Mía apoyó su frente en el cristal frío de la ventana mientras observaba el incesante caos de la ciudad que parecía no detenerse nunca. La oficina de marketing donde trabajaba le exigía una dedicación casi total, pero hoy tenía una cita médica que no podía posponer.
—Disculpe, doctor. ¿Tiene mis resultados listos? —preguntó Mía al entrar al consultorio, su voz temblorosa, traicionando su ansiedad.
—Señorita Mía, por favor, siéntese. —El médico, un hombre canoso y de expresión seria, le indicó una silla frente a su escritorio. —Temo que las noticias no son buenas.
En ese momento, el corazón de Mía se aceleró, sus palmas empezaron a sudar y sintió un nudo en la garganta. El médico continuó. —Usted tiene leucemia, y nuestra estimación es que le quedan solo 90 días de vida. Lo siento mucho
Las palabras golpearon a Mía como una ola gigante, dejándola sin aliento. Noventa días... justo hasta el día de Navidad. La sala pareció encogerse ante ella, y el aire se volvió más pesado. Quería gritar, pero su voz estaba atrapada en su garganta, impotente.
Mía estaba sentada, aturdida en la oficina esterilizada, agarrada a los brazos de la silla. Las palabras del médico resonaron en su mente. Leucemia. 90 días de vida. El tiempo justo para ver la Navidad, ir y venir por última vez.
Se quedó mirando fijamente mientras el médico hablaba sobre opciones de tratamiento y ensayos clínicos. Nada de eso importaba ahora. ¿Cuál fue el punto de alargarlo? Ella no le prestó atención, perdida en sus propios pensamientos.
—¿No hay nada que pueda hacer? ¿Algún tratamiento? —preguntó Mía con desesperación, aferrándose a cualquier esperanza.
—Lo siento, señorita Mía, pero su caso es bastante avanzado. Podemos hacer todo lo posible para garantizar su comodidad, pero eso es todo. —respondió el médico con una tristeza genuina en sus ojos.
Mía asintió, agradecida por la honestidad del médico, pero incapaz de evitar que las lágrimas se deslizaran por sus mejillas. Noventa días... ¿Qué podía hacer en tan poco tiempo?
La Nochebuena sería su último día en esta tierra. Se imaginó las luces de colores, el árbol decorado y su familia reunida a su alrededor. Siempre había sido su fiesta favorita, pero este año marcaría el final.
Cuando la voz del médico se desvaneció en el fondo, una sorprendente sensación de claridad se apoderó de ella. Si solo le quedaban unos pocos meses, seguro que no los desperdiciaría sentada esperando lo inevitable.
A medida que salía del consultorio, Mía decidió que no iba a morir sin cumplir sus deseos. Levantó la vista hacia el cielo azul y brillante y se prometió a sí misma.
Una lenta sonrisa se dibujó en el rostro de Mía. Sabía exactamente lo que quería hacer antes de que se le acabara el tiempo. El paracaidismo siempre la había aterrorizado; ahora era el momento de enfrentar ese miedo. Viajaría en un globo aerostático y sentiría la serenidad de flotar por encima de todo. Aprende a andar en bicicleta; ella nunca tuvo cuando era niña. Y ella no moriría sin conocer el amor verdadero, ni siquiera por un momento.
Sus ojos se iluminaron al pensar en Alejandro, su guapo vecino. Era un soldado retirado y tenía fama de mujeriego, pero ella siempre había sentido una conexión entre ellos. Iba a agarrar la vida por los cuernos y hacérselo ver a él también. Le quedaban noventa días para vivir más plenamente que nunca. Esta era su última oportunidad.
Editado: 02.01.2024