Capítulo
—Chicos, ¡pero qué grata sorpresa! —exclamó el presentador al abrir la puerta, con una sonrisa que caía en el descaro.
Gael dio un paso adelante, apretando los puños. Su mandíbula estaba rígida y los ojos brillaban con esa mezcla de furia y amenaza que nadie podía ignorar.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó el hombre, con tono sarcástico—. No esperaba verlos de nuevo tan pronto.
—Queremos respuestas —dijo Gael, con voz contenida pero peligrosa—. ¿Viste a Meki?
El presentador se encogió de hombros, con aire despreocupado, como si estuviera hablando de cualquier otra cosa.
—No sé de qué hablas —replicó, con esa sonrisa que me hacía querer darle un puñetazo en el rostro—. No, la verdad no lo he visto, y no tengo ni idea de dónde esté.
—No mientas —gruñó Gael, avanzando un paso más—. No vas a escapar con esa cara de inocente.
—Vamos, Gael… —susurré, tocando su brazo—. No sirve de nada.
Él me miró un instante, y su respiración se aceleró, pero finalmente soltó un suspiro y retrocedió ligeramente. Sabía que no podíamos forzar nada allí.
—Meki no está aquí —dijo el presentador, alzando las manos en gesto inocente—. Ahora, si me disculpan, tengo cosas que hacer.
Nos quedamos unos segundos más, observándolo cerrar la puerta lentamente, como quien sabe que nos dejaba con la desesperación clavada en el pecho.
Salimos de su casa en silencio. La motocicleta rugía mientras Gael arrancaba, con los dientes apretados. Yo me aferré a su cintura, sintiendo cada movimiento de su cuerpo y cada sacudida de mi corazón.
Deny y Clarisa nos seguían en su coche. El camino de regreso a casa fue pesado, lleno de miradas silenciosas y pensamientos que no queríamos compartir. No había pistas, no había esperanzas, solo el frío viento de la noche y un vacío que nos dejaba sin aire.
Cuando llegamos, estacionamos frente a la puerta. Clarisa salió primero, extendiéndome un abrazo que decía “no estás sola” sin necesidad de palabras.
—Mañana volveremos a buscar —susurró Deny, mientras se acomodaba al volante—. No te preocupes, encontraremos algo.
Asentí, incapaz de responder. Sus palabras sonaban lejanas, casi irreales. El coche arrancó, y pronto desapareció entre las sombras de la calle. Solo nos quedamos Gael y yo.
Entramos a la casa. El silencio nos envolvió como un manto pesado. No había luz brillante, solo el resplandor de una lámpara tenue en la sala, que dibujaba sombras en las paredes. Are y Josh estaban ahí, con gestos nerviosos, incapaces de mirarnos directamente.
—¿Sucedió algo? —preguntó Are, con voz baja, apretando las manos frente a ella.
Negué con la cabeza. No podía hablar. Cada palabra me dolía como si cortara un hilo que me mantenía entera. Pasé de largo hacia el pasillo y entré a mi habitación, cerrando la puerta tras de mí.
Desde el otro lado escuché cómo Gael se plantaba frente a ellos, con esa postura que anunciaba que estaba a punto de explotar.
—Esto es culpa de ustedes —dijo, con voz grave y rugiendo con furia contenida—. Si no hubieran dejado entrar a ese idiota, Meki seguiría aquí.
Are dio un paso atrás, nerviosa.
—No… no sabíamos que él… —murmuró, con miedo—.
—¿No sabían? —Gael lo repitió, incrédulo—. ¿Y justo después de que “no sabían”, Meki desapareció?
Josh se encogió, temblando. Su mirada buscaba cualquier esquina de la sala, cualquier salida que lo sacara de ese infierno.
—Yo… yo no… —balbuceó—. No sabía que… que él lo haría de verdad.
Me vi en la obligación de abrir la puerta y asomarme porque temía lo que Gael pudiera hacerles a ellos.
Lo observé dar un paso más, y su sombra se proyectó sobre Josh, amenazante.
—Habla —gruñó.
—Fue el… el presentador —dijo el chico, con la voz temblorosa, casi un susurro—. Él dijo que para que el programa fuera más interesante debía… debía llevarse a Meki. Que la gente se engancharía viendo lo desesperada que estaba Fale… —su voz se quebró—. Que todo esto era para subir el rating.
El aire se volvió denso, pesado. Cada palabra era un golpe directo a mi pecho.
Gael me miró un instante, pero sus ojos regresaron a Josh. El chico estaba encogido en el suelo, pálido y tembloroso, como si el miedo lo hubiera hecho envejecer diez años en minutos.
—¿Dónde está ahora? —preguntó Gael, con voz baja y peligrosa—. ¿Dónde lo tiene?
Josh negó con rapidez.
—No… no lo sé. Dijo que lo llevaría a un lugar seguro, que luego nos avisaría… pero nunca volvió a llamar.
Are dejó escapar un suspiro ahogado, culpable.
—Yo también creí que era solo una broma… nunca imaginé que se lo llevaría de verdad.
Gael golpeó la mesa con el puño, haciendo tintinear los vasos. Su respiración era rápida, su mandíbula rígida.
—¿Broma? ¡Esto no es un juego! —gritó—. ¡Esto es la vida real!
Yo me recargué apoyando la espalda contra la pared. Mis manos temblaban y la garganta me ardía.
—¿Todo esto fue por entretenimiento? —dije, apenas audible—. ¿Por un maldito número de rating?
Gael giró hacia mí, sorprendido.
—Fale… —susurró, pero negué con la cabeza.
—No. No quiero escuchar nada más —murmuré—. No puedo con esto ahora.
Josh seguía en el suelo, pálido y temblando, incapaz de sostener mi mirada.
—Yo… lo siento —susurró, la voz apenas audible—. No pensé que…
—No pensaste —interrumpí, con un hilo de voz—. Nadie pensó. Y ahora Meki está… —no pude terminar la frase.
Gael dio un paso hacia mí, pero levanté la mano para detenerlo.
—No —dije—. Ahora no.
Me alejé hasta mi habitación, que está al final del pasillo, y cerré la puerta con suavidad. Me dejé caer al suelo, abrazando mis rodillas miré la cama dónde solía acostarse Meki, luego la ventana porque también le gustaba asomarse y ver la calle.
El silencio me envolvió, solo roto por el eco de las respiraciones de Gael y los demás en la sala. Afuera, la lluvia comenzó a repiquetear contra la ventana, marcando un ritmo triste, como si el cielo llorara conmigo.
Editado: 16.11.2025