Saber que estaba a muy poco de volver a ver al hombre que me dio la vida, después de muchos años de su abandono, me era complicado de asimilar, más aún cuando jamás estuvo ni un poco interesado en conocer algo de mi y que sea yo quien intente dar con su paradero. Cuándo Luis nos abandonó, yo era una niña muy pequeña, no pasaba ni de los cuatro años de edad, y no tengo recuerdos muy significativos con él, a excepción de aquella vez en que salió con maletas por la puerta y yo me quede tomada de las rejas gritando que se quedara a mi lado, que lo amaba, que no quería estar lejos de papá. Ese día, él ni siquiera volteo a verme, no miro mis ojos escurridos de lágrimas ni la rabieta que hacía para evitar que se fuera, pero, en ese momento pude conocer a mamá como la mujer fuerte y valiente que siempre fue y que ella misma tambien descubrio ser.
-Señorita Park... ¡Luciel!- gritó haciéndome sobresaltar -¿Me estás escuchando?
-Oh, si… solo, estaba pensando en algo- sonreí con un poco de pesadez y nostalgia
-¿Te encuentras bien? Cualquier cosa debes decir, por el bien de tu bebé y tuyo- hizo una pausa -Además no quiero quedar viudo antes del matrimonio.
-Por más que insistas, no me casaré contigo- solté una pequeña carcajada y continúe hablando -mi padre, llega hoy después de más de veinte años de abandono- lo miré con una sonrisa nostálgica
-¡¿Pero qué?!- río de igual forma -¡No decía eso! Namjoon me asesinaría.
Mire la hora en mi celular, justo faltaban cinco minutos para que Namjoon viniera por nosotras y nos llevara a aquel poco esperado encuentro -¿Puedes indicarme donde está el consultorio de Hoseok? Creo que me he perdido con tantas vueltas que Larisa me hizo dar por el hospital- supliqué con mis manos juntas y un puchero irresistible.
Luis Scott (narración especial)
La última vez que vi a mi hija, aún era una pequeña bebé que no entraba ni siquiera al jardín de niños. Era tan pequeña, tan bonita y con unos hermosos ojos idénticos a los de su madre. El día que me fui de casa, no pensaba cuerdamente en lo que hacía, quizá el rencor de lo que paso con su madre, o las múltiples peleas constantes habían terminado con la relación, pero mi error fue abandonar a mi pequeña, a la princesa que tanto deseaba conocer cuando supe de su diminuta existencia y de la existencia de aquel o aquella otra bebé que no pude conocer.
Me pregunté todas las noches de los últimos veinte años, ¿Cómo estaba? ¿Ya comió? ¿Cómo habrá sido su primer día de clases? ¿Está feliz o quizá triste? Todas esa preguntas eran balas para mi corazón al no conocer la respuesta a ellas, no niego que en algunas ocasiones la miré a la salida de su jardín de niños, de su escuela, del parque al que ella, Larita y su madre siempre iban, pero era tan cobarde para acercarme y enmendar los años perdidos.
Hoy, veinte años después, sé que es feliz, que es una mujer de bien, que va a ser mamá y que es una gran abogada, mi avión está aterrizando en un país distinto, en el que por fin, podré pedirle perdón y la oportunidad de seguir junto a ella, junto a Lara y en especial que me dé la oportunidad de enmendar el error que cometí con ella al estar cerca de mi nieto o nieta.
-Señores pasajeros, bienvenidos al aeropuerto de Incheon. Por favor, permanezcan sentados, y con el cinturón de seguridad abrochado hasta que el avión haya parado completamente los motores y la señal luminosa de cinturones se apague. Los teléfonos móviles deberán permanecer totalmente desconectados hasta la apertura de las puertas. Les rogamos tengan cuidado al abrir los compartimentos superiores ya que el equipaje puede haberse desplazado. Por favor, comprueben que llevan consigo todo su equipaje de mano y objetos personales. Les recordamos que no está permitido fumar hasta su llegada a las zonas autorizadas de la terminal. Si desean cualquier información, por favor diríjanse al personal de tierra en el aeropuerto; muy gustosamente les atenderán. Muchas gracias y buenas tardes- finalmente había llegado a un país desconocido, con la intención de ver al amor de mi vida a quien defraudé.
Bajé del avión, el joven con el que había estado comunicándome por llamadas y textos dejó un mensaje de que pasaría personalmente a recogerme, por lo que sé y entiendo, es el prometido de mi pequeña Luci. Después de salir de la terminal de pasajeros, pude ver a un chico, alto, con cabello café y muy elegante con una cartulina con mi nombre. Levanté la mano y él solo sonrió, inmediatamente volteo a otra dirección por la risa de dos hermosas jovencitas, Luci era exactamente igual a su madre, a diferencia de algunos pequeños rasgos casi desapercibidos.
-Bienvenido a Corea del Sur, señor Luis- sonrío el amable joven tomando la mano de Luci, que lucía divina con su enorme pancita.
-Muchas gracias por traerme hasta acá- sonreí con detenimiento contemplando a ambas con lágrimas en los ojos, había querido a Lara como una hija más, por el tiempo que pasaba en casa, pero al parecer, ellas no me recordaban por completo.
-Señor papá de Luci, es un gusto conocerlo- extendió su mano en mi dirección y gustoso la aprete de manera delicada.
-También es un gusto volver a verte, aunque eras una bebé la última vez que te vi- sonreí captando una pequeña sonrisa triste por parte de Luci -la última vez que las vi, comían alitas mientras manchaban el sofá de mamá- reí un poco, intentando hacer más agradable el momento.