90 días para enamorarnos

La carrera por Fale

Capítulo:

El sol apenas despuntaba y yo estaba frente a la computadora, con los puños apretados y el corazón latiendo a mil por hora. No podía permitir que Fale se fuera. No después de todo lo que habíamos pasado, no después de Meki, no después de ella siendo todo para mí.

Deny estaba a mi lado, sus ojos fijos en aquella pantalla cuadrada con esa mezcla de determinación que solo él sabía poner.

—Gael… tenemos que movernos rápido —dijo, con la laptop abierta frente a nosotros—. Si no encontramos algo que detenga este programa, nunca vamos a llegar a Fale a tiempo.

Yo respiré hondo, pasando la mano por mi cabello.

—Ella está lista para irse… —susurré, apretando los dientes—. Acaba de llamar al abogado y a la aerolínea, Clarisa la escuchó hablar por teléfono.

Deny asintió.

—Exacto. Por eso tenemos que actuar ya... Encontré algo… —dijo, señalando la pantalla—. Mira esto.

Era un documento interno del programa. Nombres, contratos, cantidades, fechas. Y lo más importante: pruebas de que la producción nunca tenía intención de pagar los premios prometidos. Todos los participantes terminaban expuestos, con humillaciones montadas, para subir el rating del programa.

—Esto… esto es un fraude —dije, sin poder creer lo que veía—. Toda la maldita serie… todas las grabaciones… ¡mentira!

Deny me miró con una sonrisa tensa.

—Sí. Y ahora podemos usarlo. Podemos ir directo al productor y forzarlo a anular el contrato. Si hacemos esto rápido, podemos grabar algo para Fale… mostrarle que lo de aquella mujer, lo del beso, todo fue un montaje.

Mi corazón se aceleró. Era nuestra oportunidad, pero también una carrera contra el tiempo.

—Vamos —dije—. No voy a perderla.

La oficina del productor olía a lujo barato. Alfombra roja, paredes llenas de fotos de participantes sonrientes, todos felices para la cámara… excepto que yo sabía que era mentira.

—Señor Gael, ¿qué le trae por aquí? —preguntó el productor, con esa sonrisa de empresario confiado que únicamente me dio ganas de golpearlo.

—Usted sabe exactamente por qué estoy aquí —dije, con la voz baja y peligrosa—. Tengo evidencia de que su programa es un fraude, que engañó a todos los participantes y que creó un montaje para destruir mi relación.

El hombre se tensó.

—Yo… no sé de qué habla…

—No mienta —interrumpí, apoyando un dedo sobre los documentos que Deny había impreso—. Todo esto demuestra que ustedes nunca tuvieron intención de pagar el premio del millón, que expusieron a los concursantes, que hicieron todo esto para generar drama.

Deny agregó con firmeza:

—Si no anula el contrato, estas pruebas irán directamente a la prensa y a las autoridades—afirmó con total seguridad de que no estábamos bromeando, esos idiotas se habían aprovechado.

El productor palideció. Sus ojos buscaban una salida, pero no había ninguna.

—…Está bien. Está bien. Podemos… podemos anular el contrato y hacer la grabación que usted pide —dijo con voz temblorosa—. Pero es todo interno, nada de filtraciones.

Asentí, con la adrenalina recorriéndome el cuerpo.

—Perfecto. Solo quiero que Fale vea que lo de aquella mujer fue un montaje. Que no fue mi culpa.

El productor tragó saliva y comenzó a hacer las llamadas necesarias. Yo podía sentir que estábamos ganando, pero la preocupación por Fale no me dejaba respirar.

Regresé a casa después de todo el proceso, esperando encontrarla allí, lista para escucharme, lista para que todo se aclarara… pero no estaba.

La casa estaba en silencio. Solo el eco de mis pasos me acompañaba. Fue entonces cuando la vi: la nota sobre la mesita de la sala. Mi corazón se detuvo.

Me voy. No volveré.

Fale.

Mis puños se cerraron. La ira, la desesperación y el miedo me envolvieron al mismo tiempo. Cada fibra de mi ser gritaba que no podía dejarla ir.

—¡No! —grité, arrancando las llaves de la mesa—. ¡No puedes irte!

Deny estaba detrás de mí, preocupado.

—Gael… cálmate. Hay tiempo para alcanzarla.

—¡Tiempo! —rugí—. No hay tiempo, Deny. ¡Ya está en camino al aeropuerto!

Salté sobre la motocicleta y la arranqué, el motor rugiendo como mi propio corazón. El viento me golpeaba la cara, pero no me importaba. Solo podía pensar en alcanzarla antes de que se subiera al avión.

Cada semáforo parecía eterno, cada calle se hacía interminable. Miraba el reloj, calculando cada minuto. Sabía que si fallaba… todo estaría perdido.

Llamé a Fale. Su tono de voz sonaba frío, distante, como si la distancia hubiera borrado todo lo que sentíamos.

—Fale, por favor… escúchame —dije, con la voz temblando—. Todo lo que viste, todo eso… no es real. No fue un beso, no hay amante. Te lo juro.

—Gael… no quiero escucharte —respondió, y el dolor en su voz me atravesó como un puñal—. Ya es demasiado tarde.

—No, Fale… —grité mientras la motocicleta derrapaba levemente en una curva—. No es tarde. Yo no voy a perderte.

—Gael… —su voz se cortó, pero la escuché respirar profundamente—. Lo siento. Tengo que irme.

Sentí que mi estómago se hundía, que cada segundo que pasaba me alejaba de ella. Pero no podía parar. Cada kilómetro me acercaba a ella, a explicarle, a mostrarle que no había engaño, que todo fue un montaje para arruinar nuestro amor.

Vi el aeropuerto al final de la avenida. Las luces parpadeaban, y mi corazón latía tan fuerte que parecía que fuera a estallar.

—Fale… —susurré al teléfono mientras me acercaba a la entrada—. Estoy aquí. Por favor… mírame.

El teléfono vibró con la señal de llamada entrando en la terminal. La vi al fondo, con su maleta, caminando hacia la ventanilla. Todo en ella gritaba decisión, distancia, dolor… y sin embargo, algo dentro de mí todavía se aferraba a la esperanza.

—¡Fale! —grité mientras la motocicleta derrapaba suavemente y me detuve frente a la entrada—. ¡Fale, por favor!

Ella se giró, y por un instante nuestros ojos se encontraron. El mundo se detuvo. Las lágrimas comenzaron a formarse en ambos.




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