A. Alexa. Secretos de la corte (#1 Cortes perversas)

X & XI

Días después se encontraba en el gimnasio donde entrenaba el cuerpo de seguridad del palacio.

- ¿Sabes que esto es tentar a la suerte? - masculló Pablo mientras evitaba el golpe que le proporcionó. Ella respondió tratando de golpearlo de nuevo, pero seguía sin tener éxito. Se estaba impacientando y estaba cabreada. Realmente cabreada.

- No estás en tu elemento. – le dijo después de unos momentos, cuando ella ya estaba jadeante y sus movimientos estaban empezando a ser erráticos.

Callarte y deja de esquivar. – le gruño, volviendo al ataque.

- En estos momentos no eres rival para mí, Anabelle. Y por más que me gustaría  patear tú trasero, sería como quitarle un bombón a un bebe. – se sentó en el suelo del gimnasio, tirando los guantes de boxeo a cualquier parte. Esperó que ella protestara pero lo sorprendió al sentarse a su lado. Se quedaron en silencio por unos minutos, tratando de nivelar sus respiraciones. Cuando finalmente se sintió de hablar sin problemas, le preguntó:

- ¿El príncipe no se dará cuenta de que no estás?

Ya te dije que duerme en otra habitación. – le respondió de mala gana, recostándose en el suelo. Odió ver que a él le tomó menos tiempo para recuperar el aliento que a ella. – Me confunde. – aceptó. - ¿Qué pinto yo aquí entonces?

Pablo no supo que responderle. A él también le parecía raro el comportamiento del príncipe. Cuando Anabelle le contó lo que sucedió esa primera noche, pensó que era una extraña forma de consideración. Pero que se repitiera día tras día, era extraño. Aunque no quería ahondar en ello. Mientras el príncipe se comportaba así, ellos no se verían obligados a recurrir a su plan de apoyo y así no se arriesgarían a ser descubiertos.

- Las cosas no hacen más que enredarse. – murmuró con enojo.

- ¿Porque lo dices?

Anabelle casi rio. Le parecía imposible que él, siendo el policía entrenado que era, no se daba cuenta de ciertas cosas.

Quitando de en medio todo el asunto de Amanda que los mantenía a todos en vilo, las cosas en el palacio se complicaban también.

Durante esos días había pasado cada vez más tiempo con Clarisa y mientras ella esperaba que el enamoramiento de la princesa por su guardaespaldas menguara, este parecía crecer cada día, al igual que la tristeza de la muchacha porque a él le gustaba alguien más. Alguien que, Anabelle estaba segura, no existía. Lo que no sabía era si se trataba de un malentendido o Pablo se había inventado una novia para encubrir sus sentimientos por Clarisa que, para ella, eran evidentes.

Por otra parte estaban Roberto y Marco. Se sentía en un triángulo amoroso que ni era triangulo ni había nada de amor ahí. La actitud de Roberto empeoraba cada día, estaba arisco con las personas, no le hablaba a su amigo y no perdía oportunidad de atacarla verbalmente o de tratar de dejarla en evidencia delante de alguien. Marco, por otra parte, la ignoraba desde aquel día en el armario. Lo veía solamente en las comidas que debía presenciar en el palacio. Por la noche llegaba tarde y cuando por casualidad se cruzaban en la sala de estar iba hacia su habitación sin decirle una sola palabra. En las mañanas, cuando despertaba, él ya se había ido. Y aunque nunca lo aceptaría en voz alta, le molestaba su comportamiento. No quería ahondar en ese sentimiento, porque sabía a qué conclusión iba a llegar y no le gustaba para nada.

Durante esos días también tuvo oportunidad de conocer a los soberanos del país. Aunque se le hacía imposible verlos así cuando ellos parecían personas normales a su alrededor. Sí, no se comportaban como su familia que formaba escándalo en las mañanas durante el desayuno y terminaba la semana mirando películas cursis en pijamas, tirados por el suelo, pero tampoco eran estirados como se imaginaba. El rey era un hombre serio y con mucha responsabilidad sobre sus hombros, pero eso nunca lo impidió de asistir a una de las comidas de su familia, o de darle un beso a su esposa y a su hija y una palmada en la espalda a su hijo. La reina, esa que le parecía fría y calculadora, se dejaba consumir por obras benéficas que a Anabelle le constaba no eran una pantalla, eran reales y ella estaba comprometida con ellas al cien por ciento.

No lograba conciliar a esas personas con los monstruos de su niñez, con gente que jugaba con la vida de las personas a su antojo, utilizándolas y descartando cuando no le eran útiles.

- Me tengo que ir. – murmuró, dejando a Pablo en medio de la sala, confundido.

Las alarmas sonaban por todas partes en su mente y ella no podía ignorarlas. Su instinto de policía estaba gritando, empujándola en una dirección y ella estaba dispuesta a dejarse llevar. Había muchas cosas en la historia de ese país que permanecían a oscuras, secretos que se ocultaban con celo. Ella necesitaba desvelarlos, era una sensación apremiante en su vientre, en su corazón. Buscar respuestas y resolver misterios era su trabajo, su vocación. Era hora de volver a ser la misma de antes.

Perdida como estaba, tardó un segundo en darse cuenta que su habitación no estaba vacía al entrar. Se pegó a la cómoda, buscando el cuchillo que había escondido entre las ranuras con una mano, mientras con la otra prendía la luz. Dejo salir un suspiro al identificar al intruso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.