90 días para enamorarnos

Una mañana diferente.

Capítulo 2:

Había pasado un mes desde que Fale y Gael habían decidido intentarlo de verdad.

Ya no había cámaras, ni contratos, ni dudas. Solo ellos, aprendiendo a convivir, riendo por tonterías y construyendo poco a poco ese “nosotros” que alguna vez creyeron imposible.

El sol se filtraba suavemente por las cortinas de la habitación cuando Fale se removió entre las sábanas. Gael dormía a su lado, con un brazo rodeando su cintura. Su respiración era tranquila, y su rostro relajado le recordaba por qué, a pesar de todo, había valido la pena quedarse.

—Buenos días, dormilón —susurró ella, girándose lentamente.

Gael abrió un ojo, aún adormilado.

—Buenos días, desastre —bromeó con voz ronca, y Fale le dio un suave golpe en el pecho.

—Desastre será el desayuno si no me levanto ya. Prometí hacerte el almuerzo para llevar.

Gael sonrió, acomodándose contra la almohada.

—Eso sí que será un milagro culinario.

—Ja, ja. Muy gracioso —replicó ella, levantándose y envolviéndose en una bata.

En la cocina, Meki, el gatito de Fale observaba atento. Ella lo acarició antes de empezar a buscar los ingredientes para la pasta.

—Hoy sí me vas a ver convertida en toda una chef, Meki —le dijo con entusiasmo, mientras llenaba una olla con agua y la colocaba en la hornilla.

Gael, aún despeinado, apareció minutos después en el marco de la puerta.

—¿Huele a algo… quemándose? —preguntó, frunciendo el ceño.

—¡No! —dijo Fale rápidamente, pero el humo que salía de la olla la delató.

Corrió a apagar la estufa, tosiendo.

—Solo se pegaron un poquito —intentó justificar, con una sonrisa culpable.

Gael se acercó, tratando de disimular la expresión divertida en su rostro.

—Déjame ver. A lo mejor todavía se pueden salvar.

Tomó un paño y levantó la olla con cuidado. Al voltearla, los fideos cayeron en bloque… o mejor dicho, no cayeron en absoluto. Estaban tan duros que se mantenían firmes, como si fueran una escultura.

Gael se quedó mirando aquella “obra de arte” con los ojos muy abiertos.

—Bueno… esto sí es un récord culinario —dijo finalmente, intentando no reírse.

Fale cruzó los brazos, fingiendo indignación.

—¿Te estás burlando de mis fideos?

—No, no —respondió él rápidamente, conteniendo la risa—. Solo digo que… tal vez con un poco de salsa… y una motosierra… se puedan comer.

Ella lo miró con una ceja alzada.

—Mejor pido comida china.

Gael soltó un suspiro de alivio tan visible que Fale no pudo evitar reírse.

—¡Ah! Entonces sí te ibas a librar de mis fideos, ¿eh?

Él sonrió, levantando las manos en rendición.

—¿Te digo la verdad?

—No —respondió ella de inmediato, negando con la cabeza, pero ambos estallaron en carcajadas.

Mientras esperaban la comida, Fale puso música suave y Meki saltó al regazo de Gael, (cosa muy extraña, ya que antes ellos no solían llevarse bien) sin embargo, Gael consideró que era momento de hacer las pases con Meki entonces le rascó la barbilla mientras ella Fale ordenaba.

Cuando el repartidor llegó, comieron en la sala, descalzos y riendo entre bocados. Gael intentaba atrapar un dumpling con los palillos sin que se le escapara, y Fale lo observaba divertida.

—¿Ves? Tú tampoco eres tan perfecto —le dijo ella.

—Oh, no, definitivamente no —admitió él, riendo mientras por fin lograba atrapar uno—. Pero tengo encanto.

—Eso sí no lo puedo negar —respondió ella, sonriendo.

Meki se acercó curioso y Fale le dio un pequeño trozo de masa. El gato lo olfateó con desconfianza y luego siguió su camino.

El momento era simple, pero tan cálido que ninguno de los dos necesitaba más.

Hasta que, justo después de su último bocado, Fale sintió una punzada en el estómago.

Frunció el ceño.

—Ugh… creo que comí demasiado rápido.

Intentó ignorarlo, pero la sensación empeoró en cuestión de segundos.

De pronto, una oleada de náuseas la obligó a levantarse y correr al baño. Gael la siguió, alarmado.

—¿Fale? ¿Estás bien? —preguntó desde el otro lado de la puerta, mientras ella vomitaba la comida.

—Sí… sí, estoy —dijo entre respiraciones agitadas, apoyándose en el lavamanos. Se echó agua fría en la cara, temblando un poco.

Levantó la vista hacia el espejo y se observó con detenimiento: el rostro pálido, el corazón acelerado.

Y entonces, de golpe, lo recordó.

Su ciclo.

El retraso.

Las últimas semanas de cansancio y antojos extraños.

—No puede ser… —susurró, abriendo los ojos con sorpresa.

Golpearon suavemente la puerta.

—¿Fale? ¿Segura que estás bien?

Ella respiró hondo, tratando de sonar natural.

—Sí, estoy bien, Gael. Solo… fue la comida. Nada grave.

—¿Seguro que no quieres que te lleve al médico?

—No, de verdad. Estoy bien —repitió, obligándose a sonreír cuando salió del baño.

Gael la abrazó con ternura, aún preocupado.

—Me asustaste —murmuró.

—Lo siento. Ya pasó.

Pero mientras se apoyaba en su pecho, su mente no dejaba de repetir lo mismo:

Retraso. Náuseas. Posibilidades.

Tenía que estar segura antes de decirle algo. No podía darle falsas esperanzas… ni provocar preocupaciones antes de tiempo.

Esa noche, ambos fueron a casa de Clarisa y Deny, para visitarlos después de algunas semanas. Clarisa los recibió con su energía de siempre, abrazando a Fale apenas cruzó la puerta.

—¡Por fin! Estaba empezando a pensar que se habían mudado a otra galaxia.

—Perdón —dijo Fale riendo—. Hemos estado… ocupados.

—Demasiado ocupados, diría yo —comentó Deny con una sonrisa pícara, dándole una palmada a Gael.

Gael se limitó a sonreír mientras se acomodaban en la sala. Clarisa sacó unas copas con jugo, y Deny encendió la televisión para ver el partido de fútbol.

Fale intentó mostrarse relajada, pero seguía sintiéndose rara. Su estómago tenía una sensación extraña, y su mente no dejaba de pensar en lo mismo. Gael lo notó, aunque no dijo nada; solo le tomó la mano y la acarició con el pulgar.




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