Mía se paró en el puente, admirando el impresionante paisaje que se extendía ante ella. Era el día antes de Navidad, y el frío aire invernal le mordisqueaba las mejillas mientras se inclinaba sobre la barandilla, sintiendo el fuerte viento tirando de su grueso abrigo.
Respiró hondo y exhaló lentamente mientras observaba cómo el sol comenzaba a ponerse en la distancia. Mañana sería Navidad, pero sólo le quedaban veinticuatro horas de vida. Su corazón se hundió ante la idea, incluso cuando la belleza del cielo pintado con naranjas y rosas la llenaba de asombro. Una lágrima escapó de su ojo mientras se preguntaba qué podría haber sido: todas las cosas que nunca podría experimentar ahora.
De repente escuchó una voz que la llamaba: —¡Mía! ¡Mía! —Era Alejandro,
Corrió hacia ella, con la preocupación grabada en su rostro. —¿Qué estás haciendo aquí? ¿Estás bien? —le preguntó
Se giró, a punto de confesar que sus médicos le habían dado sólo unos pocos días de vida, pero en lugar de eso, forzó una débil sonrisa. —Solo estoy contemplando la vista. ¿No es hermosa?
Alejandro asintió, su mirada oscilando entre la de ella y la impresionante vista detrás de ella. —Lo es. Pero no puedes estar aquí solo, especialmente en un día como hoy. —Se acercó y el aliento se le nubló frente a la cara mientras hablaba.
—Lo sé. Sólo necesitaba algo de tiempo para mí.
—Bueno, ya estoy aquí. Regresemos. —Él le ofreció la mano y ella la tomó, permitiéndole alejarla del borde del puente. Pero mientras se alejaban, ella se detuvo y se dio la vuelta por última vez, mirando el agua debajo. —Amo este lugar.
—Sé que sí —dijo en voz baja—. Recuerdo, me lo contaste muchas veces, venías con tu madre y tus hermanas. —Él se rió, un sonido cálido que la llenó de recuerdos de sus días junto a Mía.
—Ojalá pudiéramos volver a esos días —susurró, deseando poder borrar la tristeza de su voz.
—Podemos. —dijo con firmeza—. No tenemos que dejar que esto nos acabe, Mía. Todavía hay tiempo para hacer las cosas bien
Ella lo miró con esperanza, brillando en sus ojos. —¿Qué quieres decir?
—Tú médico me llegó a buscarte a tu casa. —explicó, tomando su otra mano entre las suyas.
—¿Sabes la verdad? —preguntó.
Él asintió con su cabeza.
—Debiste decirme la verdad.
—Tenía miedo de hacerte más daño. Es mejor así, para que cuando suceda no sea tan doloroso.
Alejandro sonrió y Mía no entendió su expresión.
—Me dijo que ha habido una confusión con los resultados. No eres tú quien está muriendo. Es otro paciente con tu mismo nombre.
El alivio la invadió en oleadas y le apretó las manos. —Oh, Dios mío, ¿en serio
—Sí, de verdad. Ha estado tratando de comunicarse contigo todo el día.
Ella se rió temblorosamente, le temblaban los dedos mientras se secaba las lágrimas. —Esa es una noticia asombrosa.
—Lo es. Entonces, ¿y ahora qué?
—Ahora vivimos. —dijo, inclinándose hacia él. —Ahora disfrutamos cada momento que nos queda como si no hubiera un mañana.
(...)
El crepitar de la leña llenaba la acogedora sala, iluminada únicamente por la danza de las llamas en la chimenea. Mía y Alejandro se encontraban acurrucados en un cómodo sofá, frente a la cálida fogata, compartiendo el calor que solo el amor podía igualar.
Mía no podía contener su alegría. Había recibido la noticia de que los resultados médicos eran un error. Las sombras de la enfermedad que la habían acosado desaparecían, y una luz de esperanza iluminaba su rostro. Miraba el fuego con una expresión de gratitud y felicidad, sintiendo que la vida le ofrecía una segunda oportunidad.
Alejandro, por su parte, observaba a Mía con ternura y alivio. Había temido perderla, pero ahora, en esa noche especial de Navidad, sentía una profunda gratitud por tenerla a su lado. Sus manos se entrelazaron con las de ella, reflejando el vínculo que habían fortalecido a lo largo de los desafíos.
El resplandor de las llamas destacaba los destellos en los ojos de Alejandro mientras miraba a Mía.
—Gracias a la vida —susurró él, levantando su copa de vino tinto para brindar— Por tenerte a mi lado en esta Navidad y en todas las que vendrán.
Mía sonrió, sus ojos brillaban con gratitud. —Gracias a ti por estar conmigo, incluso cuando las cosas eran difíciles. Prometo amarte cada día que me regale la vida.
Ambos sellaron su promesa con un beso, mientras las llamas continuaban su baile. El crepitar de la madera se unió a la melodía suave de villancicos que resonaban en el fondo, creando un ambiente mágico. Juntos, compartieron el calor del amor, la gratitud por la salud recobrada y la promesa de un futuro juntos, mientras disfrutaban de la tranquilidad de esa noche navideña junto a la chimenea.
Editado: 02.01.2024