—No puedo creer que me hayas convencido de hacer esto. —resopló Maite, cubriéndose con una manta liviana que no hacía nada para darle calor, pero al menos le daba cierta sensación de bienestar.
—La vamos a pasar genial. —La voz cantarina de Angélica hizo que su cabeza punzara, levantó la mirada hacia su amiga. Ella parecía demasiado contenta, estaba parada al lado de la ventanilla, con una sonrisa de oreja a oreja, observando el paisaje que pasaban a una velocidad abrumadora.
—Sí. —Sus dientes comenzaron a castañetear por el frío, estiró la mano para rebuscar en su bolso y suspiró de alivio al encontrar otro suéter que se puso de inmediato—. Ya me estoy divirtiendo a muerte. —Angélica le quitó importancia con un ademán, sin siquiera girar para mirarla.
Maite decidió dejarlo por la paz. Ya no había vuelta atrás, por más que maldijera el momento que se dejó llevar por la locura momentánea de su mejor amiga, no podía volver en el tiempo. Le tocaba aguantarse y rezar no morir congelada antes de llegar a Marquette. Sonrió para sus adentros. Tres días atrás ni siquiera sabía de la existencia del lugar y ahora estaba en un tren viajando hacia ahí, con la temperatura bajo cero y con el calentamiento del tren mal funcionando.
—Voy a buscar algo para beber. —Musitó, resignándose a dejar el calor que le proporcionaban sus mantas—. ¿Quieres algo? —preguntó, aunque ya conocía la respuesta de antemano.
—Un chocolate caliente. —Respondió su amiga, fiel a su estilo—. Gracias. —gritó a sus espaldas, Maite no dijo nada. Apuró el paso entre las cabinas del tren, pensando en que cuanto antes arribara a la cafetería, antes volvería a la comodidad de su propia cabina.
Fue la única cosa que su amiga hizo bien en su locura temporal. Al menos se había tomado la molestia de reservarles una cabina individual, así no tendría que soportar a los demás viajeros en los próximos días. Suspiró. Era apenas la tercera hora de su viaje y ella ya se sentía al borde del colapso.
El cambio de temperatura entre el vagón de las cabinas y el de la cafetería fue un golpe de buena suerte, sintió una sonrisa deslizándose por sus labios por primera vez desde que emprendieron camino.
—Un chocolate caliente y un té. —Le pidió al camarero que mantenía una sonrisa congelada en su rostro, no logró distinguir si era sincera o ensayada—. De lo que sea. —se adelantó a su pregunta, no podía seguir explicándole a la gente que no bebía el té por gusto, sino para calentarse, así que le daba igual de que fuera. Su sabor no tenía nada que ver con la función que debía cumplir.
—¿No te gusta el frío? —preguntó el hombre, mientras esperaba que el chocolate se preparara. Maite dejó de lado su malhumor y se dedicó a observarlo por un rato. Era guapo, de una manera particular, con esa sonrisa enigmática que le llamaba la atención y la mantenía hipnotizada.
—¿Tanto se me nota? —Intentó bromear, pero sus habilidades de coqueteo estaban demasiado oxidadas, temía hacer el tonto. Él asintió, deslizando el té en su dirección.
—Digamos que destaca entre toda esta gente que está entusiasmada por arribar a su destino. —Al ver que el chocolate iba a tardar, le dio un sorbo a su té, disfrutando el golpe de ardor en su garganta.
—No entiendo cómo pueden estar tan… —observó a su alrededor a las personas que llenaban la cafetería, entre risas y sonrisas como si estuvieran en el mejor momento de su vida—, chispeantes. —finalizó, haciendo una mueca.
—El espíritu navideño. —El camarero se encogió de hombros, divertido ante su malestar.
—Acá hace más calor que en las cabinas. —murmuro para sí misma, más él la escuchó. Fue a entregarle un pedido a otro cliente, pero rápidamente volvió a su lado.
—Los generadores de la cocina son los más potentes. —Le explicó—. El frío ahí afuera nos tomó por sorpresa. —Volvió a desaparecer detrás de las puertas de la cocina, para volver minutos después con las manos llenas de platillos—. Siempre puedes venir aquí para entrar en calor. —ofreció, con un guiño mientras pasaba a su lado. Maite sonrió inevitablemente, con su humor mejorando un poco.
—Creo que te voy a tomar la palabra. —prometió, aunque algo dentro suyo le decía que no se sentía tentada ante la promesa de un ambiente más caliente. Tomó el chocolate que finalmente estaba listo y dejó un billete sobre la encimera, se despidió con una sonrisa.
El golpe de frío al salir de la cafetería no la tomó desprevenida esa vez, no dejó que su humor se arruinara por algo que no tenía bajo control.
—Pensé que te habías perdido en el camino. —La reprendió Angélica, se apresuró a tomar su bebida con fervor, como si había estado en ayunas por meses.
—La cafetería está a rebosar. —explicó, distraída. Volvió a meterse bajo sus mantas y se apretujó a un lado de la pared—. Ahí hace más calor. —No pudo evitar el reproche en su voz.
—Bueno, puedes ir ahí si te gusta más. —replicó Angélica, volviendo a poner la mirada al exterior—. A mí me está encantando esto.
—Me alegra que al menos alguien se está divirtiendo.
—¿Vas a seguir así todo el camino? Porque, si es así, no sé por qué viniste conmigo. —La miró con fuego en los ojos, Maite rodó los ojos con impaciencia.
—Porque soy una tonta, definitivamente. —Angélica sonrió, su mirada suavizándose—. Al menos pudimos haber ido en avión. —se lamentó.
—¿Y perdernos toda la aventura? —La otra mujer se levantó, dejando su taza en la pequeña mesa de noche y se sentó a su lado—. Quería la experiencia completa, Mai.
—Lo sé. —Se resignó, volviendo a pensar que seguir molestándose por ello no tenía ningún sentido.
Angélica había deseado algo y ella se dejó arrastrar por ella en esa locura. Como siempre lo hacía. Aunque, no podía negar que los momentos más divertidos de su existencia habían sido producto de una locura de su mejor amiga, ella jamás se atrevería a semejantes aventuras. Así que, decidió en ese momento, se dejaría llevar por la corriente y disfrutaría lo máximo.