A. Alexa. Secretos de la corte (#1 Cortes perversas)

XX & XXI

Marco se había recluido en su habitación después del último informe sobre el ataque al centro comercial. Necesitaba un par de minutos por sí mismo, para dejar la angustia salir. Todavía no había visto a Amanda y eso le carcomía. Escuchó de cien diferentes fuentes que ella estaba bien, pero no lo creería hasta que la viera con sus propios ojos.

Alguien tocó la puerta y se sintió tentado de no responder, no quería a nadie interrumpiendo su minuto de soledad. Finalmente se levantó para abrir, sabía que no podía darse el lujo de ignorar al visitante.

- ¿Podemos hablar? – observó a la mujer que estaba parada delante de él de pies a cabeza, necesitando asegurarse que estaba bien.

- ¿Estas bien? Me entere que estuviste... ahí. – ella asintió, pasando a su lado cuando él se movió un poco para dejarla pasar. – Quería pedirte perdón por…

Ella rio, negando con la cabeza. No necesitaba hablar de eso en ese momento.

- Vine para decirte algo, nada más. – espetó, sentándose en la cama de él. Marco se sentó también, aunque guardando sus distancias. Ella lo agradeció en silencio.

Empezó con el relato, desde el momento que nació. Procuró sacar toda la emoción de sus palabras, como si estuviera hablando de alguien desconocido. Terminó con la noticia de la desaparición de Amanda y cómo terminó usando su nombre hasta que la encontraran.

Marco la escuchó sin interrumpir, viendo como encajaban las piezas en su lugar. Cuando ella terminó de hablar, de esa manera fría, se levantó para irse. Él la tomó de la mano, deteniéndola.

- Anabelle… - probó su nombre en sus labios y se sintió simplemente… correcto. Ella ignoró la punzada en el pecho que le dio al escucharla llamarla así. - ¿Por qué no me hablaste de esto antes? – en realidad había escuchado sus razones, pero su parte irracional se revelaba ante la idea de ella no confiando en él.

No podía. Era la vida de mi hermana la que estaba en juego.

No lo entiendo. Por más que me lo expliquen, no lo entiendo. ¿Creíste que yo era el enemigo, Anabelle?

- Sí. - respondió sin vacilar y él se alejó unos pasos.

Estaba enojado con ella, no debía ser al revés. Ni tenía porque sentirse dolido ante su desconfianza. Ella alargó la mano para coger la suya, pero la esquivó. Esa simple palabra fue tan hiriente como si le hubiese pegado. Sin ser consciente del esfuerzo que eso suponía por ella, observó como de nuevo intentaba acercarse y esta vez la dejó.

- No te conocía. No conocía a nadie aquí. Todos eran enemigos.

- ¿Y ahora?

- Ahora sé que no es así. Acepto que me equivoque.

No dijo nada más, simplemente porque no había nada más que decir. Si bien ya no había un nombre falso entre ellos, había algo mucho más importante.

Nathaniel.

Él estaba obsesionado con ella y no pararía hasta verla humillada y destrozada de nuevo. No iba a arrastrar a Marco al peligro. Si ese hombre llegaba siquiera a sospechar de una relación entre ellos, el príncipe se convertiría en un objetivo perfecto. Por eso se alejaría de él, sin importar lo que eso significara para ella.

Significaba vida. De una manera u otra, ella vivía cerca de Marco. La enfurecía, la entristecía, la encendía. La hacía vibrar de nuevo. Y no estaba dispuesta a perder eso. Ella significaba peligro para Marco y lo mejor que podía hacer era alejarse.

Agradeció que alguien tocara en ese momento, para romper la conexión.

- Su padre lo busca. – le dijo una de las sirvientas cuando él abrió la puerta, solamente asintió.

- Seguimos con esta conversación después. – le dijo a ella antes de salir, pero Anabelle sabía que no sería así.

Se quedó ahí parada por lo que le parecieron horas hasta que la puerta se abrió de nuevo. Ahogó un gemido al ver que era Marina, pero rápidamente se recompuso.

- Pero si es la heroína del momento. De verdad, siento ganas de aplaudirte por el juego tan bien jugado. – su voz estaba teñida por la burla, pero Anabelle trató de ignorarle. - Te haces pasar por otra persona, seduces al príncipe y te involucras con el novio de tu hermana. – enumeró, mirándola con esa sonrisa tan insoportable. Decidió que no tenía ni ganas ni fuerzas para eso en ese momento, así que se fue hasta la puerta, pero la mujer se puso en su camino.

- ¿Me permites? – preguntó con falsa tranquilidad, mirando hacia la puerta.

No he terminado de hablar. – espetó esta, dejando que se entreviera lo furiosa que estaba.

- Yo sí. Quítate de mi camino. – rebatió, pero la mujer no se movió. – Mira, hay algo que esta cabecita tuya al parecer todavía no entendió. Sí, me hacía pasar por otra persona, lo que significa que no tienes idea de quién soy o como soy yo. Así que te voy a dar un consejo: no te cruces en mi camino, porque no te conviene. Si te aguante hasta ahora, fue por Cristian y por el respeto que le tengo. Pero, no soy Amanda y me doy cuenta de la clase persona que eres, por más que finjas. No me compro tu acto de niña buena consentida, Marina. Te lo repito, quítate de mi camino y ahórranos un problema a las dos. Porque si sigues molestándome como hasta ahora, la próxima vez no vamos a hablar así, tan tranquilamente.




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