A. Alexa. Secretos de la corte (#1 Cortes perversas)

XVIII & XIX

Cristian se contuvo hasta la mañana siguiente, dejo pasar el desayuno y después fue a buscar al príncipe.

- Nunca pensé que serías capaz de hacer algo así. – lo enfrentó, pero Marco lo ignoró. O al menos fingió hacerlo.

- Necesitaba abrirte los ojos. – dijo después de un largo silencio, provocando que Cristian bufara.

- ¿Y lo mejor que se te ocurrió fue humillarla de esa forma? – preguntó encolerizado. Todavía podía sentir los sollozos de Anabelle y aunque sabía que no eran solo por lo que paso con Marco, era lo que finalmente la rompió.

Marco se volvió a quedar callado, pensando en lo ocurrido. No podía negar que por un momento pensó en seducirla solo por demostrarse a sí mismo y a Cristian que ella no valía la pena, pero en algún momento se perdió en las sensaciones que le provocaba que hasta se olvidó de su propio nombre. No quiso pensar en lo que habría ocurrido si no los interrumpían, si habría sido capaz de detenerse.

- ¡No! Solamente… - vaciló. – Mira lo que nos hizo, Cris. No podemos vernos, estamos peleando constantemente por una mujer. Solamente quise…

Cristian se quedó callado, no podía rebatirle. Él mismo empezó con ese distanciamiento por Amanda, ahora no podía reclamarle pensar así. Tal vez estaba equivocado, pero él podía ver los sentimientos que había entre ellos dos, temía que todos esos secretos destruirían eso.

- ¿Tanto la amas? – preguntó Marco de repente, no podía entender como a Cristian parecía no importarle lo que vio. A él le hervía la sangre en las venas solo de pensarla con otro hombre.

Cristian no supo que responderle. Ninguna respuesta le parecía justa, cierta. Amaba a Amanda y no se sentía capaz de negarlo. Pero tampoco podía decírselo a Marco, no quería seguir creando confusión. Por eso decidió callar y retirarse, dejando a su amigo con la duda.

👑👑👑

- Hoy pareces tu misma. – le dijo Tamara y Anabelle se detuvo para mirarse. Había dejado de lado la ropa de Amanda, así que entendía porque su cuñada lo mencionada. Llevaba pantalones blancos de cintura alta y una camiseta azul debajo de una chaqueta blanca. Caminaba en unas botas cortas con tacones y nunca se sintió más cómoda. El arma que llevaba en su espalda contribuía a su seguridad.

- Me siento así. – sonrió, siguiendo a la mujer al interior de la tienda.

Sintió una punzada de dolor al encontrarse con tanta ropa para bebes, pero procuró que Tamara no se diera cuenta. No quería empañar su felicidad. Media hora después salían con varias bolsas, cuando se toparon con la princesa.

Tamara dio un respingo, algo que Anabelle no entendió hasta que Clarisa habló.

- ¿Tamara? – en su cara se veía la sorpresa, antes de acercarse y abrazarla. – No sabía que habías vuelto de tu viaje. – Anabelle frunció el ceño, pero Tamara no pareció sorprendida por las palabras de la princesa.

Sabía que esa era la mentira que dijeron sus padres a sus amistades después de que quedara embarazada y se casara con un hombre de clase baja. Claro que ellos esperaban que ella se recluyera en su casa donde nadie podría verla, pero no iba a darles ese gusto. No respondió nada, aceptarlo en voz alta todavía dolía. Además, la atención de Clarisa paso a la otra mujer.

- No sabía que se conocieran. – dijo mirando a Amanda. Tamara asintió, pero todavía no sabía que decirle. El silencio se prolongó por unos segundos. – Justo estaba por sentarme a tomar un café. – volvió a hablar la princesa. - ¿Se unen? – las mujeres asintieron al unísono, pero no dieron dos pasos cuando el sonido de la primera bala desató el caos.

Pablo empujó a Clarisa detrás de una columna, mientras Anabelle hacia lo mismo con Tamara. Las bolsas se cayeron al suelo y pronto la ropa de bebe tirada por ahí se tiñó de sangre de la primera víctima. Pablo desfundó su arma por instinto, aunque sabía que no le serviría de nada. Las balas venían de cualquier lado, pero no podía identificar a ningún tirador.

- Quédate con ellas. – miró a su hermana y aunque cada poro de su ser se revelaba a la idea de que ella saliera hacia el peligro, asintió. Siempre batallaría con la idea de Anabelle siendo policía, pero eso era su problema, no de ella. Divisó una apertura entre dos tiendas y guió a las dos mujeres hasta ahí, considerándolo el lugar más seguro.

Observó a la gente caer a lo largo del centro comercial, pero por más que quiso salir a ayudar, sabía que no podía dejarlas solas.

Anabelle corrió sorteando a las personas que corrían despavoridas. La gente caía por todos lados, pero entendió que las balas provenían de un solo lugar. Un francotirador, asumió. Un ataque calculado, frio, impersonal. Querían provocar el caos y lo estaban logrando.

Una bala pasó zumbando a su lado, pero eso solo provocó que su adrenalina creciera. No le temía al caos, ella le temía a la calma que estaba empezando a disfrutar en ese lugar. Llegó hasta la salida de emergencias y observó el mapa del edificio que estaba colgada ahí. La estudió con rapidez, confirmando sus sospechas sobre donde se encontraba el francotirador.

Sacó el arma y empezó a barrer estancia por estancia, por si acaso no estaba actuando solo. Desde afuera se podían escuchar las sirenas, pero supo que la ayuda no podría entrar hasta que la amenaza fuera neutralizada. Se sorprendió al no encontrar a nadie en su camino, pero no al encontrar el lugar desde donde disparaban vacío. No había escuchado ningún disparo en los últimos minutos, se imaginó que habría desaparecido antes de que llegara.




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