y frías montañas de California. No han dejado rastro alguno, más que uno que otro mensaje a sus familiares. Sus celulares se encuentran apagados y no se han comunicado con ninguno de sus allegados desde su partida, el jueves 18 de septiembre a las 03:18 P.M. Ya las han reportado como desaparecidas, pero nosotros, como Buró Federal de Investigaciones (FBI), tenemos el deber de velar por el bienestar de los cautivos, atrapando a la bestia, sus hombres y aliados, y rescatando a esas inocentes mujeres.
Afirmo, elevando mi tono de voz. Sin esperármelo, todos en la sala se levantan de sus asientos, aplaudiendo orgullosos y entusiasmados. Al finalizar la reunión, varios de los agentes se me acercan, felicitándome por la gran labor que estoy haciendo, dándome una que otra palmada en la espalda.
Hostigado de tener tantas personas a mi alrededor, me paso las manos por el cabello. Doy la vuelta a la gran mesa, recogiendo las carpetas esparcidas por esta y desconectando la memoria USB que se encontraba pegada a pantalla del lugar, guardándola en mi bolsillo trasero junto a las llaves de mi auto. Antes de salir por completo de la sala, miro sobre mi hombro, contemplando la imagen de una pelinegra con enormes y brillantes ojos azules.
Te traeré de regreso.
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Hora: 05:16 P.M.
La camioneta del FBI se sacude por el camino irregular. Las luces apagadas y el motor ronroneando bajo la densa capa de árboles. La señal de radio va y viene, y el GPS se apaga intermitentemente. Pero no hay vuelta atrás.
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Editado: 31.05.2025