Capítulo
—¡No pienso tolerar más a esa caprichosa, Deny! —me quejé, caminando de un lado a otro—. Estoy harto de que todo el tiempo me eche la culpa de todo lo que pasa.
Sentía el corazón acelerado, la cabeza caliente. Sí, quizá me había pasado con lo que le dije, pero Fale era demasiado terca y sabía perfectamente cómo hacerme perder la calma.
—Gael, cálmate. Así son las mujeres —intentó aconsejarme Deny con tono paciente—. No sabes cuántas veces he tenido que ceder con Clarisa. Ella tiene un carácter fuerte, pero yo trato de evitar los problemas. Es la única manera de mantener la paz.
—Ya ella dijo que quiere que nos divorciemos, Deny —dije con amargura, clavando la mirada en el suelo—. No voy a rogarle. Si eso es lo que quiere, me parece excelente.
Aunque lo decía, sentía cómo el pecho se me encogía. La verdad era que sí me dolía pensar que todo podía terminar.
—Solo te pido que lo pienses —insistió Deny, sereno—. El matrimonio no es algo que se toma a la ligera. Nadie dijo que sería fácil ni perfecto. Pero si de verdad la amas, tienes que aceptar que ella también tiene defectos y aprender a vivir con ellos.
Suspiré. A veces Deny sonaba como mi abuelo: sabio, tranquilo, demasiado paciente. Quizá solo quería lo mejor para nosotros, pero… nosotros no sabíamos cómo estar juntos.
Era como querer detener las olas del mar con las manos o confiar en que una tormenta no descargará su lluvia. Fale y yo éramos agua y fuego… o peor aún: gasolina y llama. Al menor roce, explotábamos.
Deny y yo estábamos en la sala. Clarisa se había llevado a Fale a su habitación, probablemente para evitar que ella me matara, porque, sinceramente, no descartaba que lo estuviera considerando.
Lo nuestro era un caos difícil de explicar. Podíamos pasar días sin hablarnos y, aun así, cuando no la veía, algo en mí se desmoronaba. Me dolía su ausencia y, aunque fingía orgullo, siempre terminaba buscando una excusa para molestarla, solo para que me dijera “idiota”.
No entendía nuestra relación, pero tenía claro algo: la necesitaba. Y, aunque le costara admitirlo, ella también me necesitaba.
La puerta de la habitación de Clarisa se abrió. Mi corazón saltó tan rápido que, por un instante, creí que era Fale, pero no. Era Clarisa, que salió suspirando, con expresión cansada.
—Rayos… es tan terca —murmuró dejándose caer en el sofá—. No entiendo cómo puedes ser tan bestia, Gael. Justo cuando todo parecía mejorar, ¡metes la pata! —me reprendió con el ceño fruncido.
Me quedé callado, sintiendo el peso de sus palabras. Tal vez tenía razón.
—Clarisa, no busques culpables. Eso no sirve de nada —intervino Deny, tratando de calmar las aguas.
—Chicos, creo que me iré a casa —dije finalmente, resignado—. Si pueden llevar a Fale más tarde, se los agradecería. Dudo que quiera verme ni en pintura.
Ellos asintieron, y tomé un taxi. Mi motocicleta había quedado en casa.
Mientras el auto avanzaba entre las luces de Nueva York, me vinieron a la mente recuerdos de cuando Fale y yo paseábamos juntos. Le encantaba ir detrás de mí en la moto; decía que sentir la brisa era como volar. Cerraba los ojos y sonreía, con esa expresión que solo tenía cuando se sentía libre. Recordar eso me dolió más de lo que hubiera querido admitir.
Llegué a casa con el ánimo por el suelo. Metí la llave en la cerradura, pero antes de girarla vi a Josh aparecer frente a mí. Tenía una expresión nerviosa, casi asustada.
—¿Qué rayos quieres? —solté de golpe. No tenía paciencia para nadie.
—Y-yo... es que... —balbuceó, rascándose el cuello.
—Habla, idiota. No tengo toda la noche —mi voz salió más dura de lo que pretendía.
—Gael… —tragó saliva—. Es sobre Meki.
Sentí que algo se tensaba en el aire.
—¿Qué pasa con él? —pregunté, entrecerrando los ojos.
Josh me miró, pálido.
—Desapareció —dijo finalmente—. No lo encontramos por ningún lado.
Por un momento no supe qué decir. El silencio se hizo espeso, como si el tiempo se hubiera detenido.
El corazón me dio un vuelco.
Fale adoraba a ese gato más que a nada. Era su refugio cuando discutíamos, su consuelo cuando lloraba. Perderlo sería devastador.
—¿Desde cuándo no lo ven? —pregunté con un nudo en la garganta.
—Desde esta tarde. Fale no sabe todavía… Are no quiso llamarla hasta estar segura. Pero si no aparece pronto… —Josh bajó la mirada.
Me pasé una mano por el cabello, exhalando con frustración. No podía creerlo.
Justo ahora. Justo cuando todo se estaba desmoronando.
Miré hacia la puerta, con el corazón latiendo a toda velocidad. Todo parecía ponerse de mal en peor. No tenía tiempo para buscar culpables. Luego me encargaría de esos dos, pero en ese momento lo que importaba era encontrar a Meki; de lo contrario, estaba seguro de que Fale sufriría mucho.
—Voy a encontrarlo —dije con determinación—. No pienso dejar que Fale sufra más.
Josh asintió, aliviado, mientras yo tomaba las llaves de la moto. No tenía idea por dónde empezar, pero algo dentro de mí me decía que no podía quedarme quieto.
El ruido del motor rompió el silencio de la noche, y con él, la certeza de que algo estaba a punto de cambiar.
Recorrí todas las calles donde pensé que ese gato podía haber ido. Si bien Meki y yo no nos llevábamos bien, esto era algo mayor. Fale lo adoraba, e incluso podía llegar a elegirlo antes que a mí, y pensar en eso solo me generaba más presión.
Iba muy lento, para no dejar pasar nada por alto. Creí verlo correr hacia unos arbustos, así que me bajé rápidamente de la motocicleta para seguirlo. Lo llamé, y unas ramas pequeñas se movieron. Al reflejar la luz de la linterna del teléfono, me di cuenta de que era un gato totalmente distinto. Meki era blanco con manchas negras; este era color naranja.
—Rayos… ¿dónde te metiste, pulgoso? —gruñí frustrado.
Editado: 16.11.2025