El resto de la noche pasó relativamente tranquilo. Habían recibido un informe de Cristian donde les decía que ya tenía identificado al infiltrado y que mantendría un ojo sobre él por el resto de la noche, no queriendo llamar la atención de nadie en la fiesta.
Había bailado con Marco, a pesar de que era terriblemente escandaloso, pero si a él no le importaba, a ella menos. Horas más tarde se había escabullido de su lado, de vuelta a donde estaban las chicas acompañantes. Ellas volvieron a mirarla con el ceño fruncido, pero no le dijeron nada. Gracias a la ayuda de Tamara supo que no Amanda no tenía ningún trato con alguna de ellas, por lo que no estaba en peligro de quedar al descubierto.
Se sentó, con una copa en la mano y empezó a observar el salón. La gente iba y venía, todos parecían a gusto. Pudo identificar a los hombres que mantenían una acompañante ahí, de vez en cuando su mirada posesiva viajaba hacia el lugar donde estaban recluidas. Se dio cuenta que, si bien la mayoría de ellos no estaban al tanto de las condiciones del trato, no les molestaba mucho verse en la situación de poder mandar sobre una mujer por un tiempo. Pero, concluyó, seguramente había algunos que si lo sabían, hizo una nota mental para decirle a Alex que empezara una nueva búsqueda.
- ¿Cuánto te queda? – escuchó a las mujeres hablar y disimuladamente se acercó un poco para escuchar mejor. No por metiche, la policía en ella no resistía la posibilidad de recabar información.
Ellas parecían conocerse, hasta podría pensar que eran amigas; pero, lo más probable es que eran simplemente mujeres que se vieron envueltas en una mala situación juntas y compartían sus experiencias.
La chica a la cual iba dirigida la pregunta se encogió en su asiento, no podría tener más de diecinueve años. Las entrañas de Anabelle se apretaron.
- No lo sé. – respondió, con confusión en la cara. Anabelle sabía que el tiempo máximo de contrato eran seis meses, pero que eso rara vez ocurría. Pero la mujer a su lado parecía genuinamente confundida, como si no supiera siquiera que había un tiempo establecido.
- ¿Cuánto llevas… ahí? – se encontró preguntando y, aunque no estaba en sus planes involucrarse con ellas, no pudo arrepentirse de hacerlo.
La chica sonrió con pesar.
- Desde que cumplí los dieciocho. – pudo ver el desconcierto apoderarse de varias mujeres, pero la chica no se dio cuenta. – Sería un año y pocos meses. – aclaró.
- ¿Cómo? – preguntó una de las presentes, con voz aguda. Estaba sorprendida, la mayoría de ellas lo estaba. Se dio cuenta que esas mujeres eran más adultas, de su edad, se veía que estaban al tanto de los términos del contrato.
- Yo también. – agregó otra, Anabelle se dio cuenta que ella también estaba más joven y al ver que una tercera chica asentía, tuvo un mal presentimiento. – Pensé que al menos tendría unos pocos años para prepararme, pero me llegó la carta al día siguiente.
Las mayores empezaron a hablar todas a la vez y Anabelle sintió como sus voces empezaban a irritarla. Aquello era algo nuevo, era la primera vez que escuchaba de un contrato tan duradero y eso que había pasado meses investigando esa maldita organización.
- Mi mamá… - empezó a decir la primera chica, - ella dijo que empezó a suceder en el pueblo en los últimos dos años; nunca antes les llegaba a chicas tan jóvenes, pero de repente sí. – sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas y Anabelle resistió el impulso de abrazarla. – La extraño tanto. – dijo sollozando, antes de romper en llanto.
Rápidamente se limpió las lágrimas y en apenas un momento volvió a recomponerse, mientras sus ojos miraban frenéticos por el salón. Estaba buscando a su hombre, se dio cuenta. Estaba aterrada.
- ¿No la viste en mucho tiempo? – preguntó con cautela. Ella solamente negó, mientras la otra chica respondía.
- Desde que me fui no pude visitarlos. Ellos hasta juntaron dinero para venir acá, pero me dijeron que eso no era posible. Yo no podía verlos mientras estuviese… trabajando.
Las piezas empezaron a acomodarse en la cabeza de Anabelle y aunque estaba asqueada por las conclusiones que sacaba, una pequeña rendija empezaba a abrirse.
- ¿Cariño, puedes hacer algo para mí? – le preguntó a la chica y ella asintió, aun con lágrimas en los ojos. – Necesito que me indiques, con la cabeza y disimuladamente, al hombre con el que viniste. Lo mismo va para ustedes dos.
Las chicas la miraron confundidas, con un poco de reticencia obedecieron.
- Bien. – dijo después de identificar a los tres hombres presentes, convencida que ellos sabían muy bien lo que ocurría ahí. – Ahora, escúchenme bien. – enfatizó, hablándoles a las demás también. – Esto que contaron aquí, se queda aquí. Y nadie debe saber que hablaron con alguien sobre esto. – ellas estaban confundidas, se veía en sus facciones, pero asintieron.
Las mayores parecieron un poco más reacias, por lo que tuvo que recurrir a otros métodos. Una mirada hacía donde estaba parado Marco y una ceja enarcada fueron suficientes para que se amilanaran. No le gustaba intimidar a la gente, menos a las víctimas, pero fue más que necesario.
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Editado: 20.06.2021