—¿Rojo? —Alcanzó el moño de la caja y lo extendió en dirección a Ilan, él lo tomo con una sonrisa y lo colgó de la ventanilla, la última que le quedaba en ese vagón.
—¿Qué te parece? —Se alejó unos pasos para observarlo de lejos.
—Me encanta. Nos quedó bien. —Aplaudió, levantándose con cuidado de la silla que ocupaba.
Ya llevaba tres días en ese estado y solo quedaban dos para Navidad. A ella le parecía que se sentía mejor, pero Ilan insistía en que debía seguir cuidándose. Había pasado esos días en su compañía, ayudándole a decorar los vagones. A veces se les unía uno que otro niño, cuando la tormenta afuera estaba demasiado fuerte para salir y los pasajeros preferían quedarse todo el día en el tren.
Desde que salieron de Marquette, tuvieron dos paradas más y la última estaba prevista para la noche de Navidad. Ahí tenían una reservación en uno de los hoteles emblemáticos de la ciudad y ella esperaba con ansias la oportunidad de salir del tren.
—Nos quedó genial. —Confirmó Ilan, dándole un abrazo con cuidado de no lastimarla—. ¿Un té? —ofreció.
—Claro. —Enlazó su brazo con el suyo, ya acostumbrada a esa clase de cercanía entre ellos.
Caminaron despacio hasta la cafetería, entre bromas sobre los arreglos que habían hecho o algunas anécdotas de sus trabajos. Ahí se encontraron con una aglomeración de gente, pero la alegría que siempre llenaba el lugar no estaba presente. Confundidos, se acercaron a la barra, donde estaba la hermana de Ilan.
—¿Qué pasó? —preguntó el hombre, apoyándose sobre la barra y alcanzando el control remoto para aumentar el volumen.
—Están pronosticando una tormenta para esta noche. —explicó, con una sonrisa tensa.
—¿En serio? —Maite se estremeció, no le gustaba para nada la idea de encontrarse en medio de la nada durante una tormenta.
—Papá dice que deberíamos pasarla. —La tranquilizó la mujer, pero se veía poco convencida.
—¿Y si no la pasamos? —preguntó a Ilan, rezando para que le diera una respuesta diferente a la que esperaba.
—Tendríamos que detenernos. —Sus esperanzas se desvanecieron, suspiró con pesar—. Tranquila, si papá dice que lo pasaremos, lo hará. —prometió, llevándola de la mano hasta “su” mesa y le movió la silla para que se siente—. Ahora se viene le té. —rio, pero la ligereza que lo caracterizaba había desaparecido.
Lo observó mientras hablaba con su hermana, murmuraban algo en voz baja mientras esperaban que se preparen sus bebidas. Giró con cautela —seguía sin deber moverse bruscamente—, buscando a Angélica entre las personas. La encontró al otro lado del vagón, en compañía de unas mujeres que para Maite eran desconocidas. Seguramente las había conocido en sus salidas turísticas, cuando ella se quedaba atrás. Esperó la punzada de celos y el sentirse desplazada, pero la realidad la sorprendió. Ella realmente estaba pasándola bien en el tren, en compañía de Ilan y decorando los vagones. Le parecía mejor que congelarse ahí afuera, corriendo de un lado para el otro tratando de ver lo más posible en el poco tiempo que tenían.
—Aquí tienes. —La voz de Ilan la sacó de sus pensamientos, giró hacia él y sonrió con fuerza.
—Gracias. —Atrapó la taza entre sus dedos y recibió con ilusión el golpe de calor. Sopló un par de veces antes de llevársela a la boca, deleitándose con el líquido caliente.
—¿No te quemas? —Ilan parecía realmente interesado en descubrir la respuesta, la miraba con la cabeza ladeada.
—Un poco. —Se encogió de hombros antes de volver a darle un sorbo—. Pero vale la pena. —Añadió después, sacándole una risa.
—Interesante. —murmuró, revolviendo con la cucharilla su proprio café.
—Entonces, ¿qué pasó con esa paciente tuya? —mencionó, recordándole que le había dejado el relato sobre su paciente favorita a medias.
—Ah, Lina… —Suspiró Ilan, antes de volver a sumergirse en sus memorias.
⁂⁂⁂
—Esto fue una idea genial. —Angélica rodó sobre sus pies, dejando flotar el vestido vaporoso alrededor de su cuerpo. Maite terminó de ponerse un arete y levantó la mirada hacia su amiga.
—La verdad es que sí. —Tuvo que estar de acuerdo por una vez con ella.
Después de que avisaran que no había forma de que lograrían esquivar la tormenta y que lo más probable seria que tendrían que pasar la víspera de la Navidad en el tren, detenidos en mitad de la carretera, los ánimos de todos habían bajado por completo. Todos se habían resignado a pasar la noche en sus cabinas, con los pocos familiares o amigos que los acompañaban y comiendo galletas saladas.
Fue idea de Ilan organizar una cena entre todos y sacar lo mejor de una situación nefasta. Mientras los hombres se ocupaban de poner la iluminación necesaria para avisar de su posición en caso de alguna eventualidad, las mujeres se habían mudado a las cocinas, ayudando a los organizadores con la comida.
Maite, a quien su médico —es decir Ilan— no le permitió moverse, se entretuvo cortando las verduras y la fruta, todo lo que podía hacer sentada y sin poner mucho esfuerzo.
—Esto no salió como lo tenía pensado. —Angélica se sentó a su lado, con una sombra en su mirada—. Lo siento, Mai. —Apoyó la mano sobre su hombro, apretándola con suavidad.
—No pudiste haber predicho esto. —La tranquilizó—. O que me caería la primera vez que salga del tren. —Rio.
—Pero no podemos obviar el hecho de que pude haberlo pensado mejor. Solo quise escapar de la ciudad y no me ocupé de otras cosas. —Insistió, con el brillo de las lágrimas acumulándose en sus ojos. Maite se levantó con premura, arrodillándose con dificultad delante de ella.
Sus piernas resintieron el movimiento y su espalda dolió, indicándole que no se encontraba tan bien como le gustaba decir, pero lo ignoró por un momento.
—Ambas sabemos que, si hubiese querido negarme, lo habría hecho. —Eso era medianamente verdadero, pero Angélica parecía desesperada por quitarse un poco de culpa, así que lo aceptó sin chistar—. Además, no todo ha sido tan malo. —Sonrió, apretando sus manos—. Tú tuviste tu aventura y yo… bueno, sobreviví.