A 137 kilómetros de ti

2015: tres

Vuelvo a contar por quinta vez las estrellas pegadas en el techo de la habitación, aún recuerdo por completo como supliqué a mi tío para que me las comprara, se negaba a hacerlo diciendo que las perdería y no las iba a utilizar, pero yo prometía que eso no iba a ocurrir de ninguna manera, y así con siete años logré convencerlo. Llegué a su casa más feliz que nunca en mi vida, no podía esperar para pegarlas y en cuanto mis pies tocaron el suelo dentro de la casa, salí corriendo a la recámara y con ayuda de una silla que coloqué arriba de la cama, me dispuse a iniciar mi trabajo, pero como si mi tío pudiera ver a futuro llegó corriendo a donde me encontraba para bajarme de inmediato y él fue el quien terminó colocándolas, al hacerlo, rápido corrí a apagar la luz, imaginando que iban a brillar demasiado, cosa que no ocurrió y muy apenas desprendían algo de luz, triste me senté en el suelo intentando no llorar, pero el adulto se sentó a mi lado y me abrazó señalando las estrellas.

—Verlas de esa manera te recordarán que todo brilla mejor cuando sales —dijo para después darme un beso en la cabeza y dejar la luz apagada para retirarse y dejarme con mi decepcionante adquisición.

A esa edad me fue imposible comprender lo que mi tío trató de decirme, pero jamás lo olvidé y ahora diez años después lo entiendo, así que hago un veloz movimiento para sentarme y empiezo a buscar mi móvil para enviar el mensaje. Con mi corazón acelerado y el cuerpo temblando, pero muy segura, presiono enviar y lanzo el celular por miedo a lo que va aparecer, segundos después obtengo respuesta y antes de gritar me cubro la boca con las manos feliz de que haya sido positivo.

Me levanto para colocarme frente al espejo y poder ver mi aspecto, no es tan extravagante y tampoco horrible, sino algo casual y perfecto para la ocasión, al aprobar mi atuendo salgo corriendo al primer piso. Llego a la cocina, donde inicio una rápida búsqueda para encontrar los ingredientes y hacer pizza, como era de esperarse, mi tía y mi hermano entran confundidos por ver qué es lo que estoy haciendo con tanta prisa, pero ignoro su presencia y me dispongo a hacer la comida.

—¿Vas a hacer pizza a las ocho de la noche? —pregunta Owen confundido, levanto la mirada por instinto y cuando veo la sonrisa que aparece en su rostro me golpeo mentalmente por ver hecho ese movimiento—Va a venir Alec y le estás haciendo pizza, te gusta ¿no?

—Púdrete, calvo —le digo concentrada en lo mío, pero con una sonrisa de victoria porque he logrado que guarde silencio.

Odia que le digan de esa manera porque le recuerda a cuando teníamos cuatro años y con una máquina que encontré en el cajón de mis padres, le corté todo su cabello, mi mamá al verlo casi le da un infarto y papá estaba casi ahogándose por soportar las enormes carcajadas al ver a su pequeño y único niño por completo calvo. A partir de ese instante, ha sido mi palabra para vencerlo en cualquier situación y trece años después sigue funcionando de manera perfecta. Escucho como mi tía ríe y los pasos de ambos alejándose y dejándome en paz.

Saco mi celular del bolsillo para colocar a la mejor banda de la historia y que siempre pongo cada vez que cocino algo.

5 seconds of summer se empieza a escuchar y me da un enorme ánimo para seguir y cantar a todo pulmón, estoy tan dentro de mi mundo que, sin darme cuenta, la harina comienza a caer por mi ropa y un poco en mi rostro. Toda la emoción se detiene en un instante cuando lo miro frente a mí sonriendo y desconcertado por lo que ven sus ojos, intento quitarme el cabello del rostro, pero debido a que en las manos tengo harina me ensucio más, soplo con la boca para hacer el mechón a un lado y sigo fallando, hasta que Alec me ayuda y lo coloca detrás de la oreja.

—¿Qué es todo esto? —pregunta intentando averiguarlo antes de tener respuesta.

—Vas a probar las mejores pizzas de toda tu vida —digo emocionada señalando las dos que faltaban hornearse— ¿Me ayudarías a meterlas?

Asiente con la cabeza y coloca los números que le indiqué para después volver a ponerse delante mío.

—¿Así que las mejores pizzas de la vida? —repite con duda lo que dije.

—Las mejores, receta por mi papá, preparada por mí —afirmo segura— Me alegra que hayas venido.

—Se rumora que no debo negarme a una invitación de Daila Martinez, es de mala suerte, aún más cuando un día anterior la besé —al escuchar lo último me río, tomo un trapo para limpiarme las manos y doy un paso para acercarme más a él.

—En realidad yo te besé —le respondo coqueta sin despegar mi mirada de la suya.

—Y yo decidí seguirlo, así que, en conclusión, te besé.

Da un paso a donde estoy, logrando que nuestros pies choquen, pero me niego a intimidarme ante él, coloco una mano en su mejilla, sus ojos brillan y estoy segura que los míos también. Bajo la mirada hacía sus labios, lista para repetir lo que sucedió en el parque acuático, acercó mis labios a los suyos, logrando que se rocen y de esa manera provocarlo y tal vez si sigo teniendo control, alejarme, pero él coloca un brazo en mi cintura y me pega para entrelazar nuestros labios y sentir que me encuentro volando.

Besar a Alec es cosa de otro mundo, no tengo la menor duda de eso, en cuanto nuestros labios se juntan siento como si fuegos artificiales comenzaran a explotar, mi estómago se revuelve, mi corazón se acelera y mi mente deja de pensar en todo, solo puedo concentrarme en lo que está sucediendo y hace que suplique a los cuatro vientos que jamás se termine.

Con una mano en su mejilla y la otra en su cuello, lo apego lo mayor posible a mí, ignorando el hecho de que no estamos solos en la casa y mis tíos no saben nada de lo que sucedió en las albercas y aunque supieran, dudo mucho que lo llegaran a entender en el primer instante, pero nuestras bocas siguen tan sincronizadas que en lo último que pienso es que un adulto puede entrar y vernos así, sería bastante confuso, yo moriría de vergüenza.




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