A. Alexa. Secretos de la corte (#1 Cortes perversas)

XXXI & XXXII

- Me voy a ir. – dijo, separándose un poco de ella, pero aun sin poner distancia suficiente.

- ¿Eh?

- Cuando todo esto termine, me voy a ir. – explicó y esta vez fue ella quien se alejó, perdiendo la mirada en el exterior. – No puedo comenzar algo que sé que tendré que dejar atrás.

- ¿Por eso no me dijiste nada?

- Entre otras cosas. Clar, me gustas, pero… - ella rio amargamente.

- Pero no lo suficiente para arriesgarte por mí. – terminó por él. Pablo iba a replicar, pero calló en último momento. Tal vez eso no era del todo cierto, pero algo de verdad tenía, no podía negarlo. Estaba decidido a mantener su corazón a salvo, no podría soportar dejarlo atrás cuando se fuera de Auland. – Quiero ir a casa.

- Clarisa…

- Puedes decir que sientes algo por mí, pero definitivamente no es lo mismo que yo. – añadió, sin mirarlo. – Porque yo, a pesar de ser consciente de todo lo que tenemos en contra, lo pongo de lado, simplemente porque lo que siento es más fuerte. Tú ni siquiera lo intentas, así que eso es respuesta suficiente para ambos. Puedes decir que es mi título, la distancia o mil cosas más, Pablo, pero en realidad eres tú el que no quiere seguir con esto. Y está bien. Todos tenemos derecho a sentir o no sentir lo que queramos.

Iba a decir algo, pero lo interrumpió con la mano.

- Quiero irme a casa. Creo que ahora si nos dijimos todo lo que teníamos que decirnos, ¿no estás de acuerdo? Ahora si tenemos en claro la postura del otro, así que vamos a concentrarnos en terminar con esto. – suspiró. – Cuanto antes lo resolvamos, antes podrás irte y terminar con esta tortura.

👑👑👑

- Si no fuera un idiota traidor, estaría muy orgulloso de él. – masculló Cristian al salir de la sala de interrogatorios por tercera vez, sin obtener nada del espía.

- Es leal, supongo que por eso lo eligieron para infiltrarse. – agregó Andrea, estaba observando el interrogatorio y estaba convencida que no sacarían mucha información del tipo.

Anabelle entró en ese momento, con una sonrisa.

- Es Pablo. Dice que sacudieron bastante a Elisa, no debería tardar en ponerse en contacto con Nathan. Y él lo hará con este imbécil.

- Van a saber que lo descubrimos.

- No si jugamos bien nuestras cartas. Le he dado su celular a Alex, va a hacer una de sus cosas y después podremos responder a su petición con un mensaje, o algo así. Ya veremos. ¿Te dijo algo?

Cristian negó con la cabeza, irritado.

- ¿Sabe que sospechamos de Nathan? – él volvió a negar con la cabeza.

- No. Hemos bailado alrededor de su junta con Elisa, cosas que se dijeron. He mencionado la organización, todo, pero no sabe que los tenemos identificados.

- Bien. Es hora de que lo sepa.

- ¿Vas a entrar? – la voz de Andrea estaba llena de incredulidad, pero rápidamente sonrió. – Sí, le es leal a Nathan, no dirá nada. Pero no perderá la oportunidad de aladear delante de ti. – dudó por un instante. - ¿Quieres que despeje la sala? – preguntó en un susurro.

Anabelle se lo pensó. Enfrentarse a un hombre de Nathan significaba enfrentarse a todo lo ocurrido años atrás. Si bien no lo conocía, estaba segura que no estaba en Los Ángeles cuando todo sucedió, no dudaba que el tipo conocía a Anabelle Gómez.

Negó con la cabeza. Si la verdad tenía que saberse, que más daba la manera en la que lo hacía. Esas cadenas que la estaban manteniendo cautiva no se iban a soltar del todo solas, ella tendría que hacer su parte.

- Conéctame con Alex. Quiero saber el instante en el que Elisa se comunique con ellos. Voy a tratar de utilizarlo.

Andrea asintió y en ese momento Pablo y Clarisa se les unieron. Los demás observaban por las cámaras. Tomó aire y giró el picaporte.

- Oh, me mandaron a la puta del príncipe. ¿Así piensan hacerme hablar? – se burló el tipo, su ficha de trabajo decía que se llamaba Gonzalo, pero estaba segura que era un nombre falso.

- Oh. – imitó su expresión. – Deja de hacerte el imbécil, que muy bien sabes porque estoy aquí.

Los ojos del hombre adquirieron un brillo extraño y la observó de pies a cabeza, recostándose sobre la silla y dedicándole una sonrisa burlona.

- ¿Estás segura que quieres volver a meterte en esto, Anabelle? – ella se sentó, sin responderle. - ¿No tuviste suficiente la última vez? Sabes que no puedes con él, siempre saldrás perdiendo.

Esta vez fue ella quien sonrió, aunque le salió forzado.

- ¿He perdido? Desaparecieron del mapa en Los Ángeles, tuvieron que recoger sus cositas y huir a un país en mitad del océano que nadie conoce. – soltó burlona. - ¿He perdido? – repitió, dándose cuenta que había dado en el clavo.




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