72 horas: Bajo tu poder

6| Bella de la Bestia

21 de septiembre de 2017

72 horas del secuestro y horas antes del operativo.

Hora: 12:30 P.M.

Amaia

Desperté atrapada entre la calidez de un cuerpo ajeno, un brazo fuerte rodeando mi cintura con una firmeza posesiva, y su aliento cálido deslizándose sobre mi cuello como un susurro íntimo. Giré lentamente, todavía sumida en el limbo entre el sueño y la vigilia, y allí estaba él: Damien. Su rostro, de facciones duras y elegantes, era lo primero que veía al abrir los ojos. Su cabello oscuro caía desordenado sobre su frente, como si la noche hubiera sido una batalla constante contra sus propios demonios.

Con cuidado, aparté un mechón de su cara. Sus ojos seguían cerrados, pero el brazo que me rodeaba me atrajo aún más hacia él.

—¿Ya estás mejor? —murmuró, su voz ronca, arrastrada por el sueño.

Asentí, el nudo en el pecho apretando cada vez más.

—Gracias.

—No tienes que agradecerme por cuidar de mi mujer.

La frase cayó como un disparo en el centro de mi pecho. Ya me había dicho antes que era “suya”, en un acto de dominio salvaje, pero esto… esto sonaba diferente. Sonaba real. Concreto. El escalofrío que me recorrió fue inevitable. ¿En qué momento había dejado de temerle? ¿Desde cuándo me sentía segura entre los brazos de la Bestia?

Quise decir algo, pero unos golpes secos en la puerta nos interrumpieron. Mi corazón dio un brinco. Damien no se inmutó. Permaneció allí, recostado sobre mí, como si el mundo exterior no existiera.

Su cuerpo, entrelazado con el mío, era un refugio. Su torso presionando el mío, sus piernas entrelazadas con las mías, sus manos marcando mi piel con una mezcla de protección y control. Nada en su postura reflejaba al asesino más temido del continente. Era… humano. Y por primera vez, vulnerable.

Recordé su expediente. Damien, el huérfano. El niño que había crecido en medio de gritos y sangre. Un pasado oscuro que se arrastraba como una sombra sobre su vida.

Hijo único, nacido de una violación. Su madre, una mujer quebrada, casada a la fuerza con su violador. Su padre, un alcohólico violento que desaparecía por semanas, solo para volver oliendo a cigarro barato y perfume ajeno.

Esa noche —la noche que cambió todo—, su padre llegó borracho, hambriento y rabioso. Despertó a su esposa con gritos y saqueó el refrigerador como un animal.

—Te vas a ir de esta casa —le gritó ella, temblando pero firme—. No permitiré que Damien crezca contigo cerca.

Él no respondió con palabras. Solo tomó un cuchillo.

El corte fue preciso. Frío. Letal. La madre de Damien cayó al suelo con los ojos abiertos de par en par, bañada en la sangre que había intentado evitar durante años.

Subió las escaleras con calma. El cuchillo aún goteaba. Damien, escondido en el armario, abrazado a su osito de peluche, temblaba.

—Es papá —dijo la voz del monstruo—. Mamá ya se fue a dormir. Ahora te toca a ti.

Lo que vino después fue inevitable.

Damien salió del armario y lo apuñaló. Una y otra vez. Hasta vaciarse por dentro.

Lo absolvieron por legítima defensa. Lo enviaron a un orfanato. Y el resto... es lo que hoy duerme sobre mi pecho.

—¿Quién carajos es? —gruñó de pronto, despertando.

—Connor. Gregory descubrió algo —respondió una voz desde el otro lado de la puerta.

Damien resopló, frustrado, y se separó de mí. Sentí el vacío de inmediato. El frío se coló en mis huesos.

—Tengo que irme —susurró. Lo besé antes de que se alejara.

—No tardes.

Cuando salió, me quedé mirando el techo, el ventilador girando con un zumbido hipnótico. Entonces tomé una decisión.

Me levanté descalza, cuidando cada paso. Me escabullí hasta el ático.

El olor me golpeó antes de verla.

Una mujer, colgada del techo. Cuerpo en descomposición. El estómago abierto. Los órganos fuera. Los ojos congelados en una expresión de horror absoluto.

Me tapé la boca, luchando contra las arcadas.

¿Ella era la que gritaba?

Retrocedí, tambaleante. Pero unas manos me sujetaron por detrás.

—No deberías estar aquí —susurró Damien, su voz helada.

—¿Qué hiciste...? ¿Quién era?

Me arrastró escaleras arriba sin responder.

—Damien... —insistí, temblando.

—Era la mujer que te alquiló la cabaña —dijo al fin.

Me detuve en seco.

—¿Qué...? ¿La asesinaste?

Él dio un paso hacia mí. Su sonrisa fue lo más perturbador que había visto.

—Era un obstáculo. No era parte del plan.

—Pensé que no matabas mujeres.

—No suelo hacerlo. Pero hay excepciones.

La calma con la que lo dijo me hizo retroceder.

—Nunca había visto algo así —susurré, rota.

—Lo sé. Debería haber limpiado antes —dijo, como si hablara de una mancha en la alfombra.

—Tengo buenas noticias —cambió de tema bruscamente—. Ven.

Me guió hasta otra habitación. Abrí la puerta con cautela.

Primero sentí el frío. Luego vi la cama. Tres figuras femeninas.

Helen. Olivia. Janeline.

—¿Están bien? —pregunté, tocando sus rostros con desesperación.

—Lo estamos —dijo Olivia—. Damien ha sido… amable.

Amable, con ellas. Como conmigo. Me giré hacia Helen, sentada en un rincón, en silencio absoluto.

Me arrodillé frente a ella.

—¿Estás bien?

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Se arrojó a mis brazos.

Y, por primera vez desde que empezó esta pesadilla, lloramos juntas.

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Hora: 02:05 P.M.

Acompañé a las chicas a almorzar mientras Helen me relataba lo sucedido. Me contó cómo un hombre había entrado a la habitación a medianoche, diciendo que yo lo había enviado porque quería verla. La llevó al sótano, donde no había más que oscuridad y una manta sucia en el suelo, y allí la amenazó de muerte si no se desnudaba y hacía lo que él le ordenara. Afortunadamente, Damien y sus hombres llegaron justo a tiempo para salvarla, y él fue despiadado con el hombre.




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