811 Rolling ridge drive: El incidente

Capítulo 5 - ¿Estás viendo bien? Nada es lo que parece.

Error... error en el sistema.
Por favor, diríjase a la sala 237b.
Paciente Christopher Graves, reportense imediatamente.

Abrí los ojos, pero una luz blanca me cegó.

Parpadeé.

Estaba en mi cama.

Se escuchaba un silencio apenas interrumpido por el canto de los pájaros. Todo parecía normal... demasiado normal.

Un olor a comida me sacó del trance. Sammy gritó desde la cocina:

—¡Chris, ya es sábado!

Me levanté. Bajé las escaleras sintiéndome extraño, como si el suelo flotara. Todo era tan perfecto que mareaba.

Hannah y Carlo me saludaron con sonrisas amplias. Me senté a desayunar.

Supongo que tenía cara de susto, porque Hannah me preguntó:

—¿Papi, estás bien?

Asentí. Fingí una sonrisa. Nadie preguntó nada más.

Sammy me propuso ir al parque. Acepté. Subí a cambiarme, preparé las bicicletas de los niños y me puse los tenis. Al bajar de nuevo, noté algo.

Los zapatos de Sammy.

Ahora eran beige. Juraría que anoche eran violetas.

No pregunté. No tenía sentido.

Fuimos al parque. Me relajé. Lo viví como si fuese real.

Pero al volver a casa, vi algo raro: el buzón estaba medio abierto.

—Sammy, entren ustedes. Voy a revisar la correspondencia.

—¡Ok!

Abrí el buzón.

Mi diario.

Estaba ahí, más grueso que antes. Lo metí en mi chaqueta, tomé unas revistas y se las di a Sammy. Ella dijo que iría al gimnasio.

Cuando se fue, los niños encendieron la tele y se pusieron a ver caricaturas.

Subí a mi habitación.

Saqué el diario. Lo abrí.

La primera página, que antes estaba vacía, ahora decía:

“Lo siento, Chris, pero no nos volveremos a ver. Me di cuenta de que esto ya cruzó el límite. Por favor, si quieres saber la verdad, si quieres tener una respuesta, sigue todo lo que te diga aquí. Pero lo más importante: tienes que aceptarlo.”

Volví a leer. Una y otra vez. Era la letra de Harper.

Guardé el diario y salí corriendo. Los niños gritaron:

—¡Papi, quédate con nosotros! ¡Nos necesitas!

Ignoré el grito.

Corrí hasta la clínica.

Entré directo a recepción, agitado, con el corazón latiendo como un tambor:

—¿Dónde está la psicóloga Evelyn Harper? Necesito hablar con ella.

—Lo siento, señor Graves, la doctora Harper no está disponible. Se le asignará un nuevo psicólogo.

—¿Y la sala 404? Dejé algo ahí. ¡Mi diario!

La recepcionista frunció el ceño:

—Señor Graves, si hubiese dejado algo, estaría en objetos perdidos. Y no hay ninguna sala 404. Nuestra clínica solo tiene consultorios del 1 al 50 en el área de psicología.

—No, no puede ser… Yo… ¡estuve allí!

—Por favor, si desea más información, solicite un turno por atención al cliente.

Salí de ahí en silencio.

Caminé hasta el parque frente a la clínica. Me senté en una banca. Saqué el diario.

En la página donde había escrito sobre Max, ahora decía:

“No sabíamos sobre su existencia.
Max es el camino.
Tienes el collar, ¿no?
Intenta recordarlo. Cuando lo tengas y lo vuelvas a ver, verás cómo atraviesa paredes o sale de los espejos.
Síguelo.

Cerré el diario.

Volví a casa.

Entré por el backyard. Subí las escaleras en silencio.

Entré en mi habitación, me senté en la cama. Saqué el diario otra vez. Seguía cambiando. Había cosas que no recordaba haber escrito. Cosas que lo explicaban todo.

Mi familia. Yo.

Algo no estaba bien.

Entonces, sentí un peso en la cama.

Abrí los ojos, lentamente.

Max... —susurré.

Estaba ahí, viéndome, moviendo la cola, esperando.

Le coloqué el collar.

En cuanto lo hice, comenzó a jalarme hacia la puerta del cuarto. Afuera, al fondo del pasillo, había un espejo. Uno grande, antiguo. Nunca le había prestado atención.

Pero hoy...

Hoy se sentía como una puerta.

Max caminó hacia él, y de repente…

.

¡Papi! —La voz de Hannah me sobresaltó.

Max desapareció. El pasillo volvió a la normalidad.

—¿Qué es eso que tienes en la mano?

Miré el collar.

Lo apreté con fuerza.

—Nada… algo que encontré en el ático —dije, intentando sonar casual.

—Ah, bueno. ¿Nos compras un helado?

—Sí, claro.

—¡Vamos!




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