15 de enero de 2020
Dos años después del secuestro
Hora: 02:20 P.M
Amaia
El sol me acaricia la piel con la lentitud de un amante paciente. El viento huele a sal, a mar crudo y salvaje. La arena se cuela entre mis dedos mientras reposo sobre un camastro blanco, con el cuerpo impregnado en bronceador y un libro sobre mi pecho. Las gafas de sol descansan a un lado, junto a un vaso de mojito tibio, una botella vacía de cerveza artesanal… y un arma. Negra. Pulida. Con las iniciales D.F. grabadas en el mango.
Desabrocho la parte superior de mi bikini y me doy vuelta, dejando que el sol también bese mi espalda. Estoy a punto de quedarme dormida cuando lo escucho gruñir.
—Malditos erizos… —masculla Damien desde el camastro contiguo, sacudiéndose el pie por tercera vez esta semana.
—Tienes que mirar por dónde caminas, cariño —digo sin abrir los ojos.
Lo oigo acercarse. Su sombra cubre la mía. En segundos, su cuerpo se apoya sobre el mío, cálido y pesado. Su pecho se pega a mi espalda. Su voz —esa que podría incendiarme con un susurro— me acaricia el oído.
—La bestia quiere a su bella… ahora.
Me giro lentamente. Su mirada se clava en mí como siempre lo ha hecho: sin pedir permiso. Lo observo en silencio. Su cabello está más largo, rebelde como él. Su rostro, afeitado —porque odia el vello facial—, sigue siendo la mezcla perfecta entre el peligro y la redención.
—Te amo —le digo. Aunque a veces me pregunto si lo que siento por él es amor… o adicción.
Hace dos años huimos juntos. Nadie nos ha vuelto a ver desde aquella noche en que subimos al jet privado. Fue como saltar al vacío sin mirar atrás. Desde entonces, me convertí en una versión de mí que antes temía, pero ahora domino. Más libre. Más feroz. Más de él.
El FBI me buscó. Me declararon desaparecida. Secuestrada, pero no lo fui. Envié un video a mis padres confesando mi verdad:
"Estoy bien. Él no me obligó. No me hizo daño, yo elegí quedarme. Esta es mi vida ahora. Por favor, no me busquen. No soy la víctima. Soy su cómplice."
El video se filtró. Se volvió viral y ofrecieron recompensas. Ya no querían solo a Damien Ferrer, el asesino más temidos de América,… también me querían a mí. La psiquiatra loca que se enamoró de su paciente.
Vaya escándalo.
Interrogaron a mis amigas, pero ninguna habló. Helen, Olivia, Janeline… todas callaron. Por lealtad o por miedo.
Solo Helen me ha visitado. Vive cerca, con Gregory, otro hombre de Damien. Las demás me escriben cartas que Helen me entrega en sobres sin remitente.
Vivimos escondidos, sí… pero no como prisioneros. Esta isla es como nuestra fortaleza. Damien la compró con uno de sus muchos contactos, nunca le pregunto de dónde proviene todo su dinero. Él simplemente responde:
—Hay hombres poderosos que me deben favores. Y yo, por un precio, me deshago de sus problemas.
No insisto, porque tampoco quiero saber. A veces el amor también es silencio.
Vivimos rodeados de lujos, pero también de armas. De hombres que lo custodian día y noche. A veces me despierto en mitad de la noche pensando en todo lo que dejé atrás… pero entonces él me abraza, y el mundo vuelve a encajar.
—Dilo otra vez —susurra ahora, acariciando mi mano. Sus dedos juegan con el anillo de compromiso en mi dedo anular.
Lo miro. Él espera.
—Te amo —repito, y esta vez no hay duda. Ni miedo. Solo certeza.
Y es que ya no me importa lo que digan. No me importa el pasado ni el juicio del mundo.
Soy la esposa de la bestia.
Y elegí quedarme.
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Editado: 31.05.2025