A. Alexa. Secretos de la corte (#1 Cortes perversas)

XXVII & XVIII

- Bueno, esto si se parece a una fiesta real de mis imaginaciones. – murmuró Anabelle mirando a la gente arremolinarse en el salón de fiestas.

- No sé si sentirme ofendido por la opinión tan pobre que tenías sobre nosotros. – volteó un poco la cabeza para mirar al príncipe, sonriéndole.

El impacto al verlo tan elegante, con un traje negro hecho a medida y una camisa azul, volvió a sorprenderla. Uno pensaría que después de un mes de esa relación extraña que tenía estaría acostumbrada, pero él le quitaba el aliento cada vez más.

- Estás hermosa. – le dijo este, dejando un suave beso sobre sus labios. Disimuladamente, Anabelle apretó su agarre sobre la barandilla, reacia a que notara el efecto que tenía sobre ella. Bajó un poco la mirada para observar su atuendo.

Había intentado juntar lo práctico con lo elegante y estaba satisfecha con el resultado. Clarisa le había dado el visto bueno, diciéndole que estaba acorde al protocolo real. A ella no le importaba mucho, pero no quería llamar la atención hacia sí misma, especialmente esa noche.

- Gracias.

Volvió la mirada hacia abajo, ellos estaban escondidos tras una columna en las escaleras, protegidos de las miradas de los demás.

Los reyes ya estaban abajo, junto a sus invitados. Se habían sentido mal por organizar una fiesta después del ataque al centro comercial, por lo que habían establecido un fondo para ayudar a las víctimas del atentado. Era una buena causa y de paso les daba la cobertura perfecta para su plan.

Vio que Clarisa había bajado también, estaba caminando de un lado para el otro, en sus facciones se podía notar el nerviosismo. Pero, eso no le preocupaba. Ella había cumplido con su parte del plan como una profesional, permitiendo a Anabelle que la viera en una luz totalmente diferente. Era una princesa criada en un castillo de cristal, pero cuando ese cristal se rompió demostró que tenía la piel dura como cualquiera.

Pablo y Cristian también estaban merodeando. Habían insistido en estar dentro del salón, para cualquier eventualidad, pero también porque no querían perderse el espectáculo.

En una esquina estaba reunido un grupo de mujeres que desentonaban del resto de los invitados. El corazón de Anabelle se apretó al darse cuenta que eran las muchachas reclamadas, que fueron arrastradas hacia una fiesta elegante para luego ser dejadas de lado, siendo el centro de burlas de todos.

- Pronto terminaremos con eso. – asintió distraídamente, apoyándose un poco en el pecho de Marco. Él también se había dado cuenta de su presencia y le hervía la sangre, pero aun no podía hacer nada.

Pudo haber terminado con eso desde el primer día que se enteró, tenía el poder de hacerlo, pero eso solo habría sido una solución temporal. Ellos habrían cerrado su operación para después de un tiempo volver a empezar en otro lugar, de otra forma.

Estaba decidido a no permitirlo. Las mujeres de su país llevaban sufriendo por décadas, un par de días más no harían ninguna diferencia. Era un pensamiento cruel, pero certero.

La policía tomó aire cuando le ofreció la mano para bajar finalmente y adentrarse en la locura.

Las miradas fueron posándose en ellos desde el primer escalón y los persiguieron hasta que se unieron a los padres de Marco en una esquina. Ahí, Anabelle soltó el aire, no porque se sintiera intimidada por la elite de Auland, sino porque tanta gente alrededor le dificultaba mantener el control sobre todo lo que sucedía. No podía permitir que, por enfocarse en una parte del plan, se relajaran y se olvidaran que tenían a un jefe de mafia tras sus talones, atacándolos cuando menos lo esperaban.

Ella misma se había encargado de la seguridad de esa noche, junto a Cristian. Juraría que era inquebrantable, si no supiera que no había tal cosa. Cada estrategia, cada plan tenía un fallo, solamente dependía de si pudieran encontrarlo. Y Nathan era un experto en esas cosas.

Las horas pasaban lento y rápido a la vez. Si no andaba del brazo del príncipe saludando a los invitados, estaba con la princesa, tomándose un descanso detrás de una columna, o con Pablo, asegurándose que todo estuviese bajo control. La gente murmuraba a su paso, pero trataba de no hacerles caso.

Estuvo a punto de perder esa batalla al encontrarse con Marina y su sequito de amigas. La mujer la había dejado en paz últimamente, pero esa noche volvió a la carga con sus comentarios despectivos e hirientes. Lo que colmó su paciencia, sin embargo, fue que estuvo a punto de revelar su verdadera identidad. Al ver la cara de la mujer al interrumpirla, se dio cuenta que no iba a hacerlo a propósito (punto para ella), pero estaba tan metida en su discurso que no se había dado cuenta del desliz. Después de eso se calló y se mantuvo alejada de ella, pero podía sentir sus miradas venenosas.

- Estoy muy nerviosa. – le confesó la princesa durante una de sus escapadas, llevando una copa de champan a sus labios. Anabelle la imitó, observando a las personas desde su lugar privilegiado.

- Lo sé.

- ¿Tu no lo estás? – giró hacia la princesa, frunciendo el ceño mientras pensaba.

- Un poco. Siempre hay la posibilidad de que algo no salga acorde al plan y todo fuera en vano. – aceptó.




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