A. Alexa. Secretos de la corte (#1 Cortes perversas)

XXVI

- ¿Y están seguro que esto está bien? Digo, ¿es siquiera legal? – preguntó dos días después mientras escuchaban el audio grabado por el micrófono que ella misma había puesto en el despacho del ministro. Su estómago se apretó al darse cuenta que tenían razón y casi lloró porque esa traición rompería el corazón de su padre.

- Si, Clar. – la tranquilizó Marco, aunque sus nervios también estaban al flor de piel.

- Pero, él es un político, un ministro. Nosotros…

- Actuaron como los soberanos del país, Clarisa. Sabes que su poder anula cualquier otro, nadie en Auland puede decir nada por cómo hicimos las cosas. – las palabras de Cristian la tranquilizaron más, pero siguió sintiéndose inquieta.

- ¿Cuándo podemos hacerlo? – preguntó Anabelle, ansiosa por terminar con aquello.

Además, era lo único que se movía. La investigación de Nathaniel estaba estancada y ella tenía esperanzas de que con aquello pudieran tener un avance en ese frente también.

Sin levantar sospechas, una semana, algo así. – la respuesta de Marco hundió un poco sus ánimos, pero sabía que no podían apresurarse en ese punto.

- Bien. Ustedes hagan eso. Yo voy a la comisaria para ver si tenemos algo. – salió malhumorada, más aun al escuchar los pasos de alguien detrás de ella. Los ignoró hasta llegar a su auto, pero luego tuvo que girar hacía él.

- Sé que…

- Ya van casi tres meses desde que la secuestraron. Y más de tres semanas sin ningún movimiento de su parte, Marco. ¿Qué me garantiza que ella sigue viva, que todo esto no es en vano? – quitó furiosamente una lágrima que se le escapó y se alejó cuando él intentó abrazarla.

Él supo que ella había empezado a perder las esperanzas, había percibido el cambio en ella, pero hasta ese momento no se lo había dicho a nadie en voz alta. Al escuchar un sollozo se acercó sin importarle su reticencia, la abrazó fuerte, dejando que se desahogara en sus brazos.

Ella no lloró, ni él lo esperaba. Solamente se apoyó en su pecho por unos minutos y después se alejó como si nada pasara.

- Gracias. – susurró, su voz la única indicación de que no había imaginado los últimos minutos.

- ¿Quieres que hagamos algo esta noche? – preguntó por impulso, ella empezó a negar. – No tenemos que salir del castillo, solo… cualquier cosa menos encerrarnos en una habitación para seguir pensando en todo esto.

Pensó que alucinaba cuando ella asintió con la cabeza, estaba preparado para otra negativa de su parte.

- Necesitó ir, ver si tenemos algo. Luego nos vemos. – entró apresuradamente en el coche, pensando en si hacia bien aceptando aquello.

Ellos dos no se habían separado en casi un mes, siempre andaban de un lado para el otro juntos, dormían abrazados cada noche, pero Marco le estaba pidiendo una cita disfrazada de una invitación casual… pensó que tal vez ese era el límite que no debía cruzar.

👑👑👑

Sus compañeros no tuvieron nada nuevo para decirle, pero se entretuvo con ellos hasta entrada la noche.

Cada día repasaban sus estrategias y sus apuntes, sabiendo que el punto de quiebre en un caso como ese podría llegar en cualquier minuto, cuando menos se lo esperaban.

Esperaba encontrar a Marco en su búngalo al llegar, pero el lugar estaba en silencio, sumido en la oscuridad. Prendió las luces y sonrió al ver una nota en la mesa. Otra sonrisa tonta afloró en sus labios al leerla y sin pensárselo dos veces salió a su encuentro.

Llegó al jardín trasero diez minutos después, era la franja de tierra más alejada de las viviendas, pero eso no significaba que fuera menos deslumbrante que las más cercanas, las más cuidadas. Ahí, la naturaleza estaba levemente alterada por el hombre, pero el lugar seguía teniendo un aire mágico, salvaje.

Marco estaba sentado en una manta de color azul, con una cesta medio llena a sus pies. Sonrió al verla, pero no se levantó, simplemente le indicó que se sentara a su lado.

Le dio un beso fugaz cuando lo hizo, dejándola temblorosa. Tenía un efecto en ella al cual no se acostumbraba aún, pero seguía buscándolo.

- Me dio hambre mientras esperaba. – señaló la cesta, tratando de aligerar un poco el ambiente.

- Eso está bien. Comí algo con los chicos. Hemos… - el príncipe puso un dedo sombre sus labios, después los sustituyó con su boca.

- No esta noche. Es para nosotros, tú y yo. Dejemos todo de lado por unas horas, ¿sí? – murmuró sobre su boca y Anabelle asintió, deseando que dejara de hablar y volviera a besarla.

No la decepcionó, estaba tan ansioso cómo ella.

Después de una sesión de besos como si fueran dos adolescentes, se recostaron en la manta, viendo hacía el cielo estrellado. Anabelle suspiró, nunca pudo apreciar la belleza nocturna antes de llegar ahí.

- Cuéntame de ti. – le pidió minutos después. Ella pensó en negarse, pero luego desestimó la idea. - ¿Cómo fue vivir ahí?




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