Ya son las diez, y me la he pasado toda una hora leyendo y leyendo cada frase escrita por Harper.
Tengo que intentarlo: un sueño lúcido.
Ahhh… lo logré.
Al parecer no era tan difícil.
Entonces, esto es un sueño lúcido.
Voy a sacar el diario… listo.
Ahora, ¿qué tengo que hacer?
“Si lo logras, intenta recordar el accidente.
La única información que tengo es que ibas tú y tu familia.
Chris, tienes que recordarlo. Tu mente está en un estado de negación.
Llora, ríe, perdónate. Tienes que tener paz interior.
Sé que lo lograrás. No hay afán.”
¿Perdonarme? ¿Arrepentirme? ¿Tener paz interior?
Eso es lo complicado.
Empezaré pensando en… en el sueño que tuve, en el que iba en un carro y escuchaba voces, pero no había nadie…
Lo tengo.
Ok… las voces, ¿de quiénes son?
—¡Papi! —Hannah.
—¡Papi, para! —¿Carlo?
—¡Christopher! —¡Sammy!
En ese momento lo vi: ahí estaba yo, en el carro.
Discutíamos. Hannah lloraba, Carlo intentaba consolarla y Sammy… me gritaba, justo antes de que perdiera el control del volante.
La curva.
El abismo.
El golpe.
Luego sirenas.
Ambulancias.
Me sacaron del auto, tomaron mi pulso…
Nada.
Habíamos muerto.
Abrí los ojos.
Estaba dentro de un consultorio, con una luz blanca sobre mí que me cegaba.
Escuché voces.
—Christopher Graves:
Pérdida total de signos vitales durante tres minutos.
Actividad cerebral posterior no esperada.
—Doctor, esto es casi imposible… podría considerarse un milagro.
—Milagros en la ciencia no existen. Llama a los del campo neuronal.
—Sí, doc.
—Sala 237B. Repito, sala 237B. Reportarse los médicos del campo neuronal lo más pronto posible.
—Doctora Samantha, le dejaremos este paciente al campo de neurología para los estudios que quieran. Le entrego los papeles del paciente.
—Gracias. Entonces… ¿fue declarado muerto?
—Sí, señora. Se considera un “milagro” que esté vivo. Aún hay actividad cerebral. Por eso se lo dejamos a ustedes. Me retiro.
—Llama a Harper. Necesito de su apoyo.
—Doctora Samantha, ¿me necesitaba?
—Harper, eres la mejor psicóloga que tenemos en el área. Necesito que conectes tu cerebro al programa que desarrollamos. ¿Estás dentro?
—Sí, señora. ¿Podría entregarme la información del paciente y un cuaderno para registrar sus avances?
—Claro. Léelos y me contactas en media hora.
—¿Christopher?
—Sí… aquí estoy. ¿Harper? ¿Samantha?
Me desperté llorando.
Mi corazón iba a mil por hora.
No podía creer lo que acababa de escuchar.
—Chris, ¿todo bien? —gritó Sammy desde abajo.
Mientras me limpiaba las lágrimas, respiré hondo y respondí:
—Sí… solo una pesadilla. Ya bajo.
Me senté en la cama.
Las lágrimas aún rodaban por mis mejillas, pero esta vez no eran de tristeza, sino de algo más profundo: verdad.
Lo recordaba todo.
El accidente.
Mis hijos.
El grito de Sammy antes de que todo se volviera oscuridad.
Y luego… la luz.
El consultorio.
Las voces.
Harper.
Samantha.
Yo era… un experimento.
Caminé hacia el escritorio, saqué el diario y lo abrí en la última página, donde Harper había escrito algo:
“Si llegas hasta aquí, significa que lo recordaste.
No confíes en lo que ves.
Yo estaré ahí.”
Un golpe seco sacudió la casa. Las luces titilaban.
—Chris —la voz de Sammy sonó, pero algo en ella no estaba bien. Mecánica. Repetitiva.— ¿No vas a bajar a desayunar?
Hannah me abrazó.
—Quédate con nosotros, nos necesitas —dijo, con una expresión tierna que me rompió el alma.
La aparté.
Ya sabía lo que era esto: una farsa.
Saqué el collar de Max.
Él vino hacia mí y me llevó al pasillo. Esta vez no miré atrás.
Las lágrimas corrían por mis mejillas. Sabía que, aunque esto era falso… era mi familia.
Al atravesar el espejo escuché una voz.
—¡Chris, rápido!
Era Harper.
A mi alrededor, el consultorio destruido.
Luces parpadeantes, cables sueltos, vidrios rotos.
Harper me levantó y me puso en una silla de ruedas; no podía caminar.
—Aguanta —dijo, empujando la silla mientras buscaba la salida en ese laberinto de consultorios.
Giró una esquina… y tropezó con un cable.
—¡Harper! —grité, levantando su cabeza.
Sangre.
Lágrimas brotaron de mis ojos.
—Chris… sal de aquí. Yo estaré bien. Soy médica —susurró.
Asentí.
Intenté avanzar.
Pero entonces, Samantha apareció.
Se apresuró hacia nosotros. Recogió a Harper, la arrastró hasta un consultorio y me empujó de nuevo hacia la sala 237B.
Encerró a Harper al lado y la conectó.
Luego me miró, fría, calculadora.
Me agarró del brazo. Intenté soltarme, pero estaba débil.
Me inyectó algo.
—Reseteando. Prueba 2.0… ¡Start!
Bip…
Recientemente salí del hospital, después de un accidente automovilístico que me ocasionó pérdida de memoria.
¿O no?
Ya lo tengo claro.