90 días antes de Navidad

CAPÍTULO 07

Alejandro observó cómo la risa de Mía brotaba, sus mejillas sonrojadas por el esfuerzo y la alegría. Se tambaleó en la bicicleta, sus manos agarraban el manillar como si fuera un salvavidas, pero había una chispa de triunfo en sus ojos que no había estado allí antes. Él trotó a su lado, listo para atraparla si se caía, pero ella no lo necesitaba. Hoy cabalgaba con la seguridad de alguien que había conquistado algo más que el equilibrio.

 

—¡Mira, Alejandro! ¡Sin manos! —gritó, levantando brevemente los brazos en el aire antes de volver a agarrar el manillar.

 

—¡Cuidado, Mía! —Su voz era una mezcla de admiración y preocupación. El recuerdo de ellos cuando eran niños, persiguiéndose por las mismas calles, pasó por su mente. Habían sido inseparables hasta que la vida lo envió al disciplinado mundo de las botas militares y los saludos a los dieciséis años.

 

Redujeron la velocidad hasta detenerse bajo la sombra de un viejo mezquite, cuyas ramas estaban cargadas con la historia que compartían. Mientras Mía desmontaba, Alejandro le entregó un termo de chocolate caliente, su ritual durante las últimas semanas.

 

—¿Sabes? Nunca me gustó la Navidad después de que me uní al ejército —confesó, mientras el vapor del chocolate se mezclaba con el aire fresco. —Demasiadas ausencias, demasiados rostros que nunca volvieron.

 

—Entiendo —dijo Mía suavemente, extendiendo su mano para apretar la de él.  Para Ella la navidad era una de sus fiestas favoritas. —Pero ahora estamos aquí, juntos. —Su voz llevaba el peso de verdades no dichas y sueños postergados.

 

Por la noche, las imágenes parpadeantes de la pantalla del cine proyectaban sombras danzantes sobre sus rostros mientras sus manos se encontraban en la oscuridad. De vuelta en su casa, sus cuerpos hablaban con una honestidad primordial que las palabras nunca podrían igualar. Compartían momentos íntimos en la casa de Mía. Pasaban noches juntos, desnudos, entregándose sin reservas. Con cada encuentro, Alejandro sintió que algo dentro de él cambiaba, se reorganizaba y se asentaba más profundamente.

 

Pero fue en esos momentos tranquilos y compartidos, cuando veía su pecho subir y bajar en un sueño pacífico, que se dio cuenta de que se estaba enamorando de ella.

Sin imaginar que a ella el tiempo se les escapaba entre los dedos, que Mía perseguía sueños con la desesperación de quien sabe que sus días están contados y navidad era su último día.

 

Una mañana, armado de determinación y un ramo de flores silvestres, Alejandro decidió sorprender a Mía en el trabajo. La idea de pedirle que fuera su novia, para hacer oficial su relación, la quería, la amaba, eso provocó un escalofrío nervioso.

 

—Lo siento, señor, pero Mía no trabaja aquí desde hace más de un mes. —le informó la recepcionista de su lugar de trabajo con mirada perpleja.

 

Su corazón se hundió y la confusión frunció su frente. ¿Le había mentido? ¿Por qué?

 

Más tarde, ese día, la enfrentó, con las flores silvestres cayendo ahora en su mano. —Mía, ¿por qué me dijiste que aún trabajabas aquí?

 

La mente de Alejandro se aceleró. ¿Qué más no sabía él sobre ella? ¿Qué más había escondido detrás de su sonrisa? Esperó, con las flores temblando en sus manos, a que ella rompiera el silencio.

 

Ella evitó su mirada, con la verdad pesada en sus labios. Su silencio llenó la habitación, más fuerte que cualquier confesión.

 



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En el texto hay: navidad, drama, militar

Editado: 02.01.2024

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