Al fin llego el viernes, el mejor y el peor día de la semana. Tengo un cansancio abismal acumulado, pero aun así, tengo que salir de la cama y hacerle frente a un día más en la ciudad de la furia. La alarma me despierta cuando aun no amanece. Como zombie, digo 5 minutos más, y me acomodo nuevamente en la cama. Deja de sonar. Se siente tan cálido y agradable que quiero quedarme aquí para siempre, y solo un intruso me lo impide, el molesto sol. La luz comienza a iluminar la habitación al colarse por la ventana, dándome de lleno en el rostro, e instintivamente, cubro mis ojos con mí antebrazo para evitar quedar ciega. Me estiro perezosamente, en ese placentero estado entre el sueño y La vigilia en el que aún no recuerdo los problemas.
-Luz... cuando la alarma sonó aun no había luz...- Logran reflexionar algunas de mis neuronas, mientras, mí cerebro se enciende completamente. Mis ojos se abren de golpe, y me estrello brutalmente con la horrible realidad. Me quede dormida.
Primer error de la mañana, no desactivar la función "apagado por voz" del teléfono.
Al mirar el reloj, noto que son las 7:15 y a las 8:00 comienza la primera clase. De un brinco salgo de la cama, y maldigo al universo por hacerme tan perezosa en las mañanas y a la universidad por iniciar las clases tan temprano.
Segundo error, no preparar las cosas que voy a necesitar el día anterior como lo haría una persona responsable.
Corro frenéticamente por toda la habitación tirando dentro de la mochila apuntes, libros y cuadernos. La ropa vuela en todas direcciones, y de pronto parece que un huracán atraso con toda la habitación...
Tercer error, dejar que Romano se quede a pasar la noche conmigo, cuando sabía que al día siguiente tenía clases.
Se despierta en medio de todo el desastre que estoy haciendo, se sienta en la cama y mira el espectáculo divertido.
-Buenos días Linda.- Suelta luego de un largo bostezo.
-Hola Romano...- Respondo en pleno frenesí hiperactivo, sin siquiera dirigirle la mirada.
-¿Solo hola Romano? ya veo... No significo nada para ti... Lo que pasó entre nosotros no significó nada para ti. Me usaste y ahora me desechas...- su actuación es tan dramática y mala, que es digna de la rosa de Guadalupe, tan bizarra que logra que me detenga un momento y me arranca una sonrisa. Romano tiene el don de hacerme olvidar de todo con solo posar sus ojos color onix en mí, y de hacerme reír cuando estoy a punto de sufrir un colapso nervioso. Me acerco con sigilo, dudando que aquello sea una buena idea. Se que no me dejará ir tan fácilmente, y no me equivoco. Cuando voy a darle un casto beso en los labios para no alargar el asunto, me sujeta del brazo y me arrastra a la cama haciéndome caer sobre él. Me sostiene de la cintura con fuerza y nuestros rostros quedan a escasos centímetros.
-Romano...- Murmuro casi como una suplica para que no avancé más, pero ante de que pueda objetar nuestros labios se rozan pierdo completamente la noción del tiempo y del espacio. Todo desaparece. Mí cuerpo reacciona solo y respondo al beso instantáneamente de forma anhelante, demandante y apasionada. Nuestros labios se mueven con sincronía y mí respiración se acelera. La sangre fluye con violencia por mis venas impulsada por el desenfrenado latir de mí corazón, elevando la temperatura de mí cuerpo al instante. Me quemo... cada roce de su piel me quema y hace que lo desee más.
-Así tienes que saludar a tu novio Ali- Susurra a mí oído con tono de reproche, y de imprevisto se acomoda sobre mí. Ahora estoy completamente a su merced, y no tengo la mas mínima intención de escapar. Su mirada cargada de lujuria me estremece. Suelto un suspiro y cierro mis ojos cuando sus cálidos besos descienden por mí cuello, provocando una descarga de placer cada vez que contacta con mí piel. Desliza descaradamente una de sus manos por mis piernas. No quiero que se detenga, pero entonces un destello de cordura me hace recordar que se me estaba haciendo tarde, que no tengo tiempo para jugar en este momento, y súbitamente lo empujo para alejarlo de mí mientras aún conservo algo de mí voluntad. Todo ocurre tan rápido, que pierde el equilibrio y cae de la cama violentamente. Yo solo río a carcajadas por la expresión desencajada de su rostro y salgo corriendo al baño. Se que me se lo cobrara luego, pero en este momento, lo único que me importa es mí mal sana obsesión por la puntualidad.
-¡Alai es enserio! ¡no puedes dejarme así!- lo escucho decir desde el otro lado de la puerta. Intento controlar mí respiración, recuperar la compostura, sin poder borrar La estúpida sonrisa en mis labios. Definitivamente necesito una ducha de agua caliente, tengo que sacarlo de mí piel. -Vamos hermosa, no pasa nada si faltas un día... ¿no quieres dormir un poco más?-
-Lo que menos quieres es dormir Romano.- Mis mejillas se encienden escandalosamente al recordar lo que mí chico es capaz de hacer. Rozo mis labios hinchados con la yema de mis dedos, y luego niego con la cabeza, intentando sacar las imágenes pervertidas de mí mente. ¿Donde quedo la chica dulce e inocente que era antes de conocerle? Esa chica inocente murió mucho antes de que conocieras a Roma, susurra mí conciencia. Y de pronto algo en mi cambia y el espejo me devuelve una mirada ensombrecida. No quiero recordar, pero borrar el pasado es imposible. Al fin el agua comienza a caer sobre mí cuerpo y dejó que las emociones se van por el drenaje junto con ella, volviendo a ser la de siempre, la chica que conserva una permanente sonrisa dibujada en el rostro, por más que su alma este rota en mil pedazos.
-Ali... ¿No quieres recuperar el tiempo perdido?-
-¿Tiempo perdido? De que hablas, si pasamos toda La noche juntos.-
- De todas las noches antes de conocerte, de todas las pasaron después de que te conocí y de todas las noches que voy a tener que pasar sin ti hasta que decidas vivir conmigo para siempre.- Responde dejándome muda. Me desarma con cada palabra dulce que dice, derrumba todas las murallas que me impiden arriesgar todo y entregarme al amor que me ofrece. Lo escucho alejarse. Al parecer se ha resignado, o simplemente, no quiere esperar a que diga una palabra que rompa su corazón. Suelto un suspiro cargado de alivió pero al mismo tiempo de frustración, al menos logré esquivar esa conversación una vez más.